CAPÍTULO VII

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Después de fundirse en ese beso, ambos se fueron separando poco a poco para seguidamente quedarse mirando el uno al otro.

―Señor CEO, ¿qué es lo que realmente siente hacia mí? ―Plan necesitaba oír la respuesta y aclarar sus dudas.

―Cariño, siento un enorme cariño hacia tí ―respondió―. Eres alguien muy importante para mí. ¿Por? ―se interesó el mayor.

―Verá... Yo no sé exactamente que es lo que de verdad siento... Solo sé que cuando estoy con usted, cuando le despierto cada mañana e incluso cuando le veo trabajar en su despacho, me siento feliz. Pero al mismo tiempo me siento en una situación muy incómoda. Realmente no puedo definir con precisión mis sentimientos, pero sé que me duele estar lejos de usted.

Mean, ante aquella declaración no intencionada de amor, notó como el corazón le daba un vuelco de alegría y notaba una gran calidez recorriendo su cuerpo, por lo que no reprimió su deseo de abrazar al otro con gran fuerza y cariño.

―Por favor, Plan, no te vayas nunca de mi lado ―le rogó―. No podría soportar tal dolor de nuevo.

¿«De nuevo»? ¿Qué quería decir con eso? Eso era algo que a Plan le llamaba la atención de su jefe. Si se conocían de apenas unos días, ¿cómo podía usar tales palabras? Era un sinsentido. Una contradicción. Plan, por no estropear el momento, lo dejó pasar. Rato después la cita se dio por concluida cuando el chofer dejó a Plan a las puertas de su casa.

―Te espero mañana ―le recordó el CEO escuetamente. El joven ayudante solo asintió con una sonrisa.

Cuando se aseguró de que el coche de su jefe se alejaba, entró corriendo a su casa, subiendo las escaleras hacia la habitación como si fuese una maratón.

―Plan, cariño, ¿qué tal te ha ido el día? ―le preguntó su madre mientras veía como el joven subía como un rayo las escaleras.

―Muy bien. Todo como siempre. Ahora voy a ducharme y me iré a dormir ―respondió apresuradamente mientras cogía lo necesario para su ducha, pero esa efusividad la dejó un tanto extrañada.

Ya tras haberse refrescado y tras haberse peinado un poco el pelo mojado, el chico se tumbó en su cama sin poder dejar de pensar en aquel momento que había vivido hace tan solo un rato. Todavía se sentía como en una nube, pero aun así notaba una pequeña molestia entre tanta felicidad.

«No podría soportar tal dolor de nuevo».

Aquella frase martilleaba el cerebro de Plan sin descanso. No era la primera vez que el joven CEO le dirigía frases de ese estilo. Aun así, intentó dejarlo pasar, sin que ello repercutiera en su vida. Al día siguiente se produjo la rutina de todos los días: Plan se dirigió a aquella gran mansión, dispuesto a despertar a su jefe, subió las escaleras, entró a la habitación y con un pequeño toque en el hombro pretendía despertar al contrario. Este al despertarse agarró a Plan de la cintura, consiguiendo sentarle en la cama.

―Buenos días, amor mío ―le saludó sin pudor. Plan, ante aquel recibimiento, no pudo evitar que su cara se volviese completamente roja, lo que hizo reír al CEO―. Bueno, voy a ducharme. Enseguida salgo ―le informó mientras se dirigía al baño, pero se paró al llegar a la puerta―. O... ¿quieres acompañarme? ―le ofreció juguetón mientras se giraba para poder verle. El joven ayudante se mostró incapaz de hablar, por lo que solo pudo negar efusivamente con la cabeza, muerto de vergüenza. Tras aquello vio como su jefe se metía en el baño, no sin antes mostrarle una sonrisa pícara.

Plan, para entretenerse mientras esperaba al jefe hacía de todo: miraba la televisión, jugaba con el móvil, escuchaba música, merodeaba por la habitación... Pero la voz de Mean interrumpió sus pensamientos.

La historia del MeanPlan que no te quisieron contarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora