No permitió que lo recojan del aeropuerto, había alquilado una camioneta Mercedes, su vuelo llegó con un leve retraso, pero, gracias a su tarjeta de pasajero frecuente en primera clase, la experiencia no fue del todo mala. Llegó a Pueblo Libre, a la casa familiar, su padre no lo recibió efusivamente, ni alagó sus méritos. Su madre lloró al verlo y esto lo hirió profundamente. Esa primera impresión, avivó su rencor y se portó fríamente con todos. A la mañana siguiente empacó sus cosas, cogió la camioneta y cuando todo estaba dispuesto para salir, su viejo abrió la puerta y le dijo, casi gritando: "Ya sé que te vas a San Bartolo, toma las llaves y llévate a Canela, nosotros iremos mañana". Y cerró la puerta para no darle opción a respuesta. Como un acto reflejo el ejecutivo murmuró: "La sigues cagando, viejo de mierda". Él estaba camino al aeropuerto con la perra al lado, en el asiento del copiloto. De cuando en cuando miraba a su perra, ella parecía contenta de tenerlo cerca después de haberlo esperado tanto. El hombre de negocios le dijo: "Lo sé Canela, no te voy a llevar a la fría Canadá, te llevaré a la playa, al fin y al cabo, eres mi responsabilidad".
Al ir llegando a la playa él no reconoció nada, el sur había cambiado, estaba mucho más poblado y las casas y departamentos eran modernos. No estaban los antiguos puntos de referencia. "¿Ahora Canela, sabrías decirme por dónde es?" Y Canela posó sus patas sobre la guantera y comenzó a ladrar la ruta, un viejo truco que el padre le había enseñado a la perra y él celebraba de niño. Una puerta de madera cubría la entrada a la playa con un letrero: "Playa de estacionamiento llena". Se acercó el portero, un hombre moreno, fuerte y joven y le dijo: "Disculpe señor, no puede pasar, sólo para residentes". Detrás de él vino el viejo portero quien vio a Canela, lo vio al hombre de saco y corbata, le dijo: "Eres el hijo del señor Bartolo, cuanto gusto me da verte, ya estás hecho todo un hombre." "Déjalo pasar", le dijo al moreno joven. El Graduado PHD en Finanzas Internacionales le dio las gracias al señor Marcelo y casi se le sale una lágrima al verlo, y recibir su primer reconocimiento, que tanto ansiaba. Pero el rencor no la dejó salir. Abrió la casa y estaba cerrada por lo menos unos tres meses. Como se enfureció uno de los más brillantes ejecutivos de Bolsa, pero se dijo a sí mismo. "Voy a demostrarles a todos que soy mejor que ellos". Se remangó la Camisa, se sacó la corbata mientras Canela, lo observaba desde su rincón de la cocina, en calma, acompañándolo en su sufrir, como siempre. Limpió toda la casa y la preparó como a los quince años, cuando pidió tener el primer fin de semana la casa para hacer una fiesta, con la condición de asearla y ordenarla todita.
Al terminar ya era tarde, había sacado la basura una sola vez, para evitar a los chismosos de los vecinos. Se dio un duchazo, y le sirvió a Canela las bolitas que ella agradeció con un pedo descomunal. Luego comió el residente de Toronto, comió las cosas que había traído del supermercado. Comía en Toalla, como cuando regresaba de niño de sus excursiones en la mar brava, cabalgando una tabla. Al terminar de comer vio a Canela sentada sobre su cola y sacándole la lengua junto al piano. Se acercó y reconoció que lo había limpiado muy bien, incluyendo la caja acústica. Y comenzó dar teclazos, que después se convirtieron en melodía, era Chopin, y los sonidos bucólicos invadieron la habitación y las olas parecieron dejar de romper y los vecinos dejaron de hablar y por los húmedos vientos marinos la música se convirtió en rocío que humedeció de melancolía todo el balneario.
Cayó rendido luego de acabarse una botella de vino carísima del Valle de Napa, que no compartió en la cena familiar. Se despertó un martes a las 5:30 de la mañana. Revisó su maleta y no tenía ropa adecuada para la playa, sólo combinaciones de blancos, negros y grises. Abrió su antiguo armario y encontró su ropa de surfer, y el Bussinessman sonrió. Se calzó las chancletas y salió a pasear como cuando era niño, con Canela suelta y por delante. La playa estaba completamente vacía, el bajó a las piedras y sintió el mar en sus pies, Canela guardaba su distancia, caminaron juntos por las piedras y luego por la arena. El soltero codiciado número cuarenta y cinco de la revista Fashion se descalzó y dejó que sus pies se hundan en la arena, fue un masaje exquisito y su cuerpo reconoció su hogar. Canela ladró en la casa de Miguelito Rondán, él recordó la última noche que pasó en San Bartolo y le rompió la Boca a ese desgraciado en el restaurante de don Bartolo, su padre.
Luego, con Canela caminaron por el recodo de los peñones, donde tuvo su encuentro con Laurita, en una noche de luna llena. Ella era bronceada eterna, una de las chicas más lindas de la playa y exquisitas también, fue después que rompió con Miguelito, el surfer profesional del balneario, que se volvió medio puta y el viajero frecuente en Bussiness tuvo su oportunidad. Ella lo había llamado a lo oscuro, estaba preparada con su pareo, que lo extendió en esa diminuta playa, a las dos de la mañana, se sacó las lindas tetas frente a él y le dijo: "Muéstrame que harías si estas tetas fueran tuyas". Canela hizo un sonido de pena, él se dio cuenta que había perdido forma, ya estaba muy crecida. Fueron juntos a buscar agua y la consiguieron de un vecino que estaba regando las plantas de su pequeño jardín. El cielo se estaba despejando mientras pasaron por la iglesia y doblaron antes de llegar a la municipalidad para caminar por el malecón de playa sur. Desde arriba vio el muelle de pescadores y buscó unas escaleras para bajar.
Los pescadores estaban repartiéndose las carnadas, salían perezosamente uno tras otro, empujando con velocidad sus botes a punta de inclinar sus cuerpos en cada remada, en poco tiempo ya habían recorrido cincuenta metros. Los más viejos reconocieron al que era fan número uno del Mercader de Venecia y lo saludaron con cariño. Los observó hacerse a la mar calma por varios minutos, caminó luego junto a la playa y Canela le comenzó a ladrar a una estrella de mar y perro viejo aprendió un nuevo truco, cuando este renacido San Bartolense le tomó una foto con el celular, Canela estaba mojada, con la estrella de mar en la cara, posando como una modelo profesional. Se rio y recordó todos esos maravillosos momentos jugados con ella en la playa y allí sí soltó las lágrimas y el rencor comenzó a derretirse. Percibió la playa con sus sentidos básicos como cuando era un ser humano primitivo, en su arcaica niñez. Se sacó el polo y entraron juntos a nadar al mar, estaba en pésima forma física y no aguantó mucho, salió casi muerto y lo peor es que Canela no lo dejaba sentarse a descansar, le ladraba y se le acercaba con los pelos mojados, de lo puro nerviosa que se puso al verlo tan mal. Pero que bien se sintió el mar, como ese líquido vivo, enorme remeció y lleno de energía su cuerpo, de felicidad.
La fauna silvestre y de mascotas se juntaba por la mañana, los perros que eran paseados, los perros que andaban libres, las Gaviotas, unos nerviosos Ostreros Americanos, unos juguetones Chorlos y hasta vio unos raros Gaviotines Elegantes. Su padre le había enseñado los nombres de los pájaros en sus paseos, Bartolo quería que su hijo fuera músico y a la vez se encargase del restaurante, pero él señorito sacó una beca para estudiar en una universidad extranjera y dejó a toda la familia. El melancólico muchacho continuó su marcha y se acordó lo linda que era su madre y lo divertida que era con las amigas, como siempre lo protegía de sus travesuras y lo cariñosa que ella era cuando lo llenaba de besos. Su madre era un ser humano nacido para perdonar, perdonaba a todos, hasta a los que no le pedían perdón, entonces el rencor salió de su cuerpo.
Dejó un recipiente con agua en la entrada de casa, puso las pepas de la perra en un bol y Canela lo espero sonriente, bajo el dintel, mientras el remaba con sus brazos sobre su tabla para correr las olas. Se saludó con antiguos vecinos tablistas flotando sobre el mar y recibió de ellos grandes afectos y recuerdos, corriendo un rato pasó lindos momentos. Vio llegar con alboroto a toda su familia y salió surcando una ola del mar, desde lo alto de la cresta les levantó las manos y ellos gritaron emocionados, como cuando montó su tabla por primera vez. Corriendo se acercó a ellos, y él volvió a ser Fito, le dio un abrazo a su padre, que su padre respondió con mucho amor, su madre no lloró, sino que lo llenó de palmazos y besos al mismo tiempo. Comenzaron a descargar las cosas y mientras todos ayudaban y le agradecían haber preparado la casa para el verano, Fito tomó la decisión de no irse nunca más, se sentó al piano y como siempre hizo cuando ordenaban en familia la casa, comenzó a tocar "Nocturna" de Chopin.
JAP.
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La Vuelta
Short StoryUna simple historia del regreso de un ejecutivo exitoso a los paisajes de su niñez.