abuelos; lado a

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-Todavía no entiendo cómo me convenciste de hacer esto- Gwilym estaba de brazos cruzados con el ceño fruncido, evitando a toda costa el contacto visual con Mia.

-Porque es una excelente idea, Gwil. Si a Kat fue lo primero que se le vino a la mente, mis papás lo van a comprar totalmente- la muchacha estacionó el auto con una sonrisa triunfante.-Relajate- agregó, bajándose del auto.

Los amigos habían manejado alrededor de 5 horas para llegar a Manchester. Era un domingo soleado aunque frio, lo que avecinaba los últimos días de verano. 

Prácticamente, todos sus conocidos estaban al tanto de su embarazo y para su tranquilidad, sólo había recibido felicitaciones y buenos deseos.

Sin embargo, las semanas de Mia habían estado plagadas de nerviosismo, pensando cómo le iba a decir a sus padres que tendría un bebé ella sola ya que su ex-novio la había abandonado. En realidad, todo la ponía nerviosa: prácticamente no tenía contacto con sus padres y un parte de ella solo estaba haciendo esto porque su hermana menor se lo había implorado.

-Tu papá va a matarme- dijo Gwil tocando timbre. La respuesta fue interrumpida por la veloz aparición de la señora Lewis.

-Hola, mamá- habló ella, casi con indiferencia.
-¡Hija, hola, cuánto tiempo sin verte! ¡Mirá esa panza!- respondió, arrojándola en un incómodo abrazo que Mia no correspondió. -Este debe ser tu querido novio ¿no?- agregó con una risilla.
-Un gusto, señora Lewis- extendió su mano.
-Llamame Margaret.

La señora los hizo pasar a la casa, cuya anatomía no se distinguia de cualquier hogar residencial. Un hall, con el living a la izquierda y el comedor detrás. Las escaleras a la derecha y la cocina escondida detrás de un desayunador.

En el cabezal de la mesa principal ya estaba sentado Robert Lewis, quien se levantó al verlos entrar. Mia se forzó a abrazarlo mientras que vio el excesivo apretón de manos que compartía con Gwil, a quien además le dedicó una sonrisa tosca.

-Sientense, que la comida ya está hecha- exclamó Margaret corriendo hacia la cocina.

Cuando volvió, con una bandeja de carne en sus manos, Mia se sorprendió al verle las pronunciadas arrugas que tenía en su cara, que ahora se notaban más gracias a la luz. Su madre no llegaba a los sesenta años y así y todo simulaba tener mucha más edad.

-¿Cómo está el bebé, hija?- preguntó la mujer una vez servido todos los platos.
-Bien, sano, por suerte- respondió intentando sonar lo más dulce posible.

El señor Lewis bebió de su copa de vino y se dignó a decir las primeras palabras de la velada.

-¿Hace cuánto están juntos?- preguntó, serio.

Gwilym y Mia se miraron. Esa parte del plan se la habían salteado.

-2 años.
-4 años- respondieron al unísono, ganándose las miradas confundidas.

baby blue. || gwilym lee ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora