1. Caricia

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Hange me había vuelto loco.
No solo quince años después. Lo hizo siempre. Desde el lejano día uno, en que su presencia perturbó mi entorno, no volví a conocer la paz de quien se sabe amo y señor de sus propios sentimientos, de las sensaciones que puede o no controlar. Hange había hecho pedazos mi resistencia y seguridad... Y derrumbado mis barreras de todas las formas posibles.

Realmente no fue con conocimiento de causa, ni alevosía y ventaja.

Hange era mujer única, irrepetible. Y sigo creyendo que lo es. Sigo creyendo que en un mundo de mujeres donde el resto creen que tienen todo el terreno ganado con zalamerías y arreglo superfluo, existe una como Hange, que se resiste a creerse vencedora y empuja sus límites más y más; que domina sus miedos y es capaz de enfrentarlo todo y a todos. Lo vivi en el pasado. Y a causa de ser un bastardo estúpido, pasaron quince años antes que volviera a verla desfilar frente a mis ojos, más hermosa que nunca, con la certeza de que todos miraban su exterior precioso y suculento, pensando que no había necesidad más de mostrar el inteligente, increíble pero no tan supuestamente atractivo interior. ¡Cuantas veces me salté decirle claramente que el interior me era más tentador que el exterior!

Aquella noche, prácticamente sin intercambiar demasiadas palabras al respecto, quedó claro que no hay tiempo o distancia que pueda acabar con los hábitos que uno más ama, como si formaran parte de un ritual personal, demasiado arraigado como para pasar de él.

Su olor me embriagaba, siempre lo hizo. Su cabello estaba suave y caía delicadamente a su espalda y sobre sus hombros redondos y bronceados. Hange pocas veces reparaba en ese detalle, pero la cicatriz en uno de ellos, realmente me excitaba con sólo verla.
La habría besado allí mismo, en el bar, frente a todo el mundo, de no ser que uno no va por allí besándole los hombros a las mujeres.
Fue, después de todo, la forma en que pude saber que era ella, que después de todo, no la había perdido.

Aunque por supuesto, nada podría ser tan fácil como "nos encontramos y volvimos a enamorarnos".

Hange dejó el bar, conmigo, esa noche, y caminamos por largo tiempo, hablando de cualquier clase de tonterías como dos enamorados que se vieron el día anterior. Caminaba de mi brazo, como si cualquier cosa, así que nunca habría imaginado que podría tener otra relación o interés en otro.

Pero lo tenía. Hasta esa noche.

Todo cambió cuando, luego de sendas copas que intercambiamos en mi sala de estar, dijo que era apabullante tanto hablar. No intenté sobrepasarme y no intenté siquiera besarla. Pero ella sí.

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- Levi - dijo, acercándose a él, cubierta con el saco que le había prestado durante el camino a su departamento y que aún llevaba puesto - ¿Sabes cuánto tiempo has hablado desde que llegamos aquí? - su cercanía decreció conforme avanzaba y era una verdadera tortura. El sillón de cuero negro crujió un poco y se hundió donde ella se reacomodó. Sus glúteos enfundados en la tela delicada y flexible del vestido que llevaba puesto, se veían redondos y daban la impresión de que no había dejado de ejercitarse. Se veía alta y preciosa, con el cabello castaño y reluciente y los ojos grandes, brillantes y expresivos de siempre.
Ante la negativa con la cabeza, y muy cercanos sus labios, murmuró:

- Treinta y ocho minutos, Levi - dijo, después de mirar el pequeño reloj de pulsera que llevaba alrededor de su muñeca- treinta y nueve ahora. Treinta y nueve minutos en que esperaba que acabaras con esto y me poseyeras sobre este sillón - y río, con la risa sonora y agradable de los mejores tiempos, como si nunca se hubieran separado; tomándole la barbilla se acercó, acabando con la distancia entre sus bocas y entreabriendo sus labios, ansiosamente, como inhalando el aliento del hombre que, pesadamente, se dejaba escuchar, igual que su respiración, en el atronador silencio de esas paredes.

En algún momento, Levi dejó de contenerse y fingir que tenían mucho que decirse. Era su cumpleaños y había recibido el regalo más increíble y a la vez el más inesperado y no pensaba desperdiciarlo en palabrería.

Mientras Hange pasaba sus brazos alrededor del cuello de Levi, cerrando completamente el espacio entre ellos, éste se abalanzó sobre ella, como un tigre sobre una presa... Hambriento, ansioso... Deseoso.

Hange no pudo sino tratar de administrar el poco aire que quedaba entre sus labios, pero no podía dejar de besarle, de disfrutar del contacto que extrañó, como si su piel reaccionara a sus sentimientos y a la sensación, casi olvidada, de los dedos de Levi repasándola, admirándola, idolatrando cada centímetro de su cuerpo cual si fuese una obra de arte.

Poco a poco, conforme las prendas caían alrededor de ambos en el sillón, el suelo, y las iban olvidando, ambos iba hundiéndose más intensamente en el otro, probándose, jadeando, dispuestos a ahogarse en la pasión que compartían y que no habían descargado en otras personas, como si solo fuesen capaces de ser ellos mismos, de darlo todo, cuando el otro era a quien lo entregaban.

Hange dejaba escapar fuertes gemidos, a veces gritos. Levi sabía bien como crispar sus nervios y hacer estallar su deseo en juramentos, que en vano profería porque continuaba, moviéndose sobre y debajo de él, intentando sentirle más dentro cada vez, como si quisiera envolverlo por completo, mimetizarse con él.
Y Levi sentía la necesidad imperiosa de penetrarla cada vez más profundamente, de sentirla vibrar murmurando su nombre, de probar su piel en tanto su miembro la hiciera gozar de sensaciones que no había vuelto a sentir.
El silencio se desgarraba entre gemidos y jadeos; la voz de Hange, ahora extrañamente baja mientras hablaba, no dejaba a Levi concentrarse en otra cosa.

Sabía que en medio de la obscuridad y sin gafas, Hange le vería muy poco, pero aún así, la miraba intensamente a través del crepúsculo artificial de su propio apartamento, mientras se movía, primero con la maestría del hombre que se sabe seguro y deseado, luego con la desesperación del que es incapaz de detenerse ante la sensualidad de su colega en la lucha por alcanzar el placer. Hange podía sentir sus ojos y gemía en su oído, moviéndose sobre él con ansiedad, intentando penetrarse más a si misma... A veces se movía de manera que si encontraba un punto de mayor placer para Levi, seguía moviéndose de ese modo para prolongar la dulce tortura, como si le brindara un regalo que nadie más podía darle, en tanto este profería alguna maldición, seguida de un adorable sonido que Hange interpretaba como un gemido que sonaba varonil pero extrañamente tierno a un tiempo, para sus oídos.

El resto de la noche, aquella batalla se prolongó hasta la mañana siguiente.

Eran las ocho y cuarenta y siete de la mañana del 26 de diciembre, cuando Hange salía de la ducha del departamento de Levi, sólo para comprobar que el olor del jabón y el cabello limpio y húmedo, lo seguían excitando como siempre y se metió en la cama de nueva cuenta, cual si con cada sesión de sexo intentara recuperar, recuperarle y recuperarse, un poco, al menos, todo el tiempo perdido.

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Sólo llévame y mírame con las luces apagadas (Para que pueda sentir algo...)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora