¿Sabéis cual es la sensación que uno tiene cuando ha bebido demasiado vino? Yo no la conocía, pero supe al instante que la sensación debía ser parecida a esa. Mareada y extrañamente feliz.
Sentía que flotaba mientras me daba cuenta de que mi capacidad para hablar se había paralizado, del mismo modo que se había paralizado todo mi cuerpo. Me sentía volátil, totalmente consciente que seguía en brazos del enemigo. Del ser que había estado atemorizado a mi pueblo. Del Dragón.
― Nunca pensé que entregarían a la princesa. Debo admitir que estoy bastante... sorprendido... ―escuché que decía su voz grave.
Intenté enfocar mi mirada, pero solo veía una sombra oscura delante de mí. Me concentré para captar todo lo demás; el sonido del viento, el olor... Su olor era totalmente diferente al del azufre que había sentido en la cueva. Esta vez era más suave, a tierra fresca y agua. Era un olor extraño, pero no me desagradaba. Pronto percibí sus suaves pasos sobre tierra firme, habíamos aterrizado. No notaba apenas nada, pero era totalmente consciente de sus manos sobre mí mientras me cargaba sobrevolando el cielo y percibí el instante en el que me depositó en el suelo. Apoyada contra el tronco de un frondoso árbol.
― Lamento haber usado un truco tan rastrero ―dijo ya alejado de mí―. Tenía muy claro que no ibas a colaborar después de lo que has visto en la cueva... No quería que lo vieras, de verdad.
Enfoqué mis ojos hacia él e intenté fulminarlo con la mirada, o al menos esa fue mi intención. Supe que algo parecido había logrado cuando escuché su risa.
― Sí, sí, lo sé. Estás enfadada, y no te culpo. Seguramente crees que soy un monstruo despreciable que ha matado a tus amigos, y en estos momentos soy el último ser en el planeta con el que querrías colaborar en algo. ―Yo reafirmé la mirada para que supiera que había dado en el clavo. No sé si logró entenderme.
Escuché sus pasos acercándose de nuevo. Sus pies sobre la tierra pisaban con precisión y cierta elegancia. Como un depredador. Instantes más tardé, noté cómo se agachaba frente a mí y me sujetaba el rostro, evaluándome.
― Eres realmente preciosa ―murmuró con asombro, lo que logró hacerme sonrojar―. Nunca había visto un cabello igual, no es rubio, ni castaño, es... dorado ―dijo a la vez que atrapaba un mechón con una mano―. Y tus ojos... son los más extraños y bonitos que he visto jamás en una mujer mortal.
Quise preguntarle a qué se refería con mujer mortal, pero mis labios no lograron separarse. Sí, era cierto, mis ojos eran raros. Grises en su gran mayoría, pero justo en el centro destellaban, como si de un sol se tratase, unos rayos dorados. Mi padre decía que mi madre tenía los mismos ojos que yo, que cuando me miraba veía a mamá en ellos.
Intenté sacudir la cabeza para borrar los recuerdos dolorosos, pero descubrí que ya no podía hacer ni ese simple movimiento. Por el contrario, noté un pulgar sobre mis labios.
― Y tus labios ―dijo con una suavidad extraña.
Luego, de golpe y sin saber muy bien porqué, se apartó con brusquedad y volví a sentirle lejos. Eso logró calmar mis nervios, unos nervios que no me había dado cuenta de que tenía hasta que se había alejado lo suficiente.
― En un par de horas volverás a tener total movilidad. Pero aprovecharé ahora que no puedes gritarme ni atacarme, para decirte lo que necesito de ti. ―Noté que mis ojos empezaban a cerrarse. Mentalmente me obligué a mantenerme despierta―. Al margen de todo lo que puedas llegar a pensar, yo no me he comido a nadie. ―Seguramente debía hacer una cara poco crédula, porque luego dijo―; No me mires así, es cierto. Y también es cierto que lamento profundamente lo de tus amigos. Sin embargo, hay alguien que intenta cargarme el muerto.
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La leyenda de San Jordi, el Dragón y la Princesa... ¿O era al revés?
RomanceUna Princesa, un dragón y un caballero de brillante armadura. Pero sobre todo, un misterio atado a una leyenda que los unirá para siempre. ― He dicho que no soy culpable de ser un asesino, lo que no quiere decir que no sea culpable de otro tipo de c...