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*NARRA MARTA*

Desde aquella pequeña ventana podía vislumbrar como dejabamos las luces de la ciudad atrás. Todavía no me podía creer que estuviésemos en un avión de camino a Mykonos. Tras unos largos meses preparándolo todo, por fin íbamos a disfrutar de dos meses solo nosotras, Celia y yo, como siempre habíamos deseado. Además no podía dejar de darle vueltas a como nuestras vidas darían un gran giro a partir de ahora, ya que después de las vacaciones estudiaríamos juntas en la gran ciudad, Nueva York. A las dos nos habían admitido en la universidad de Columbia, yo iba a estudiar medicina, mientras que a Celia le interesaba una rama más tecnológica. También me gustaba pensar en la cantidad de lugares y paisajes distintos de Nueva York que podría plasmar en mis cuadros cuando llegase a la ciudad. La cultura de allí, tan distinta a la nuestra, simplemente un amanecer iluminando los rascacielos; me perdía en mis pensamientos imaginándome sentada frente a un lienzo y dibujando todas aquellas cosas. Mi amiga, por otra parte, tenía un también un don artístico en ella, nada que ver con lo que me gustaba a mí. Desde pequeña la música había sido prácticamente su vida, hasta hace un par de años. Bueno, preferiría no pensar en eso ahora.  

Pasados unos escasos minutos logré conciliar el sueño en el pequeño asiento. Apesar de que me desperté en alguna ocasión, pasé el viaje entero durmiendo hasta que una azafata se me acercó avisándome de que en unos minutos aterrizaríamos. Conseguí despertar a Celia, hecha un manojo de nervios. El verano, el cambio, todo; comenzaba ahora.

*NARRA CELIA*

Cuando al fin aterrizamos, tuve que esperar unos minutos hasta que sentí que mis piernas volvían a hacerse presentes para comenzar a andar. Algo perdidas, fuimos siguiendo las indicaciones para llegar a la puerta donde recogeríamos nuestras maletas. Nos llevó un rato llegar a por ellas, no solo porque estuviesemos más perdidas que una choni en una biblioteca, sino que es que el aeropuerto estaba petado de gente. Normalmente los aeropuertos están llenos, claro, pero la gente que se encontraba en este triplicaba lo normal. Por suerte, cuando alcanzamos la cinta, unos chicos nos ayudaron a cogerlas; y menos mal porque si no podríamos haber tardado horas. Que majos ellos. Se lo agradecimos y nos fuimos lo más rápido posible a la parada de autobuses que se encontraba en la entrada del aeropuerto. A duras penas, cargando con los maletones que habíamos decidido traer, y esquivando a la gente que andaba a contracorriente, nos incorporamos al grupo de personas que esperaban en la parada. Pasado ya un largo rato, sin haberse parado ni un solo autobús, frenó en frente nuestra una furgoneta. Seguidamente, el conductor de esta bajó de su asiento y comenzó a decir nombres de personas para que entraran en el vehículo. Saqué los papeles del transporte y miré que estabamos en el sitio adecuado para coger el autobús, y así era. Me di cuenta que el nombre de la empresa de transporte era el mismo que el que llevaba escrito la furgoneta en el lateral, por lo que no nos habíamos equivocado de lugar. Finalmente, el conductor nos llamó a Marta y a mi para entrar. De alguna manera que no me pude explicar, encajó nuestras maletas en el maletero junto a las demás, que serían unas nueve o así. Entonces entramos en la furgoneta, lo primero que noté fue el terrible olor a sudor del resto de personas a la vez que tenía que embutirme cual una morcilla en el pequeño espacio que me habían dejado para sentarme. Genial, menudo viajecito me esperaba.

—Empezamos bien—suspiré mirando a mi amiga, quien simplemente me devolvió una sonrisa.

—Venga Celia—susurró—, ¿que son unos minutos aquí comparados con todo el verano que nos espera?

Esbocé una pequeña sonrisa y decidí centrar mis pensamientos en lo a gusto que estaríamos al llegar al apartamento, tomando el sol las dos sin que nadie nos molestara; a medida que el vehículo arrancaba con nosotros dentro como si fuesemos sardinas en lata.

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