CAPÍTULO I

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Era a principios de un diciembre muy frío y gris, bajo el sempiterno embate de la lluvia, pero el fuego de leña de roble nunca había ardido con tanta fuerza en las enormes estancias de Nideck Point. Los caballos distinguidos, que en la jerga de Reuben se habían convertido en "caballeros distinguidos", ya estaban hablando de la fiesta de Yule, de tradiciones antiguas y venerables, de recetas de hidromiel y comida para un banquete, y ya habían encargado guirnaldas verdes a carretadas para adornar los umbrales, las repisas de las chimeneas y la barandilla de la escalinata del viejo caserón.
Para Reuben sería una navidad como cualquier otra. La pasaría allí, en esa casa, con Felix Nideck, Margon y Stuart, y con todos sus seres queridos. Esa gente era su nueva familia. Era el mundo reservado pero jovial y sin distingo de los morfodinamicos al que Reuben ya pertenecía, mucho más que al mundo de su familia humana.

Una encantadora ama de llaves suiza, de nombre Lisa, se había incorporado a la casa solo un par de días antes. La majestuosa mujer, con su ligero acento alemán y sus modales exquisitos, ya se había convertido en la señora de Nideck Point y como tal se ocupa de infinidad pe pequeños detalles de manera automática y sin esfuerzo, proporcionando una mayor tranquilidad a todos. Llevaba un peculiar uniforme, un vestido camisero de seda negra que le llegaba muy por debajo de las rodillas, se había recogido el cabello rubio en  un moño y sonreía con donaire.

Los otros, Heddy, la doncella inglesa, y Jean Pierre, el ayuda de cámara de Margon, aparentemente la habían estado esperando y la respetaban. Los tres hablaban con frecuencia de manera casi furtiva, susurrando en alemán mientras se ocupaban de su trabajo.

Toda las tardes Lisa encendía las luces de las tres en punto, como las llamaba, para cumplir del deseos de Herr Felix de que no se olvidaran nunca, y así las numerosas habitaciones siempre ofrecían un aspecto acogedor al acercarse la oscuridad del invierno.

Lisa también se encargaba de los fuegos en los hogares, que se habían vuelto indispensables para la paz espiritual de Reuben.

En San Francisco, los pequeños fuegos de gas de su casa eran agradables, si, un lujo incluso. pero a menudo quedaban completamente olvidados, En cambio, en Nideck Point, el crepitar de las llamas en el hogar formaba parte de la vida, y Reuben dependía de ellas, de su calor, de su fragancia y su brillo misterioso y parpadeante, como si Nideck Point no fuera una casa sino el corazón de un gran bosque que era el mundo, con su oscuridad eternamente invasiva.

Desde la llegada de Lisa, Jean Pierre y Heddy y habían ganado en confianza para ofrecer a Reuben y a Stuart todas las comodidades imaginables, como llevarles café o té motu propio o entrar en las habitaciones para hacer las camas en cuanto ellos las abandonan adormilados.

Reuben sentía que era su hogar, que cobraba forma de manera cada vez más compleja en torno a él, sin olvidar sus misterios.

Y desde luego no quería responder los frecuentes mensajes telefónicos que recibía de San Francisco, de su madre y su padre, o de Celeste, que en los últimos días no había parado de llamarlo.

El simple sonido de la voz de Celeste diciéndole "cielito" lo ponía nervioso. Su madre lo llamaba "niñito" de vez en cuando.

Podía soportarlo. Pero Celeste ya únicamente usaba ese viejo apelativo de cielito cuando hablaba con el. Todos los mensajes iban dirigidos a cielito, y ella tenía una forma de decirlo que a Reuben le resultaba cada vez más sarcástico o degradante.

La última vez que habían hablado cara a cara, justo después del día de Acción de Gracias, Celeste había arremetido contra él como de costumbre, por abandonar su vieja vida y desplazarse a ese rincón remoto del condado de Mendocino, donde aparentemente él podía "no hacer nada" y "convertirse en nada" y vivir de su cara bonita y "la adulación de todos estos nuevos amigos tuyos".

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⏰ Última actualización: Jan 13, 2020 ⏰

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