Día 3: Heridas.

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—Y bien, ¿me vas a decir qué pasó esta vez?

Preguntó Shiro, mientras dejaba su botiquín de primeros auxilios en el desayunador de su apartamento.

—Ya te lo dije, fue culpa de un gato callejero...

Keith, su novio oficial desde hacía casi seis meses (y su mejor amigo desde que tenía diez años), estaba sentado frente a él, en uno de los banquitos que solían servir más que nada como decoración, ya que rara vez los usaba realmente. Excepto cuando Keith aparecía ahí, herido después de una pelea, justo como ese día.

—Y supongo que el gato te hizo estos moretones en los brazos... ¿o fueron sus amigos?

Shiro solo recibió un bufido como respuesta. Levantó la mirada hacia su novio y devolvió el bufido de forma juguetona, cosa que al menos hizo sonreír a Keith... y de la que este se arrepintió al instante, a juzgar por la mueca de dolor que le siguió.

Se apuró entonces a buscar el material necesario en su botiquín. El desinfectante para las heridas, algodón, pomada, gasas y algunas banditas adhesivas.

—¿Aún tienes esas cosas? —preguntó Keith con malicia. Notó que estaba evitando sonreír, pues ahora sabía el dolor que ello le iba a implicar.

—¿Qué tienen de malo? —preguntó Shiro, con el ceño fruncido. Su mirada se dirigió por un momento hacia las manos de su novio, y tras notar que sus nudillos estaban demasiado rojos y que parecían a punto de sangrar, decidió que al final también necesitaría vendas.

—Que nadie con más de seis años usa banditas de colores, Takashi.

—A mí me gustan —respondió en su defensa, mientras se encogía de hombros. Una vez que se aseguró de tener todo lo necesario a la mano, colocó un poco de desinfectante sobre un algodón antes de ponerse frente a su novio.— Además, me gusta como se ven en ti... resaltan contra tu piel.

Esto último hizo que Keith soltara una risita. El tipo de risa nerviosa que solían escapársele cuando Shiro coqueteaba con él. Fue entonces que aprovechó para comenzar a limpiar las heridas que estaban por su rostro y en sus brazos.

Recibió un pequeño siseo por parte de su novio, pero ambos estaban ya acostumbrados a aquello. Keith al escozor que le causaba el desinfectante en las heridas, y Shiro a escuchar aquellos sonidos de protesta y dolor hasta que terminaba de curarlo.

Con el paso de los años que tenía conociendo a Keith (y vaya que eran muchos), Shiro ya había perdido la cuenta de las veces que había hecho aquello. Keith solía meterse en muchas peleas, desde que era un niño, y no siempre salía bien de ellas. A pesar de las constantes advertencias y consejos, no sólo de Shiro, sino también de cada persona que conocía lo suficientemente bien a Keith como para saber que él era en realidad una muy buena persona, Keith seguía involucrándose en peleas con algunos de sus compañeros, con sus molestos vecinos... e incluso con desconocidos.
Aunque, en su defensa, sólo se involucraba cuando su paciencia se agotaba por completo. Keith no era ningún tipo de buscapleitos.

—Entonces, este gato callejero que te atacó, ¿estaba acompañado? —preguntó Shiro, tratando de distraer a Keith mientras hacía su trabajo.

—Tal vez... Pero puedo jurarte que sí había un gato callejero involucrado. También estaba el idiota de Lotor...

Lotor. Él y Keith nunca habían aprendido a llevarse bien, en absoluto. Keith lo conocía desde el jardín de niños, según le había contado. Y desde entonces los problemas y la tensión entre ambos solo había aumentado.

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⏰ Última actualización: Jan 17, 2019 ⏰

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