Prólogo

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Las llamadas recibidas en mitad de la noche nunca fueron portadoras de buenas noticias.

Alfred García se dio una palmada en la mejilla en un esfuerzo por despertarse y logro responder al teléfono en el segundo timbrazo 

 - ¿Diga?

Miró al reloj digital que tenía sobre la mesilla. Su turno de setenta y dos horas había acabado hacía tres, pero eso no significaba que el hospital no lo pudiera llamar en un caso de emergencia. El mismo había pedido que así lo hicieran.

 - ¿Es usted Alfred García, antiguo compañero sentimental de  Estela Muñoz ?

La boca se le llenó de un sabor amargo. No había sabio nada de Estela desde hacia un año. ¿Quien estaría llamando en su nombre? 

 - Soy mariana López, de los servicios sociales del Hospital de Madrid. siento informarle de que la señorita Muñoz ha sido asesinada. 

El corazón le dio un vuelco y se incorporo rápidamente.

 - ¿Estela está muerta? - no podía creerlo, la dura y agresiva Estela, la misma que había jurado que llegaría a ser la mejor abogada criminalista de todo Madrid-. ¿Cómo ha sido?

 - Un cliente logró introducir un arma en la sala de juicios y le disparó al no obtener el veredicto que quería. Pero ése no es el motivo de mi llamada, señor García.

- Doctor García - la corrigió él.

- He llamado para rogarle que se haga cargo de su hijo.

- ¿Mi qué? - su adormilado cerebro debía de haber entendido mal. se pasó la mano por el pelo y trato de despejarse.

 - Daniel, su hijo.

- Estela y yo no teníamos ningún hijo.

- Antes de morir, la señorita muñoz nos pidió que lo buscáramos y nos aseguráramos de que asumía la custodia del pequeño.

Alfred se estremeció. ¿Tenía un hijo? Era imposible, a menos que Estela hubiera estado embarazada cuando se marchó de Valencia para aceptar su trabajo en Madrid. Cuatro meses después de su partida lo había sorprendido con una carta, pero no había mencionado nada de su embarazo. ¡Si ni siquiera se había molestado en decirle por que lo había abandonado!

- Hace dieciséis meses que no veo a Estela. ¿Qué tiempo tiene el niño?

- Nueve meses. Sé que esto debe de ser una alarmante sorpresa, pero en la partida de nacimiento usted consta como su padre y la señorita muñoz lo nombro tutor en su testamento.

-¿Qué tipo de sangre tiene? - no era una prueba definitiva, pero sí indicativa. sabia que Estela había sido cero negativo, porque solía donar sangre con regularidad. Él era AB positivo.

Oyó que la mujer revolvía unos papeles antes de responder.

- El niño es AB positivo.

A Alfred se le encogió el estomago y el corazón se le aceleró. Casi se le cayó el teléfono de las manos. La calma de la que hacía alarde cuando trataba a sus enfermos en el hospital lo abandonó por completo.

-No voy a aceptar la responsabilidad de su custodia hasta que no le hagan la prueba de ADN y se pruebe que es hijo mío.

- Entiendo cómo se siente, doctor García. Pero insisto en que ha sido nombrado su tutor en testamento. Por supuesto, puede darlo en adopción si quiere, pero le sugeriría que primero conociera a daniel.

- ¿Dónde puedo verlo? - buscó un bolígrafo y un papel y apuntó la dirección, luego colgó el teléfono y hundió el rostro entre las manos.

Si Estela se había quedado embarazada antes de que su relación terminara, ¿por qué no se lo había dicho?

La verdad era que se había marchado sin dar explicación alguna. Cuatro meses después, le había escrito una fría carta y, a partir de aquel instante, había desaparecido de la faz de la tierra, negándose a contestar a sus llamadas y a sus e-mails. ¿Por qué? ¿había conocido a alguien mejor? ¿había llegado a la conclusión de que un médico de Pamplona no era lo suficientemente bueno para ella?

Se levantó y comenzó a pasear de un lado a otro de la habitación. Agradecía que sus compañeros de piso estuvieran trabajando. No se sentía con fuerzas para dar explicaciones.

Salió del dormitorio y recorrió el pequeño apartamento que compartía con otros tres médicos residentes. 

¿Qué demonios iba a hacer con un bebé? No podía llevárselo allí. Iba a tener que pedir que le dieran permiso para ausentarse del hospital. Por suerte, Sólo faltaban unos días para las vacaciones de verano.

Si el niño resultaba ser suyo, se lo llevaría a su casa, a Pamplona. Sus hermanos sabrían qué hacer. ¡Cielo santo! Tendría que decirles que la maldición de los garcía atacaba de nuevo.



Una proposición apasionadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora