Llegó el día. Todo el esfuerzo había valido la pena. Todas esas horas insufriblemente largas ayudando en la florería no fueron en vano. Se acabaron las corridas desde la escuela hasta el negocio. Se acabó el tener que hablar con clientes maleducados y pedantes. No más armar ramos, no más pincharme con rosas. Había ahorrado lo suficiente y ya no necesitaba el empleo. Ya tenía mi entrada para el concierto.
Supe que tenía que asistir desde que, un día a mis ocho años, papá me sentó en el sillón del comedor y me dijo: "hija, esto es lo mejor que escucharás en tu vida". Tomó uno de sus tantos discos de vinilo de la estantería y lo limpió con un trapo húmedo (como me viene repitiendo que debo hacer siempre para que no se rayen). Lo apoyó con la mayor de las delicadezas sobre la bandeja, alzó la púa y subió el volumen del estéreo. Luego se sentó conmigo a escucharlo.
Puede que fuera pequeña y tuviera muy poco conocimiento sobre cualquier cosa en general, pero en ese momento supe que lo que estaba escuchando no era como nada que papá me hubiera enseñado antes. No era como lo que mis amigas de la escuela escuchaban. No era como lo que pasaban en la radio. No era rock, ni jazz, ni punk. Era algo completamente distinto. Era una mezcla de todo lo bueno que tiene la música. Tenía fuerza, tenía melodía, tenía corazón. Una perfecta combinación de las más hermosas flautas y el más grave de los bajos. Los sonidos se emparejaban entre sí formando un sólo instrumento gigante. Y luego, una voz comenzó a cantar.
Una voz como la de la criatura más hermosa que existiera en la tierra. Como un pájaro cantor. Como una ballena macho tratando de llamar a las hembras. Cada nota que salía de su invisible garganta me recordaba a los más bellos sonidos que hubiera escuchado a lo largo de mi corta vida: las furiosas olas chocando contra una orilla calma, zapatos altos taconeando sobre mármol, las campanas de una iglesia, el viento soplando entre las hojas de un árbol. Una por una y todas a la vez. La misma voz fue seguida por tres más, en perfecta armonía, haciendo coro. Cada una hablaba sobre algo distinto. En ese momento no entendía sobre qué era que cantaban con tanto ahínco, pero supe que era algo bueno.
Un golpe de realidad cayó sobre mi en cuanto el álbum dejó de girar sobre el equipo y la púa se levantó por si sola. Luego de eso, papá me entregó el disco y me dijo que era mío. En mis manos tenía, como bien había dicho mi padre, la experiencia más grandiosa de mi vida.
Me contó quién era responsable de semejante obra maestra. Una persona cuya sufrida vida llena de infortunios había sido el catalizador de sus mejores ideas. Me dijo que hacía un largo tiempo que no lanzaba nada nuevo, y que tampoco tenía vida pública. Había desaparecido. Lo único que pude hacer después de oír tal noticia fue tirarme en la cama y llorar.
Desde ese entonces fui una ávida seguidora. Pensé que el fanatismo me duraría poco, como con todas las cosas que me gustaron previo a esto, pero no fue así. Me uní a toda clase de clubes y foros relacionados. Me subscribí a cuanta revista especializada encontré. Teoricé sobre su paradero en grupos de Facebook y me junté con otros allegados a realizar sesiones de escucha de sus álbumes en casa. Cada vez que lo hacía era como oírlo por primera vez.
Me vio crecer y me acompañó en cada momento importante de mi vida, como un ente que velaba por mi bienestar. Ahí estuvo en mi primer baile de graduación y la primera vez que tuve relaciones. Me acompañó durante mi primera experiencia con la marihuana y la vez que besé a una chica en la parte de atrás de su auto. Escuché todos sus álbumes de un tirón cuando mi perro murió y canté con todas mis fuerzas sus hits en la fiesta de mi cumpleaños número diecisiete. Me hablaba a través de sus canciones, como si viera cada uno de mis pasos. Desde dondequiera que estuviera, sus palabras eran un mensaje que iba destinado a mí y a mí sola.
Imaginarán, entonces, cómo me puse la mañana en la que desperté para desayunar y vi cómo el televisor anunciaba que había vuelto a hacer giras después de más de treinta años de inactividad. Tenía planeado un tour mundial con varios músicos y, como si fuera poco, planeaba venir a mi país. Estaba alucinada. Ya me había hecho a la idea de que no lo vería jamás. Mucho menos en este momento, teniendo en cuenta que es una persona de edad bastante avanzada. Jamás grité de emoción tanto como esa vez.
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El concierto
Short StoryTodos queremos ver a nuestro ídolo, pero ¿a qué precio? © 2019 Pafita. Todos los derechos reservados.