Quizas

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Quizás
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Más que por el eco de sus propios pasos, y el chirriar de los grillos, esa noche en Konoha parecía particularmente silenciosa. Ni siquiera el ruido de los destellos de las estrellas podía contemplarse; unas apaisadas y rebosantes nubes obstruían su visión, y dejaban pasar entre medio de ellas fragmentos de  luz que la luna reflejaba.

La mayoría de las noches que salía a despejar su mente eran así. Últimamente le costaba dormirse, y es que su mente no dejaba de pensar en mil y un cosas. La guerra lo había desgastado, física y mentalmente.

Acostumbrarse a su nuevo brazo era difícil, estudiar para pasar el examen chūnin y, consecutivamente jōnin, también lo era. Pero tratar de evitar la ola de recuerdos que lo asaltaban en las noches era totalmente imposible.

No sabía a qué atribuírselo, quizás tal vez era el hecho de por fin encontrarse en paz y por consiguiente sentir como una enorme mochila de problemas e inquietudes era quitada de sus hombros.  Había vivido tantas cosas que su mente al parecer no podía quedarse quieta, no asumía el hecho de que ahora podía descansar.

Sus memorias -en su mayoría no muy gratas- tenían la honestidad de decirlo, eran como pesadillas, pero reales. Después de varias noches llegó a la conclusión de que era como un efecto colateral, algo normal -según Kakashi- que también tenía que vivir como todo soldado que experimentó una guerra. De esa manera, sus salidas nocturnas se volvieron aún más frecuentes, capaces de despejar su mente y, a la vez, permitirle meditar en sus propios recuerdos sean buenos o malos.

Se había acercado a la plaza, normalmente siempre merodeaba por los límites de la aldea o incluso sobre ella, pero como esta noche en particular sus recuerdos atacaron más temprano de lo usual, decidió aventurarse por las calles más del centro, quizás el ruido y el movimiento que pudiese haber lo distraerían, lamentablemente se había equivocado.

Se encontraba más meditabundo que otras noches, y lo sabía, la razón era el hilo de recuerdos que curiosamente lo habían abordado en esta ocasión. Un deje de melancolía le aguijonó el pecho, no era la primera vez que lo meditaba, pero tenía que aceptar que no lo había recordado sino hasta la semana atrás en que comenzó a colarse en sus sueños.

En un momento ausente de su caminata levantó apenas la mirada de sus pies y sus cansados ojos se abrieron aún más ante la figura en medio de la plaza que pudo discernir.

—¿Hinata? —susurró inaudible sin siquiera mover sus labios.

«…Por eso, ¡no tengo miedo a morir si es para protegerte! ...»

«…Porque, Naruto-kun yo, te amo…»

Avergonzado bajó el rostro nuevamente. Esas palabras… esas imágenes… no se iban de su mente por más que se esforzara. No es que quisiera olvidarlo -teóricamente ya lo había hecho-, pero que se siguieran repitiendo noche tras noche sólo hacían que ese aguijón en su pecho le penetrara con aún más profundo

Había evitado a la chica durante toda la semana, y es que, ¿con que cara la estuvo viendo todo este tiempo? Ella se le había declarado, Dios… ¡Estaba dispuesta a sacrificar su vida por él! Y simplemente la olvidaba. Se sentía una basura, pero, ¿qué podía hacer? Es decir, podía utilizar la excusa de que pasaron muchas cosas y no encontró un momento óptimo, pero él mismo sabía que era mentira, y estaba seguro de que la chica lo sabía igual, aunque no se lo dijera.

Hinata… ¿aún esperaría su respuesta?

—¿Naruto-kun? —un escalofrío recorrió su cuerpo y se exaltó. Levantó nuevamente la vista hacía la chica; estaba sentada en el cantero de un enorme árbol que se encontraba en el centro del lugar. Las luces de las farolas alrededor iluminaban tenuemente su silueta y hacían que el color perla de sus ojos brillara de una manera singular—. ¿Estás bien? ¿Qué estás haciendo afuera a estas horas de la noche?

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