Apretó su cuerpo hasta que sus senos se expandieron sobre el torso masculino. Su calor penetró por la fina tela de su vestido y él notó que se endurecían los pezones como si los estuviera acariciando con la mano. La idea de que pudiera tocarla tan íntimamente le provocó un estremecimiento.
Su mente estaba confusa y los pensamientos se entrelazaban difusamente.
«Piensa, concéntrate en lo que debes hacer», se dijo ella.
Flexionó los dedos en un gesto indeciso. A los hombres, según los artículos que había leído en revistas, también les gustaba que los tocaran. Pero, ¿dónde exactamente? Hundió las yemas en el pelo de Alfred. Los cortos rizos acariciaron sus palmas distrayéndola momentáneamente, hasta que los besos de él volvieron a captar su atención. Ella deslizó las manos sobre los músculos de sus hombros. Pero sus movimientos resultaban poco ágiles y descoordinados.
El alzó la cabeza y soltó un largo y reconfortante gemido. Bien. Al menos uno de los dos estaba disfrutando de aquello.
El la besó una vez más, con más intensidad, más profundamente. Tiempo atrás, ella había memorizado un mapa con las zonas erógenas de los hombres, pero su recuerdo era difuso y aún se emborronaba más a medida que él la besaba. ¡Él sí que sabía lo que hacía!
Una vez había leído un artículo titulado «Cómo seducir a tu hombre». Pero en el momento en que él agarró sus glúteos, empujó su pelvis y entró en contacto con su feminidad, toda información se desvaneció.
Alfred se detuvo un momento y la miró fijamente.
-Amaia, ¿cuántos libros sobre sexualidad y relaciones de pareja has leído? -le preguntó, como si supiera exactamente lo que estaba en la mente de ella.
-Por lo que veo no los suficientes.
-Pues a mí me parece que más de la cuenta. Estás pensando demasiado.
Avergonzada, se ruborizó de arriba abajo. Trató de apartarse, pero él la sujetó con más fuerza.
-Relájate. Estás demasiado tensa -le dijo él en un tono de voz seductor e hipnótico-. Concéntrate sólo en lo que sientes al notar mis dedos sobre tu piel. Hacer el amor es algo que hay que sentir, no que pensar.
Aquel comentario captó de inmediato su atención.
-Pero no vamos a hacer el amor.
La sonrisa de él le hizo flaquear las piernas.
-No en el sentido estricto de la palabra, pero sí de un modo más indirecto.
¡Cielo santo! Sus palabras acabaron de turbarla.
El le besó los párpados y le rogó que cerrara los ojos.
Ella se concentró en el olor masculino, en su tacto, en la textura de aquellas manos que la acariciaban desde el cuello a la cintura, pasando por los hombros y recorriendo la columna.
-Se te ha puesto la carne de gallina. No te puedes imaginar lo excitante que es para mí saber que puedo provocar ese efecto.
Tampoco él se podía imaginar lo excitante que era para ella el tacto que se lo provocaba. Había logrado sensibilizarle la piel hasta el extremo de que incluso el roce de su propio pelo sobre la espalda la atormentaba.
El describió un erótico camino con la lengua sobre su hombro y ella gimió.
Alfred la llevó de nuevo al sofá, se sentó y la invitó a posarse sobre su regazo. Ella notó de inmediato su erección y una inmensa necesidad gritó en su interior.
-Cierra los ojos de nuevo.
En el instante en que lo hizo, comenzó a deslizar el dedo por la línea de su pelo, sus cejas, su nariz, hasta llegar al cuello Luego volvió a su cuello, a sus labios, al hombro. No saber qué vendría después acrecentaba el erotismo.
Finalmente, un par de dedos tiraron del lazo que ataba la parte superior del vestido al cuello. Lo desató, pero no dejó que la tela la descubriera por completo. Lentamente, fue deslizando la pieza y haciendo que su mano rozara su piel, sus senos. Los dos gemían llenos de deseo.
-Eres deliciosa, Amaia. Tu piel es tan suave.
La empujó lentamente hasta que yació sobre el sofá. Una vez allí, la besó repetidas veces. Cuando notó su palma sobre el seno suspiró llena de deseo.
Él levantó la mirada y ella sintió que el intenso fuego de sus ojos podía abrasarla.
-¿Estás bien?
Ella se limitó a asentir. El inclinó la cabeza y atrapó uno de sus pezones entre los labios. Amaia hundió los dedos en el pelo de él.
El deseo era tan intenso que la incitaba a gritar su nombré.
-Alfred, por favor -no sabía realmente lo que estaba pidiendo, pero necesitaba algo que aplacara aquella incontrolable tensión.
Llevó la mano hasta su tobillo y fue ascendiendo lentamente, mientras su boca jugueteaba con su seno.
Ella lo invitó a acercarse aún más.
Él la besó con más entrega aún, justo antes de deslizar la mano por debajo de su falda y de encontrar la goma de sus braguitas. Al introducir los dedos la notó caliente y húmeda.
Pronto su roce experto provocó su primer y rápido clímax.
Antes de que ella recuperara la cordura y pudiera sentirse avergonzada de lo que le acababa de suceder, él se deleitó de nuevo con sus senos, provocándole un inmenso gozo.
En aquella segunda ocasión, la explosión de placer se produjo aún más rápido. En sólo unos segundos ya estaba gimiendo su alivio.
Con su apetito satisfecho, quiso devolverle el favor y se lanzó a sus brazos dispuesta a hacer lo que le pidiera.
Pero el llanto de Dani los interrumpió.
Alfred apoyó la cabeza sobre su hombro y resopló desesperado.
-Me temo que éste es el final de la primera lección. Y es una pena, porque la continuación prometía.
Se levantó del sofá después de besarla y la cubrió con el vestido.
-Que duermas bien, Amaia.
-¿Y tú?
A pesar de la patente tensión que había en su cuerpo y en su rostro hizo un guiño.
-Mañana.
Alfred la dejó con la sensación de haber descubierto algo nuevo y demasiado excitante y con ansia por devolverle lo que le había dado. Ya no temía su viaje a Loma Alta. Muy al contrario, lo estaba deseando.