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 La parte más difícil fue darle la noticia a sus padres. Quedaron devastados, pues luego de tanto tiempo buscando a su niña, a la hija que les fue arrebatada a una tan corta edad, el destino -sin el más mínimo rastro de piedad- se la llevó para siempre.

  El funeral fue duro, pero lo más triste fue ver sus fotos. Ella con una sonrisa espléndida que yo nunca había visto en su rostro, y él con sus grandes ojos brillantes que irradiaban esperanza. Pensar que nunca pude verla en todo su esplendor me apena, jamás tuve la oportunidad de escucharla cantar o si quiera tararear una melodía. Sin embargo, su canción favorita sonaba de fondo, así que intenté imaginarla, con una gran sonrisa como la de la foto y un atuendo tan espléndido como ella sola, cantando esa canción que probablemente escuchaba cada noche antes de dormir; y en ese momento pude sentirla junto a mí, con su mano en mi hombro susurrando que lo lograríamos algún día.

El Secuestro de AnaísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora