19.- NINGUNA BUENA HISTORIA SE EMPEZÓ BEBIENDO EL TÉ

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Yuta se rascó las muñecas, con la mirada fija en los escalones frente a él, y ladeó la cabeza. Nunca había estado en el segundo piso de aquella casa, mucho menos sin compañía. Subir aquellas escaleras le parecía dar los primeros pasos adentrándose en un mundo completamente diferente, uno que le pareció tan lejano en otras ocasiones y tan sombrío en ese momento.

Después de más de tres días sin verlo, se preguntó si a SiCheng le gustaría la sorpresa, estaba absolutamente seguro de que no, pero no dejó que el pensamiento lo desanimara, tampoco era su culpa y prefería enfrentarse al enojo del menor antes de soportar las conversaciones de su padre con el señor Qian.

—La puerta al fondo del pasillo —le susurró el dueño de casa luego de indicarle las escaleras para que pudiera sorprender a su novio y su padre le lanzó una simple mirada con la que le prohibía negarse y hacerle un desaire al señor Qian, algo que a él muy poco le importaba.

Peldaño a peldaño, subió la escalera con parsimonia, con una mezcla de temor y expectación anudándose en su estómago. La casa de la familia Qian, en sí misma, le parecía una trampa mortal. Probablemente no moriría si caía y rodaba escalera abajo, pero sentía que una parte de su espíritu se hundía en la oscuridad con cada paso que daba.

Cuando estuvo en la cima y dos pasillos tenebrosos se abrieron a sus costados, se preguntó en cuál de los dos estaba SiCheng. Pudo bajar pedir especificaciones, pero, considerando lo difícil que fue subir una vez, estaba seguro de que no lo haría dos veces; por lo que sacó una moneda de su bolsillo y pensó en lo estúpido que debía verse dejando al azar una decisión tan simple. ¿Qué tan mal podía acabar de ir por el camino equivocado?

Deambuló un par de segundos y acabó frente al hueco que debía ser la habitación de alguien. No había puerta en el marco, mas sí marcas violentas donde debieron estar las bisagras que la sostenían, como si alguien hubiese arrancado de cuajo la pieza de madera. Las paredes interiores estaban pintadas de un gris apagado que no combinaba con el cubrecama azul descolorido ni el escritorio negro, pero sí lo hacían con el cuerpo que temblaba semi desnudo dándole la espalda.

Esa, en definitiva, no era la habitación de SiCheng.

Los movimientos de Kun fueron lentos y metódicos al ponerse la camiseta, por lo que pudo contemplar en todo su esplendor las cicatrices que cubrían su espalda y las marcas oscuras que debían ser moretones frescos y estaban repartidas de forma irregular sobre su piel.

Habría apostado su alma maltratada a que esos golpes y las marcas no eran producto de sus clases de Taekwondo.

«Mi hermano tiene la espalda llena de cicatrices, ¿te dijo que una vez lo golpeé con una varilla hasta dejarlo inconsciente?»

Tampoco podía imaginar a SiCheng golpeando a Kun con suficiente violencia como para dejar marcas permanentes en su piel, lo veía más siendo capaz de cortarse un brazo antes de herirlo, pero sí podía reconocer la forma de las cicatrices, al menos de la mayoría.

—Cuando te dicen «la puerta al fondo del pasillo» se refieren al otro pasillo, donde literalmente sí hay una puerta.

Sin percatarse, se quedó mirando fijamente los movimientos temblorosos de Kun, incluso después de que este lo encarara y se sorprendiera por su presencia. Al menos no lo estaba corriendo ni volviéndose loco por saberse espiado.

Acarició con un dedo las astillas en el marco de madera de la puerta, ¿quién la habría quitado del sitio? ¿Por qué?

Vio gotas correr por el rostro de Kun y se preguntó si sus temblores se debían a un baño reciente, al cansancio que mostraban sus ojos sostenidos por profundas ojeras o a una mezcla de ambas cosas, pero no se atrevió a exteriorizar sus dudas.

Rappelle toi que je vis [WinKun/KunWin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora