Antes de que ella pudiera decir nada la vio.
-¡Maldición! Siento haberte despertado.
-No deberías decir esas palabras delante del niño - lo corrigió ella inmediatamente -. ¿Le has dado de comer y le has cambiado el pañal?
-Sí a lo segundo y no a lo primero. En el libro que me he leído dice que no se debe dar de comer a un bebé de nueve meses con un intervalo menor de seis horas. También pone que se debe dejar que se duerma cansado de llorar, pero por más que lo intento, no lo consigo.
-A veces es mejor olvidarse de los libros y seguir el instinto. ¿Quieres que le prepare un biberón?
El negó con la cabeza.
-No te preocupes, Amaia. Aitana me advirtió de que dejara uno preparado en la nevera. Tú puedes volver a la cama.
Amaia sabía que para mantener la necesaria distancia debía hacer lo que él le sugería, pero se sentía incapaz de abandonarlos a su suerte.
- Déjame que te ayude.
Se dirigió a la cocina y sacó el biberón. Lo puso a calentar y regresó junto a ellos.
Nada más llegar a su lado, Amaia acarició el rostro del pequeño y éste le lanzó los brazos. Tras un segundo de duda, Alfred le pasó al niño.
Pero, accidentalmente, el brazo de ella rozó su torso y notó cómo la piel se le encendía. El vello del brazo se le erizó y se estremeció.
Dani rápidamente hundió la cabeza en su hombro y se le agarró al pelo.
- Le gustas más tú. La verdad es que lo entiendo.
A Amaia se le aceleró el corazón por el comentario.
-Seguramente está acostumbrado a que sean mujeres las que se ocupen de él.
Alfred fue a por el biberón y regreso en un momento.
-Agítalo para que no tenga grumos. Luego te echas una pequeña cantidad en la muñeca para comprobar la temperatura.
Después de hacerlo, le tendió el biberón.
- Será mejor que se lo des tú. Siéntate.
Alfred siguió sus indicaciones y ella le puso el bebé en brazos, siendo extremadamente cuidadosa para no tocar al padre.
Él le ofreció el biberón al pequeño, pero éste lo rechazó.
-Vamos, muchachote, aliméntate.
El bebé se removió inquieto. Amaia notó que los dos estaban demasiado tensos.
-Relájate, Alfred; si no, él responderá con nerviosismo.
Aun sabiendo que probablemente se arrepentiría, se aproximó a él y comenzó a masajearle los hombros. El calor de su piel le recorrió los dedos y los brazos hasta llegar a sus pechos y sus caderas. Toda la tensión que él tenía se transmitió a su cuerpo y le constriño los músculos del estómago. Casi gimió al identificar el motivo: deseo.
Estaba claro que jamás había superado lo que sentía por Alfred.
En el momento en que Alfred se relajó, Dani dejó de moverse y agarro hambriento el biberón.
Alfred suspiró aliviado.
-No me extraña que tengas sed después de una hora de llanto intenso. Yo mismo me tomaría algo un poco mas fuerte.
Ella se secó en la ropa las palmas de las manos, húmedas por la excitación. Lo último que necesitaba era acompañarlo tomando una copa que la relajara y la desinhibiera. Sus sentido ya estaban demasiado desquiciados.