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Jules

Mis manos estaban congeladas. Mis uñas moradas por la vasoconstricción de mi mala circulación debido al famoso fenómeno de Raynaud que había descubierto que padecía en cuanto puse un pie en este país. Tampoco sentía mis pies y estaba casi segura de que ya era Voldemort porque mi nariz no daba signos de estar ahí. Y todo esto se podría evitar si yo no estuviese parada como idiota frente a la puerta de mi casa desde hacía más de media hora.

Era evidente: no quería entrar.

Sino fuese porque no tenía otro lugar en el que quedarme, no pondría pie en esa casa. Lo que me esperaba allí dentro...hasta el diablo se quedaba chico junto a mi mamá enojada.

Suspiré sonoramente y vi mi aliento materializarse en una pequeña nube frente a mi cara. Miré por septuagésima la puerta. Ahí debería de haber un cartel que ponga: "abandonar toda esperanza, quienes aquí entráis". Pero incluso si todo nervio y músculo de mi cuerpo me gritaba "¡No entres!", puse la llave en la cerradura.

Morir por hipotermia es mejor que morir a manos de tu mamá.

Claro que sí.

Me saqué los zapatos en la entrada, tomándome todo el tiempo del mundo para poder entrar en calor y también para evadir el regaño que me esperaba. Sin embargo, no pasaron ni tres minutos y vi a mi progenitora bajar las escaleras precipitadamente.

Aquí vamos.

¡Julieta Gabriela!

Uh, los dos nombres. Mala señal. Siempre que uno de tus padres te llama por el nombre completo sabes que estás más que jodido.

¡¿Dónde chucha andabas?! ¿Cómo se te ocurre irte sin avisarle a nadie? ¡Y encima no responder el teléfono! Cabra de mierda, ¿sabías lo que preocupada que andaba? —Despotricó.

Te dejé un mensaje avisándote que no quería seguir en Busan y que había llegado bien y que estaba bien... —respondí con desdén.

La cara de mi mamá se deformó por la mueca de rabia que se empezaba a apoderar de su rostro. Estaba cansada, no quería discutir con ella, otra vez.

¡Eso no es avisar, Julieta! ¡Se me pasaron miles de rollos por la cabeza! ¡No andamos en nuestra ciudad para que estés de paseito como si nada! —farfulló— ¡Tampoco te mandas sola!

Cumplí 19. Creo que sí tengo la edad para mandarme sola. —repliqué.

¡Vives bajo mi techo, Julieta! Y mientras sea así...

¿Tu techo? ¿Perdón? —Interrumpí— No, éste no es tu techo. Es el de tu nuevo marido, ¿y acaso me preguntaste si quería vivir bajo SU techo? No, mamá. Tú solita decidiste venirte y arrastrarme contigo hasta acá —exclamé—. Así que no vengas a exigirme que esté con una cara feliz todos lo días las 24 horas del día. ¡Yo estaba bien allá! —grité, sentí como se empezaba a armar ese molesto nudo en mi garganta. Odiaba que sucediera eso cada vez que discutía con alguien— ¡Creo que estoy en mi derecho si me quiero ir a la mierda un día y arrancarme de todo tú show! ¡La misma weá siempre, mamá! ¡Ya han pasado 11 años, córtala y mejor concéntrate en tu nuevo matrimonio envés de andarme webeando con el cuento de mi papá! ¡Chata me tienen los dos! —Exasperé.

Y...había explotado. Odiaba cuando eso sucedía. No podía medir mis palabras a veces y terminaba diciendo cosas de las cuales después me arrepentía. Y cuando vi la cara que tenía mi mamá supe que la había cagado más. Pero ya no andaba abasto. Estaba harta de la misma mierda de siempre. Ella estaba en su burbuja y me alegraba de que pudiese ser feliz de nuevo, ¿por qué no podía dejar el pasado atrás? ¿Y por qué me tenía poner todo ese peso a mi también? A veces parecía que fuese yo la mamá de ella. Muchas veces fue así y eso estaba mal, lo sabía. Sin embargo, tampoco podía darle la espalda a alguien que me sacó adelante. Era mi mamá y a pesar de todo, sin ella yo me moría.

You can lean on me ➳ Vernon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora