CAPÍTULO VIII

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Misma rutina, misma tarea: cita diaria. Se podría decir que no fue nada fuera de lo normal si no fuese porque la mente de Plan estaba en todos lados menos en donde debía estar, además de irritable. Nada, ni siquiera la charla contínua que le proporcionaba el mayor, conseguía levantarle la moral. Al contrario. «¿Ha ocurrido algo en el trabajo? ¿Alguien se ha metido contigo? ¿Te encuentras bien?». Aquellas preguntas que se repetían en bucle no hacían más que avivar su molestia, la cual intentaba disimular con enunciados corteses a la vez que secos y escuetos como «No se preocupe» o «No ha pasado nada».

Puntual, llegó la hora de cenar. Pero esta vez lo extravagante brillaba por su ausencia, pues el CEO había apostado por una actitud más cercana y popular llevándolo a cenar a un puesto de comida callejera. A pesar de aquel intento por acercarse más a él, la enorme mayoría de la velada transcurrió en silencio, lo que puso de los nervios al joven empresario,

―Bueno, ya. ¿Me puedes decir qué te pasa, por favor? ―se impacientó.

―De verdad, le digo que no es nada, señor. Todo está normal ―respondió el joven, evitando el contacto visual.

―Mira, si ha sido por lo de esta mañana, lo siento. Lo siento de verdad. Puede que me haya pasado y te pido perdón... Intentaré retenerme más a partir de ahora.

Aquella disculpa solo fue respondida con más silencio por parte del otro, quien por dentro era consciente de lo mal que debía sentirse su jefe al creerse culpable de algo de lo que no lo era. Pero no quería admitir sus celos tan pronto.

Cuando por fin terminó la cena empezaron a caminar rumbo a la casa del joven becario―otra de las medidas de acercamiento del CEO― para que ya allí le llevase a casa el chófer al estar su lujosa vivienda a las afueras de la ciudad.

Aquel silencio no hizo más que arrojar más peso al corazón de Plan, quien poco a poco empezó a sollozar más y más. Aquello despertó una expresión de incredulidad y preocupación en el rostro del mayor.

―Plan, de verdad... Esto no puede seguir así...―le animó a desvelar sus sentimientos―. Si esta mañana te he hecho sentir incómodo solo dímelo y te juro que no lo volveré a hacer. Pero por favor, no te alejes de mí...―rogó, creyéndose el culpable del sufrimiento del menor. La inmediata respuesta por parte de este fue correr hacia él, abrazándolo con todas sus fuerzas.

―De verdad, señor, no se preocupe... Usted no tiene la culpa de nada, en serio... Lo de esta mañana no me ha molestado en absoluto. Al revés, me ha encantado... Siento haberme portado así. Siento no haberle hablado durante casi toda la noche. Lo siento mucho... ―intentó mitigar la culpa del mayor―. Lo que me ocurre es que no quiero admitir que estoy celoso ―confesó, creando una expresión de sorpresa en el contrario―. Celoso de la relación que tiene con ese hombre. Naty me lo ha contado todo... Sé que fueron pareja y sé por todo lo que tuvieron que pasar y tengo miedo de que me olvide al haber vuelto él y me dé de lado...

Mean, aún incrédulo, correspondió el abrazo con aun más fuerza si cabe, dejándose llevar mientras sus ojos se inundaban ante un sobresaltado Plan, pues nunca había visto a su jefe en ese estado.

―Siento si ha sido muy infantil... Es la primera vez que descubro lo que son los celos y mi comportamiento ha sido horrible... Lo siento mucho...

Mean, aún con lágrimas en los ojos, se separó de Plan para luego sonreírle.

―Plan, por favor, nunca vuelvas a dudar sobre lo que siento por tí... ―le rogó. Inmediatamente después cogió con ambas manos la acuosa y resbaladiza cara del menor para fundirse en lo que Plan creía que era el beso más sincero que le había dado hasta el momento. Ya no lleno de lujuria y pasión, sino de cariño y ternura, aunque no exento de intensidad.

La historia del MeanPlan que no te quisieron contarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora