4. Intención de Enamorarme

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Él estaba en la puerta con su cabello rubio ceniza que le tapaba los ojos pero aun así sentía su gélida mirada sobre mí, y su embriagador olor a menta.

― ¿Qué quieres? ― mi voz no sonó tan firme como deseaba.

― Venía a decirte que el beso no ha significado nada para mí. No te rayes, ¿vale? No me gusta tu amiga, es muy pesada e irritante, pero debo admitir que besa muy bien. ― explicó encogiéndose de hombros. ― No tengo intención de enamorarme de nadie.

Luna, dale un puñetazo de esos que tú sabes. ¿Quién se cree este que es?

Calma, no querrás mandarlo a urgencias.

No estaría mal.

Y de nuevo me peleaba conmigo misma.

― ¿Eso es todo? ― esta vez mi voz sí que sonó más impotente, pero no lo suficiente como para intimidarlo. ― Imbécil.

Empezó a reír tan fuerte que tuve que cerrar los puños con fuerza para no darle una bofetada pero... fue inútil. Escondí mi brazo izquierdo tras la espalda y cerré con mucha más fuerza el puño y lo estampé contra su nariz.

El sonido de un hueso crujir bajo mi mano me dio la suficiente satisfacción para cerrarle la puerta en las narices, bueno, en lo que le quedaba. Pensar en ello me hizo reír como una loca.

Y, volvieron a llamar a la puerta.

Imbécil, ¿cómo se atrevía a volver a llamar a la puerta?

― ¿Qué? ― pregunté de mal humor. Unos ojos azul cielo me miraban confusos. ― ¡Oh! Perdón, pensaba que eras otra persona...

― ¿Qué le has hecho a Bruno? ― se mostraba ansioso por saberlo. ― Lo he visto hace un momento con la nariz sangrando.

Me imaginé la nariz de Bruno sangrando y el hueso roto.

― Habló mal de Estela y arremetí contra su nariz. ― solté nerviosa.

Una sonora carcajada provino de él. Nunca lo había escuchado reír de esa forma.

Claro, si solo hace cuatro días que no conoces...

Nos giramos y allí estaba mi madre hablando por teléfono.

― Recuérdame que nunca te haga enojar... ― y se acercó a mí para besarme la frente.

Volvimos salir de mi casa y llegamos bastante rápido por un atajo.

― ¿Preparada?

No.

Asentí lentamente varias veces asustada.

Entramos y apareció una mujer regordeta con un moño mal hecho y con un delantal de flores naranjas. Iba batiendo unos huevos.

Finalmente se acercó a nosotros y dijo con dulzura:

― Hola mi arma, ve a ayuda a tu padre con la mesa... ― él asintió y se perdió por los largos pasillos. ― Tu debe de ser la Luna.

Asentí. Su acento andaluz se notaba muchísimo.

― Sí. ― dije en un tono inaudible.

― Me alegra conocerte. Lleva desde la fiesta esa de su amigo todo el tiempo hablando de ti. Bienvenida a la familia nuera.

No sabía cómo tomarme aquello por lo que me limité a asentir.

― Encantada. ― dije

Forcé una sonrisa.

¿CASUALIDAD O DESTINO?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora