Capítulo primero: Cuando no hay justicia
Sólo un golpe bastó para derribarlo. Una trompada en la sien y cayó de boca al piso. Su cuerpo, planeando sobre la atmósfera de la estación, dando un salto en diagonal al vacío, saludó a la muerte con un ruido seco sobre el cordón de la avenida, como antiguamente hacían los disparos de salva de los cañones en los puertos que despedían a los valientes marineros en sus embarcaciones de madera.
Lento, pero seguro, la tibia sangre que brotaba de su frente fue ganando espacio en la vereda, escurriéndose entre las hendiduras de las baldosas hasta mezclarse con el agua de la zanja. Tal vez por la oscuridad reinante en esas horas de la noche, o vaya a saber alguien por qué, quizá por alguna misteriosa razón divina del destino, el agua podrida de la calle, sucia, contaminada, enferma, y esa sangre que se vertía como ofrenda no parecían tener mucho de distinto entre ellas. Al menos así lo percibió, como dos sustancias inmundas que volvían a ser una para seguir apestando la superficie de la Tierra.
Todo sucedió en escasos segundos, pero para él fueron eternos. Cada movimiento desde que lo vio acercarse en la esquina del restaurante hasta que lo tuvo a la distancia óptima de tiro, su mente lo registró como en cámara lenta, observando, analizando y guardando para siempre en su conciencia hasta el más mínimo detalle. Su andar airoso, impune, seguro de que nada malo podría pasarle. Grande, enorme en comparación, pero también lento y torpe, tosco, feo. Algo había en su morfología que lo hacía repugnante a la vista, y a cada instante se le descubría algo nuevo y aún más escabroso. El exagerado tamaño de sus músculos, sus largos brazos con sus manos pequeñitas, escalofriantes. Su sonrisa sorna, consciente de su esencia pura de maldad. Los treinta o cuarenta metros que los separaban cuando lo vio pronto se transformaron en escasos pasos. Sus miradas apenas se cruzaron una milésima de segundo, lo suficiente para despertarle la fuerza de voluntad necesaria para rebajarse a su nivel, a su calidad inhumana.
Como un rayo, un destello cruzó el aire cuando sus pupilas se encontraron. La llama negra del dolor, la bronca y la impotencia del pasado, subió por sus intestinos hasta casi reventarle el corazón de la presión, evaporando las últimas gotas de razón que le quedaban en el vientre. Detuvo el tiempo para sí y se adueñó del espacio. Ninguna de las almas que había a su alrededor percibió su talón afirmado en el suelo, su guardia alta y el cross mortal. Dolor. Sus nudillos se rompieron contra el cráneo de ese animal. Ese dolor también fue alivio. Fue sanador en algún punto de sus memorias.
El puño salió volando y regresó al balanceo natural del andar con fuerza infinita. Andar que continuó mientras la bestia se desplomaba hasta llegar a la mitad de la cuadra, a la entrada del edificio donde vivió los mejores momentos de su vida, hasta que aquél montón de basura que estaba dejando de existir en ese mismo instante se los arrebató sin más.
Tomó la llave de su bolsillo y entró. Una parte de sí estaba muriendo también.