Carne

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Al principio le pareció una broma pesada, que había llegado demasiado lejos cuando las luces empezaron a apagarse, pero al transcurrir los minutos descubrió con espanto que el reloj en su muñeca se había detenido. Ya había partido incluso el personal de limpieza.

Golpeó frenéticamente la puerta de la cámara frigorífica. Gritó, gritó hasta que los pulmones y garganta empezaron a doler por el aire helado que ingresaba, enfriando dolorosamente su pecho agitado.

Las manos se inflamaron de tanto golpear, el pie se le torció de tanto patear. Pero nadie parecía haberse percatado que él se había quedado dentro.

La noche del sábado era la peor de todas para quedarse encerrado en la planta. Los empleados cansados por las largas jornadas laborales esperaban con ansias el campaneo eléctrico que los despedía hasta la semana entrante. Por ello nadie se molestaba en revisar las instalaciones sino hasta el siguiente lunes.

Sentado de frente a la puerta, empezó a golpear con sus pesadas palmas su enrojecido rostro, largando un sollozo entrecortado. Sus manos estaban secas y gomosas, perdiendo la elasticidad bajo la cada vez más pálida piel. Justo cuando creyó que moriría de hipotermia la puerta se abrió. Salió arrastrándose con las pocas fuerzas que le quedaban en los brazos y piernas. Se llevó hasta una esquina donde con bolsas que encontró tiradas se cobijó. Severo tiempo pasó hasta que se sintió mejor. A pesar de que aún le dolía todo el cuerpo, podía moverse

-¿Qué está haciendo usted aquí?

Volteó hacia donde escuchó que provenía la voz, el autor era un hombre aproximadamente de su edad. Vestía una camisa impecablemente blanca y llevaba gafas. Volvió a hablarle. -Seguro viene por una guía por nuestra hermosa fábrica ¿verdad?

-No, no yo sólo quiero salir...

-¡Sabía que sería así, Antonio, vamos, sígame, esta vez el tour es gratis! -Le dijo el hombre. Se había enterado de su nombre ya que aún tenía su gafete de trabajador colgado de la bolsa de la camisa. Pero como le había dicho, él no quería ninguna guía, se hallaba desesperado por salir de ahí. Corrió hasta la entrada de la fábrica, sentía que las piernas se le iban a quebrar a cada paso que daba. La puerta parecía sellada. Las cámaras por alguna razón también se hallaban apagadas. Lo notó al no ver el característico led encendido.

-¡Disculpe! Esa es la salida. El recorrido aún no termina. Sígame, iniciaremos por acá.

La planta entonces se iluminó, con un súbito destello. Los hombres caminaban en filas con el rostro apático, marchando hacia el interior nuevamente. La pintura de las paredes había cambiado de aquel tan familiar verde manzana a un intenso escarlata. Las opacas siluetas apenas podían nombrarse humanas. Tan sólo figuras patéticas que marchaban en sincronía por aquellos pasillos silenciosos.

Las pisadas se oían cercanas a su oído. Ecos reverberantes en aquel espacio. Se oían sobre el pulso errático que golpeteaba en sus oídos aturdidos por la hipotermia y el miedo.

¿Acaso estaba enloqueciendo?

No, seguramente aquellas visiones no eran otra cosa que una consecuencia del frío intenso al cual había sido sometido su organismo. Pero ahí estaba aquel tipo, como si de verdad esperase que lo siguiera. Pero al intentar salir por donde entraba la horda de trabajadores algo lo detuvo, no era solo una pared invisible, sino un espejo líquido, a pesar de su estado de agregación era firme. Al grado de tan solo ondear cuando su cuerpo chocó en su contra.

Vio al guía, estaba sonriéndole desde las escaleras que llevaban a la maquinaria.

-¿Empezamos? -Le dijo, el hombre.

Antonio se limitó a caminar en torno a él. Si se hubiera visto en un espejo, hubiera notado lo pálido y lo desgastado que se veía, al grado de que sus ojos parecían casi salirse de sus cuencas.

-¡Muy bien, vamos a comenzar! -Dijo el "guía"-, A esta hora entran los trabajadores como puede usted darse cuenta. Mi nombre es Carlos ¡Esta es la procesadora de carne más grande del país! Nos esforzamos por darles a nuestros clientes la mayor calidad posible -El hombre caminó-, por aquí puede ver nuestra maquinaria. Esta es una aplanadora, ideal para conseguir unos filetes deliciosos. Marco es el encargado de operar esto. Ven démosle una demostración.

El encargado de operar la máquina se separó de las infinitas hileras de trabajadores. Con paso seguro y una sonrisa en el rostro se acercó a los dos hombres.

-¡Hola! Yo soy Marco, empleado del mes del año 1981. Como ya le explicó mi compañero, soy el encargado de manipular esta máquina, así como de supervisar la manipulación y el funcionamiento de aquellas manejadas por mis subordinados. Le recomiendo dar un paso atrás para que vea cómo funciona.

Marco puso su cabeza en donde se debería posicionarse la carne. Apretó el botón para activar el mecanismo. La aplanadora bajaba y el hombre no dejaba de mostrar aquella ridícula sonrisa que tenía al presentarse. El pesado metal comenzó a aplastar su cabeza, él aún sonreía. Al ir bajando más los ojos salieron de su lugar, así como el cerebro se derramó por los lados de su cráneo. Una cascada carmesí cayó a los pies de los hombres. Antonio miró lo que quedaba de marco, solo quedaba su sonrisa, que se fue desvaneciendo a la vez que sus dientes se quebraban.

-¡¿Qué diablos les pasa?! ¡¿Acaso nadie se da cuenta de lo que está pasando aquí?! -A la vez que terminaba su dialogo se echó a llorar. Ya no encontraba algún motivo para seguir en esa guía macabra. Aún con lágrimas en sus ojos, giró su cabeza en torno al hombre de gafas. Él se hallaba quitando el peso de aquel pobre hombre. Al volver la aplanadora a su estado base el cuerpo de Marco cayó pesadamente. Carlos despegaba con una espátula la carne.

-¡Esto sí que es un buen filete! Bien, sigamos.

-¡Solo quiero salir de aquí, por favor!

-Nadie sale hasta que el recorrido acaba, jovencito. -Le sonrió.

Antonio se levantó con la poca fuerza que le quedaba. Sentía la bilis subir hasta su garganta. La cual empujaba de vuelta. Caminó, siguiendo así con el tour. Parecía ser que la siguiente parada sería con los animales.

-Este lugar es donde tenemos a nuestros animales. Como puede ver, todos están en un espacio óptimo.

Las lágrimas no cesaron al ver que los trabajadores se desnudaban, subían a una escalera y ellos mismos se colgaban de filosos ganchos. En otra parte de esa misma habitación había mujeres lactando niños. Los infantes más crecidos estaban en un corral, como si de cerdos se trataran. Aquello era demasiado. Tiró un golpe a Carlos, pero su puño lo atravesó. Cada vez se sentía más débil y con más frío.

-¡Queda una parada más, la cámara frigorífica! -Anunció el guía.

Ya no se podía parar en lo absoluto, no podría sostenerse por mucho si lograba pararse. Decidió que iría gateando. Por fin llegaron a la cámara. Aquella maldita cámara que lo había puesto en esa situación. La abrieron para mostrársela y ahí estaba él, no tenía ojos, pero le sonreía. Parecía la imagen de espejo, pero estaba seguro que no lo era. No podía evitar sentirse mesmerizado por aquellas cuencas vacías y la amplia sonrisa que le regalaba ese repugnante ser. Armado de valor, se levantó y corrió a la salida. Aunque sentía que las piernas se romperían a cada paso no abandonó su deseo de salir. Estaba tan cerca de la salida, sus piernas se doblaron y cayó. Pero estaba afuera. Lo había logrado.

Extracto de: Lainex news, página 5, reportero desconocido, año 1999

"La ciudad entera se ha visto perturbada con el cadáver que fue encontrado en la cámara frigorífica de la procesadora de carnes local. Según información oficial, el difunto trabajador fue hallado en estado de total congelamiento, con los puños totalmente sumidos en sus ojos. Es la primera vez en la historia de la industria local que pasa esto. El incidente se catalogó como accidente. La empresa encargada de la planta dará una compensación monetaria a la familia de la víctima. La reputación de dicha empresa ha caído en todo el territorio nacional, siéndole arrebatado el puesto de líder en el mercado"

Autores: Matt-King y @Sofiacontisofia

Sombras al rededor de la hogueraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora