Las historias que empiezan anunciando una futura muerte nunca acaban bien. Eso está claro. Te pasas todo el relato leyendo esperanzado, confías en que el escritor, el día que escribió el último capítulo de su historia, se levantase alegre y benevolente, se compadeciese de su personaje y lo salvase con un toque mágico o un milagro navideño. Pero ya os digo, eso no pasa si la muerte está anunciada. La salvación no llega de la noche a la mañana, no llega de un plumazo para hacer feliz a los lectores. Y es que los escritores son unos hijos de puta con todas las letras, te hacen encariñarte con un personaje, te hacen vivir su historia, y, por supuesto, te hacen morir con él, y eso, duele mucho. No sabéis la de veces que he muerto yo por ser demasiado empática, por eso cuando me dijeron que iba a morir, pensé “¿Pero esta vez es de verdad o va a ser como cuando leo un libro?”
Tenía el médico a las ocho y media de la mañana, no veáis como me ha jodido tener que levantarme tan temprano en verano, pero después de unas noticias tan funestas, la verdad es que me alegro de que ahora pueda aprovechar el día. El caso es que llegué a la consulta, que estaba llena de dibujos de niños pequeños agradeciendo estar sanos por fin, tomé asiento en una silla marrón, de esas que parecen que van a ser cómodas pero luego se te queda el culo demasiado hundido y no sabes si vas a ser capaz de levantarte sin una grúa que te ayude. Aunque yo tras recibir la noticia por poco me quedo ahí pegada, no me hizo falta ni silla absorbente ni nada, me quedé tan inmóvil metida en mis pensamientos, que por poco paso mi último día ahí. El caso es que me senté y mi doctor me dijo algo así como “Camila, he echado cuentas y te vas a morir el miércoles 13 de agosto de 2014, es decir, tienes un 99% de probabilidades de que te mueras mañana” Por supuesto, él lo dijo con mucho más tacto, pero venía a querer decir exactamente eso. Las probabilidades y las estadísticas son las dos unas rameras. Yo no creo en ellas, nunca lo he hecho ni lo voy a hacer en este corto lapso de vida que me queda. Para mí son como los dragones, existen porque los hemos inventado nosotros, pero no son reales. Si el dragón es bueno, a todo el mundo le gusta y confían en él, pero si el dragón es malo, se desea con toda la fuerza del mundo que venga un héroe a matarlo o a encerrarlo en lo más profundo de una cueva. A nadie le gusta oír que tiene pocas probabilidades de sobrevivir, pero a todos nos encanta que nos digan que lo más seguro es que todo vaya a salir bien, que los números han hablado. ¿Pero cómo sabes tú que estás dentro de ese porcentaje de personas que se van a salvar? No puedes saber en qué lado vas a estar, no hay manera de comprobar de antemano que uno mismo es la excepción. Por eso odio las estadísticas, no se puede confiar en ellas.
Iba a hacer una lista de las cosas que me dolían porque leí en algún sitio que escribir las cosas que hacen daño ayuda a canalizar y afrontar mejor el dolor, había puesto el título en una hoja de papel, pero al final lo he arrugado y lo he convertido en una pelota. Ha sido el primer triple que meto en una papelera en mucho tiempo. La verdad es que nunca acierto cuando lanzo algo a la basura, mi puntería es peor que una escopeta de feria, por eso haber encestado un triple un día antes de morir creo que ha sido un logro espectacular. Y es que llevo como tres horas dándole importancia a las cosas más insignificantes de la vida, porque si no lo hiciese ahora, mañana no creo que pudiese. Quizá, si me lo hubiesen dicho con más tiempo, esto ya lo tendría escrito y podría estar disfrutando de mi último día y no regalándoos estas valiosas horas de mi tiempo.
No sé si habrá algún Dios allí arriba, pero si lo hay espero poder encontrarme con él y preguntarle todas esas cosas que me atormentan, como por ejemplo, ¿por qué hizo que los Miami Heat perdieran la final de la NBA de esta temporada contra San Antonio? Eso fue cruel por su parte y bueno… matarme a mí también lo es, supongo que eso también se lo echaría en cara.
Ya se lo he dicho a Dinah, Normani y Ally, también a mis mejores amigas y he pasado buena parte de la mañana con mi familia, despidiéndome de ellos. Incluso tengo escrito el mensaje que voy a publicar a los harmonizers, ha sido lo más raro que he escrito en mi vida después de esta mini-memoria de mi último día. A la única que aún no se lo he dicho todavía es a Lauren. Voy a pasar la tarde con ella, la he llamado hace un rato y me ha dicho que no estaba haciendo nada importante y que podíamos vernos. Casi nunca quedamos cuando estamos en nuestras casas, solo si nuestros padres deciden cenar juntos o dan alguna fiesta. Ahora que me muero, me arrepiento de no haber tenido el valor suficiente para decirle exactamente lo que le he dicho hoy: “Eh, Lauren, soy Camila, ¿tienes algo que hacer esta tarde? ¿No?, bien, guay, pues entonces resérvamela a mí. Iré a buscarte en media hora” Qué fácil, qué sencillo y qué cobarde por mi parte por no haberlo hecho antes. Cuando éramos más pequeñas sí que lo hacíamos, nos caímos tan bien que para mí fue una bendición saber que éramos de la misma ciudad y que podríamos seguir viéndonos fuera de The X Factor o de los tours. Pero ya sabéis, de repente la dejadez se apodera de las almas y las relaciones se enfrían.