El sonido que precedió a Alfred al descender la escalera le aceleró el corazón.
No iban a hacer el amor hasta el día siguiente. Entonces, ¿por qué estaba tan nerviosa?
Alfred se había cambiado el traje por unos vaqueros y una camiseta blanca. Le recordaba al estudiante de instituto que había sido tiempo atrás, pero con aquel atractivo sexual del hombre maduro. Iba descalzo y con el pelo echado hacia atrás, como si hubiera tenido tiempo de peinárselo.
-¿Dani se ha quedado dormido?
AM-Sí, hace unos diez minutos -atravesó la habitación, agarró la revista que ella tenía en la mano y la lanzó a la mesita central.
Alarmada, ella se tensó.
-¿Qué haces?
Su mirada de depredador era suficientemente explícita.
-Vamos a tumbarnos en el sofá y resarcirnos de tantas interrupciones e inconvenientes.
-Pero si no tenemos anticonceptivos...
El se acomodó en el sofá abrazándola amorosamente. Sus muslos y caderas presionaban las de ella y su caja torácica rozaba su brazo. El aroma a colonia y a crema de afeitar resultaba provocador. Comprobó que se había afeitado para ella y se asustó.
Sonrió insinuantemente.
-No vamos a necesitar condones hoy.
La abrazó aún con más fuera y detuvo su boca a sólo unos milímetros de la de ella.
-Si no te gusta algo, todo lo que tienes que hacer es decir «no».
-De momento, no tengo reparo alguno.
-Bien, Amaia, porque llevo todo el día pensando en esto -posó la cálida palma de su mano sobre la mejilla y cubrió sus labios con un beso tan sensual que le debilitó las rodillas.
El sorbió la esencia de su boca y la sedujo hasta lograr que ella la abriera en una clara señal de entrega. La danza de su lengua en el interior de la cavidad untosa le provocó un fuerte cosquilleo en el estómago.
Amaia no sabía qué hacer con las manos, pero estaba segura de que debía colocarlas en algún lado: en el cuello, en sus hombros, en su cintura...
De pronto se sobresaltó al sentir que le acariciaba el escote.
-¿Alguna vez has hecho algo de esto en un sofá?
Ella suspiró.
-No.
-¡No es posible!
-Yo era el cerebrito de la clase, ¿recuerdas? Nadie me invitaba a salir.
-Los chicos adolescentes se caracterizan por su estupidez. Pero seguro que en la universidad...
Ella se ruborizó avergonzada. Había estado tan ocupada ayudando a sus padres a criar a un montón de hijos que no había tenido tiempo para salir ni conocer gente. Además, había estudiado como una loca para no perder la beca que le habían concedido.
-No me fui a vivir al campus. Iba y venía cada día a la universidad de Pamplona.
Alfred se incorporó y la miró completamente anonadado.
-Amaia, ¿eres virgen?
Ella habría deseado poder mentir, pero no era su naturaleza.
-Sí.
Él se levantó y comenzó a pasear inquietamente de un lado a otro de la sala.
-Quizás sería mejor que reconsideraras esta idea de tener una aventura de verano.
Ella lo miró con temor.
-No, Alfred, no quiero reconsiderarlo. Conozco a todos los hombres de esta comunidad y no me apetece estar con nadie. Además, tú eres de fiar, nos conocemos de toda la vida y no te vas a quedar aquí mucho tiempo. Eso significa que no me acordaré de ti desnudo cada vez que me cruce contigo en la frutería.
El se volvió con el rostro lleno de dudas.
-Pero Amaia...
Su rechazo la hirió. Se levantó del sofá, se puso las sandalias, dispuesta a escaparse a la soledad de su cuarto antes de hacer algo necio como echarse a llorar.
-Olvídalo todo. Ya veo que muchos hombres consideráis la virginidad como una enfermedad infecciosa.
Alfred trató de impedir su marcha interponiéndose en su camino.
-Amaia, no es eso.
-Olvídalo, probablemente te decepcionaría.
Ella apretó los labios y trató de escapar de él. Pero él se interpuso de nuevo.
-Esto no es algo que se pueda deshacer una vez hecho.
-Lo sé -dijo ella entre sollozos-. Pero tengo veintiocho años y tú eres el único hombre que he conocido en mi vida que me hace sentir femenina y sexy.
El no pudo contener una sonrisa de medio lado.
-En tal caso, señorita Romero, permítame ser su tutor por una vez.
Ella se quedó sin palabras mientras él le tomaba las manos y la invitaba a enlazarlas alrededor de su cuello. Luego rodeó su cintura y se la acercó suavemente.
-Si hago algo que no te gusta o voy demasiado deprisa, dímelo.
Una sonrisa tembló en los labios de ella.
-No tienes que...
-Quiero hacer el amor contigo, Amaia.
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Deje el segundo capitulo de una propuesta descabellada tambien.