Siete

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—Estaba buscando a mi hermana.

Marguerite soltó las palabras bruscamente mientras Taehyung se quedó mirándola. Ella tenía las mejillas encendidas, y parecía al borde de las mágrimas.

Su esbelto cuerpo temblaba en sus brazos. Una máscara de plata se cayó de sus dedos, y ella no hizo ningún ademán para recogerla.

Miro hacia la puerta donde ella había salido. —¿Allí dentro?

Se soltó de su agarre e ineficazmente se acomodó el cabello. —Sólo tomé un atajo para no caminar sola a lo largo del corredor principal. Realmente no debería estar aquí esta noche.

—Ni yo.

Comenzó a andar por el pasillo, casi corriendo en su afán de alejarse de él, pero él se mantuvo detrás de ella, la mirada fija en la parte posterior de su cabeza.

—Marguerite, ¿puedes aflojar el paso?

Se detuvo abruptamente y se volvió hacia él. —¿Por qué? ¿Quieres decirme lo que estás haciendo aquí? ¿No dijiste que querías permanecer lejos de este lugar?

Un desacostumbrado resentimiento lo embargó. Maldita sea, había venido aquí por ella.

—Tú dijiste que nunca venías aquí.

Ella se alejó de nuevo, alcanzó la escalera principal y comenzó a bajar hacia los salones principales. Él la siguió, cogiendo su brazo en la parte inferior de la escalera. —Marguerite, ¿te has irritado porque estoy aquí o porque te he encontrado aquí?

Lo miró. —Las dos cosas.

Bueno, al menos estaba siendo honesta.

Él la apartó de la escalera hacia la puerta de servicio. —Estoy seguro que tienes una llave para las áreas privadas de la casa. Vamos a pasar por aquí.

La siguió dentro del oscuro rellano más allá de la puerta cubierta de bayeta verde y esperó a que sus ojos se acostumbraran a la luz tenue. La desnudez de este nuevo entorno era un gran contraste con la suntuosidad de los salones.

—Los hombres son todos mentirosos.

—No todos los hombres, ¿y quien dijo que yo te estuve engañando?

Sus ojos brillaban con desafío. —Has tenido sexo. Lo huelo en ti.

—No, de verdad, solo estaba…

Infierno, su explicación sonaba débil incluso para sus propios oídos. Difícilmente podría decirle que había ido a mejorar su técnica para beneficio de ella.

Marguerite se alejó tres pasos de él, los hombros rígidos, y sus brazos abrazando su cintura.
—¿Por qué no tuviste sexo conmigo?

Él luchó para no quedarse mirándola boquiabierto.
—¿Qué demonios se supone que significa eso?

—Eso significa que me he convertido en un símbolo de diversión. Una viuda solitaria que no puede prescindir de un hombre en su cama. Una mujer reducida a discutir con un hombre de por qué no quiere tener sexo con ella.

—No termino de seguirte.

Ella se volvió para enfrentarlo.
—Por supuesto que no, eres un hombre.

Él extendió sus manos ampliamente. —¿Qué quieres que te diga, Marguerite? ¿Qué siento ser un hombre, que lamento no haberte puesto encima de mi hombro inmediatamente, subir las escaleras y violarte en nuestra primera cita?

—Ahora estás siendo absurdo.

—Entonces, ayúdame a entender.

Ella levantó la cabeza lentamente. En la penumbra, las lágrimas brillaban en las esquinas de sus hermosos ojos. —Te dije que amaba a mi marido tanto que no pude contemplar la cama de otro hombre.

Perversión. » k.th (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora