Shin Dara

Capítulo 1 - Almendra

¿Amarillo...? ¿Rojo quizás...? Rojo, definitivamente rojo. Enhebrar, punto y costura. Un dedo, punto y costura de nuevo. Cruzar, vuelta, y punto. Retroceder un dedo, punto nuevamente, costura y vuelta... No queda más hilo verde... Marrón servirá. Enhebrar de nuevo... Enhebrar, Pinchazo, otra vez, enhebrar. Punto y costura, punto, punto y cruzar...

La maciza puerta de roble de la entrada se abrió tímidamente dejando pasar una bocanada de aire frío, el rozar con el suelo provocó un chirrido ya familiar que ni siquiera hizo que San levantara la mirada. Era una mañana gris en la que luz a penas entraba por la ventana del comedor así que tan solo iluminado tan solo por el fuego de la chimenea el joven siguió sumido en su costura, o arreglaba aquella chaqueta para la tarde o Pyrus azuzaría los almendros mientras le castañeteaban los dientes. En si ya había realizado todos los arreglos importantes, el desgarrón de la manga derecha apenas era visible ahora y la capucha estaba de nuevo en su sitio y no se volvería a romper con facilidad, solo quedaba aquel agujero en el pecho, que, aunque pequeño si se ignoraba podría degenerar en un buen desgarrón. Se le había antojado en cuanto había empezado a coser que quería hacer algo especial con la chaqueta ya que era la primera vez que se ocupaba de remendarla enteramente él.

Respecto al "silencioso" sujeto de la puerta, San no necesitaba preguntarse quién era ya que, aunque entrará flotando podría reconocer a su hermano solo por el olor, últimamente olía a paja húmeda de establo, debía de haber estado rondando cerca de la casa de Alama.

—Y recuérdame... ¿Como terminó la chaqueta así? —Preguntó San sin alzar la mirada de la tela.

Pyrus, recién entrado del exterior dio un leve respingo y dirigió inmediatamente una sonrisa inocente a su hermano.

—Ya te dije, creía que el árbol aguantaría, pero el árbol no estaba de acuerdo conmigo, por suerte he comprobado que estoy bien. —Se asomó rápidamente a la cocina para comprobar si alguno de sus padres se encontraba allí, pero la encontró totalmente vacía, los calderos en su lugar, los instrumentos de cocina guardados, pero ni rastro de ellos. —¿Dónde están los papas?— Preguntó girándose de nuevo hacia su hermano.

San levantó la vista de su costura solo por un instante para mirarle con una ceja levantada. Su hermano le contempló con la inocencia con la que un ternero contempla al carnicero, mucha gente decía que se parecían, él pensaba que eran tan diferentes como un palo y una piedra; Pyrus era alto para su edad un par de años más que él, muy delgado y con la piel morena, en su rostro siempre se dibujaba la expresión de aquel al que le echan la bronca e intenta mantenerse serio pero no lo consigue; por otro lado él era bajo como un tapón incluso para su edad y más ancho, su piel era también morena pero de un marrón pálido, lo más parecido que tenían era el pelo, negro rizado y corto.

Pyrus se giró hacia el perchero de la entrada, aun llevaba la chaqueta de su padre que le venía mínimo tres dedos más grande de forma que parecía alguna clase de juglar o bufón de los que venían por las fiestas con sus extraños vestidos anchos, se la había pedido bien temprano esa mañana según él para ver como estaban los almendros, por si acaso no era obvio que quedaba para verse con Alama, sin embargo por la tarde no podría llevarla o seria su padre el que pasaría frío.

— Sé que estas bien, antes me preocuparía del árbol que de ti. — Le dirigió una sonrisa de complicidad y volvió de nuevo a su tarea.— Creo que la mama y el papa han ido con el alcalde para hablar de las reservas de invierno. — O al menos eso había supuesto él, raro que los llamara a los dos la verdad. — Por cierto, ya casi he terminado con esto.

Pyrus dejó rápidamente la chaqueta y se dirigió hacia su hermano. — ¡A ver! ¡A ver! —Dijo con entusiasmo.

— Solo una puntada más y... ¡Ya está! — Orgulloso de su trabajo San agarró los hombros de la chaqueta y la mostró a su hermano.