CAPÍTULO 2

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El bar se encuentra en uno de sus mejores momentos. Incluso un negocio como ese puede prosperar en una ciudad tan difícil para vivir como esa, pero es en parte gracias a las preciosas "catgirls" que tiene como camareras. Chocola y Vanilla son, como siempre, las protagonistas del bar. Tarou las observa de cerca asegurándose de que los clientes no se propasen con ellas, y pocos son los que lo intentan. Saben muy bien que clase de hombre es el que regenta el local.

Tarou no es en absoluto agresivo pero tiene la fuerza suficiente para hacer frente a tres hombres casi tan fornidos como él. El secreto de su fuerza yace en su pasado, aunque no resulta adecuado explicarlo en este momento. Ahora lo más importante es que una nueva trabajadora se ha unido recientemente a la familia.

Azuki es una gata de corta estatura y carácter rebelde. A pesar de su aspecto tiene cinco años más que sus dos hermanas pero se deja llevar con facilidad por sus instintos. Tarou se la encontró en la calle, era una gatita maltratada. Los moretones salpicaban su piel llena de arañazos e imperfecciones, las marcas en la espalda de un cinturón, sus ojos carentes de brillo y una boca agrietada acostumbrada a gritar. Pasaron unas cuantas semanas hasta que las heridas cicatrizaron y un poco más para que le tomara suficiente confianza al pelirrojo y empezara a trabajar en el bar.

Era una gata torpe que no entendía a la primera las órdenes que se le daban y, lo que es peor, era capaz de comerse los pedidos. Aún así, Tarou reunió la paciencia suficiente como para ir rehabilitándola muy poco a poco. Aquel día se encontraron en la cocina. La traviesa gata estaba inclinada sobre la mesa. Tarou la había pillado de espaldas. La sorprendió por detrás. No había manera de saber qué tramaba desde allí así que optó por una aproximación directa.

—¿Qué estás haciendo?

La gata saltó hacia delante dándole un manotazo a una de las botellas que se encontraba encima de la mesa. El licor cayó al suelo y el cristal se hizo pedazos con un estridente sonido. Los ojos oscuros de Tarou se clavaron en la gatita, que se recogió las manos en su pequeño pecho.

—¡Culpa tuya, no haberme asustado así!

—Sólo quería saber qué estabas haciendo. Chocola y Vanilla se están esforzando ahí afuera y tú te dedicas a gandulear por ahí.

Azuki no fue capaz de responder, se encontraba petrificada, con la cara llena de consternación, como si estuviera ocultando algo. Tarou supo de qué se trataba cuando la lata vacía de atún se deslizó entre dos de sus dedos y se precipitó sin remedio al suelo. Los ojos fueron a la lata y luego a la gata culpable, que le sonreía con inocencia.

—Lo esperaba de tí, Azuki. Debo decir que no me sorprendes en absoluto —dijo Tarou.

—Me es igual, tenía hambre así que fui a por un "snack".

—¿Ah, sí? —se acercó a ella, levantó una mano para sostener el cascabel que colgaba de la gargantilla que lleva atada el cuello. Era el premio otorgado a las catgirls después de un duro entrenamiento en el que debían comportarse debidamente para vivir en sociedad. Azuki llevaba uno de color oro atado a una cinta roja. Tarou llevó los dedos al cierre y le retiró el adorno.

—¿Qué estás haciendo?

—No te mereces la campana de cualificación.

—Sí la merezco, la gané por mérito propio, así que devuélvemela.

—No —repitió Tarou.

Empezaron un pequeño forcejeo. Azuki saltaba con las manos extendidas para alcanzar la gargantilla que colgaba de las manos de Tarou, quien mantuvo el objeto muy alto, lo suficiente como para que la altura de la gata no fuera capaz de alcanzarlo. Para su sorpresa, dio un salto y se lo arrebató. Azuki corrió tras de ella rodeando la mesa en el centro de la cocina y acorraló a la atigrada gata contra la puerta del almacén de comida.

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⏰ Última actualización: Jan 06, 2019 ⏰

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