C a p í t u l o 13

218 33 16
                                    

Valentía

Midoriya Izuku estaba aterrado. ¿De qué otra forma decirlo? Había esperado poco menos de quince años para admitir esa verdad que le estaba consumiendo.

Quizás haya visto villanos a la cara, pero la perspectiva que le esperaba era incluso más terrible que estar en presencia de All for One. O bueno, quizás exageraba un poco.

En cambio, Midoriya Inko solo esperaba que su hijo volviera. La casa se sentía muy sola desde que él se fue, aunque intentara enfocarse en otras cosas. Ella quería a su hijo a su lado, protegerlo del mundo cruel que le esperaba afuera.

Pero sabía que eso solo le molestaría.

Y ella no sería capaz de interponerse en sus sueños.

Lo recibió en la puerta de la casa, con lágrimas de alegría cayendo por sus mejillas. Le dio un abrazo a Izuku, sintiendo que el tiempo había pasado demasiado rápido.

¿En qué momento su hijo, su pequeño, se había convertido en ese hombre?

Su corazón latía con muchos sentimientos encontrados: orgullo, alegría, tristeza. Pero se enfocó en ese tibio sentir en su pecho de poder ver a su hijo junto a ella.

Izuku la abrazó aún más fuerte. Rezando porque esa no fuera la última vez que pudiera hacerlo. No pudo evitar soltar una lágrima que rápidamente secó.

Ese día saldría con su madre, verían la fuente en la plaza, irían a un parque cercano, y disfrutarían por un momento la compañía del otro. Y así fue.

Caminaron juntos, a veces hablando, a veces en un silencio agradable.

Pero Midoriya Inko podía notar que algo le sucedía a su hijo. De esos pequeños detalles que solo una buena madre podría percibir.

Sabía que la vida no había tratado muy bien a su hijo de pequeño. Al ser el único quirkless, un niño de grandes ideales que anhelaba ser un héroe tan fuerte como All Might, que sonriera ante el miedo; un pobre chico que estuvo condenado a abandonar su sueños a la temprana edad de cuatro años.

Pero entonces el destino le sonrió, y, a pesar de haber sido difícil para ambos, su hijo iba ya bien encaminado.

Sin embargo, había algo mal; esas ojeras, las heridas en sus labios, probablemente producto de su manía de morderlos, su mirada ahora huidiza, o las veces que se quedaba detallando la nada como si el mundo se le viniera encima.

Izuku, su hijo, que tantas veces había sido tan simple, tan fácil de leer para su madre; ahora parecía tan lejano, con demasiado que ocultar.

Y al cenar, ella no pudo quedarse tranquila viendo a su hijo sufrir en silencio.

O por lo menos, como un lunático, sonriéndole al pescado.

—¿Izuku..., ¡Izuku!?

— ¿Ah?

— ¿No hay nada de lo que quieras hablar conmigo? —se ofreció su madre, comprensiva.

Izuku solo se atragantó y tomó un poco de su agua, incómodo y visiblemente nervioso.

La hora había llegado.

Terminaron su cena en silencio, y luego de eso, Izuku se atrevió por fin a hablar con su madre.

—Mamá, yo... Sé que tienes otras cosas que hacer, pero quisiera hablar contigo.

La mujer dejó todo que tenía a mano, dispuesta a escuchar todo lo que su hijo tuviera que decir.

Izuku solo tenía que decir cuatro palabras; cuatro sencillas palabras que podrían darle libertad de esa opresión en su pecho.

Pero lo haría todo más real. Y eso le causaba terror.

Jugaba con sus manos, nervioso, tratando de conseguir el valor que necesitaba.

Era el momento de decir la verdad.

—Mamá, yo... Lo siento. Por favor, no te preocupes.

Sin embargo, Inko no pudo hacer otra cosa que correr a abrazar a su hijo, completamente preocupada.

—Izuku, ¿por qué lloras?

Midoriya se sorprendió de eso. ¿En qué momento esas lágrimas habían salido? ¿Y por qué no podían parar?

Era el miedo. Izuku no estaba preparado para romper el corazón de su madre; imaginar que esos ojos verdes compasivos le mirarían con extrañeza. No estaba listo para eso.

Pero su madre no merecía tantas mentiras.

Mamá... Me gusta un chico.

Todo se quedó en silencio por un momento después de esas palabras. Pero la mujer, demostrando su entereza, envolvió con sus brazos a su angustiado hijo.

Estaba reaccionando mejor de lo que Izuku alguna vez pudo imaginar.

—Todo estará bien, Izuku... Todo estará bien —dijo, como si también intentara convencerse a sí misma.

Midoriya Izuku sintió que un tremendo peso se había esfumado de sus hombros, a pesar de que las lágrimas salían a raudales por sus ojos, al igual que su madre.

—Jaja, se supone que los héroes no lloran —dijo intentando sonreír mientras secaba sus lágrimas.

Su madre sostenía sus manos en gesto de apoyo.

—Pase lo que pase, siempre serás mi Izuku, y solo me importa que seas feliz.

No pudo evitar llorar junto a él; no tanto porque su hijo tuviera esa inclinación, sino por todo lo que eso conllevaba.

Sería difícil para él, para ellos. Pero ella no podría apartarle de su lado cuando eso no era culpa de ninguno de los dos.

—Pero, Izuku, ¿cómo estás tan seguro? ¿Qué pasó con esta chica... Ochako? —cuestionó su madre, recordando cuando el chico le hablaba sobre ella.

—Estaba confundido, mamá —admitió—. Pero ahora... Solo puedo verla como una amiga. Supongo que todo sería más fácil si me gustara ella.

Izuku tenía la vista clavada en la mesa, mientras su madre escogía las mejores palabras.

—Izuku... Cuenta conmigo. Esto no es tu culpa. Eres mi hijo, y quiero que seas feliz —dijo la mujer, sonriendo con valentía.

Y el corazón de Izuku se sintió más tranquilo con ese abrazo.

—Gracias, mamá. Justo ahora... eres mi heroína.

}•{

My Hero's LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora