CAPÍTULO 1

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La historia empieza en una calle cualquiera un terrible día cargado de nubes. La lluvia arreciaba inundando la ciudad. En una esquina, junto a un poste que sostiene una farola, se encontraba una caja endeble y húmeda por el agua que ha absorbido el cartón. Dentro se arrebujan dos niñas, pero no eran niñas normales. Por encima de sus cabezas brotan dos peludas orejas y detrás de sus espaldas se mecen dos peludas colas.

Duermen juntas mientras se dan la mano y respiran pesadamente. Las hojas de cartón apenas les cubren de las inclemencias del tiempo. Estaba destinado que Kahou, un futuro pastelero, se las encontrase junto a su pequeña hermana. Pero no fue así esta vez.

Un joven pelirrojo se acercó a ellas, las cubrió con un paraguas y se agachó encima. Sus mejillas estaban empapadas, la ropa hecha harapos, pero al menos estaban vivas. Comprobó que al cogerlas pesaban muy poco, y ardían. Probablemente hubieran muerto de frío en ese lugar.

Apenas podía creerse que pudieran dejar allí a dos catgirls abandonadas. Justo cuando se giraba advirtió un destello desde el interior del cartón. Dos placas metálicas en el centro revelaban los nombres de las dos gatitas: Chocola y Vainilla. Las recogió y luego, con ambas gatitas a cuestas, desapareció por las anegadas avenidas.

...

Los años pasaron, las dos gatas crecieron. Ambas trabajaban en un agradable bar, cuyo barman y encargado era el joven que las rescató. Su nombre era Tarou. Crecieron en apenas dos años lo que una niña humana normal tardaría en convertirse en una mujer de veinte. Allí eran la atracción principal, casi todo el mundo visitaba "Cat paradise" solo para ver a las dos exóticas hermanas sirviendo a los clientes.

Las catgirls eran comunes y la mayor parte de la población se había acostumbrado a ellas. Eran mascotas exóticas y muy caras que pocos podían permitirse. Es por ello que ver dos abandonadas sea muy extraño. Por supuesto, cuando Tarou encontró a las dos hermanas éstas se encontraban aturdidas y confusas, sin poder recordar nada de lo sucedido hace dos años. Ahora ocurría lo mismo: habían olvidado todo cuanto sucedió antes de esa noche o quiénes fueron los dueños originales de ambas. Tarou también había dejado de preocuparse por ello en el momento en que empezó a sentir verdadero afecto hacia ellas.

Aquella era una noche cualquiera, Chocola se había convertido en una mujer de cabello largo y castaño, similar al color del chocolate, y le gustaba recogerse el pelo en dos coletas. Su hermana, Vainilla, era un poco más baja en estatura, la cabellera igual de larga pero de color blanco como la nieve. Vainilla había desarrollado una admiración especial por su hermana y pronto esa admiración se convirtió en amor. Era una gata esquiva y de pocas palabras, más casquivana que su hermana. Le encantaba molestar a su amo y lo consideraba su rival. Tarou era un humano joven, pelirrojo, de cuerpo atlético y mente altiva y ambiciosa, cualidades que le ayudaban bastante a regentar el bar.

Cuando encontró a las dos hermanas se le ocurrió cambiar el nombre, y al año siguiente les propuso que le ayudasen con el trabajo, a lo que ellas aceptaron encantadas y sin pedir nada a cambio. Vainilla accedió un poco dubitativa, pero se conformaba con tener cerca a su hermana.

Tarou las había cuidado como un padre pero la relación había cambiado de forma radical hace unos meses. Tarou empezó a desearlas como mujeres, y ellas enfermaron, el celo se apoderó de sus cuerpos y la única forma de curarlas fue mediante el sexo. Una actividad que se había vuelto regular entre ellos.

Esa noche, al acabar el trabajo, Tarou convocó a Chocola a la trastienda del bar. La gatita apareció solícita como siempre, sonriente y dando saltitos de alegría.

—¡Hoy he trabajado muy duro, amo!

—Lo he visto preciosa. Te mereces un premio, sin duda.

Tarou palmeó su cabeza. Un ronroneo tenue brotó de la garganta de la castaña, sus peludas orejas se sacudieron del gusto. Tarou le dijo que esperase allí mientras él iba a buscar en una cómoda de madera. Sacó de allí dos gargantillas de cuero. Eran de colores diferentes y Chocola le correspondía la de color rosa. De la gargantilla colgaba una cadena de plata y un cascabel del mismo material níveo. Chocola esperó pacientemente a que su amo le colocara el adorno en el cuello y se ruborizó con intensidad porque sabía muy bien lo que ocurriría después.

Catgirl HeavenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora