Me gustan mucho los deportes, sobre todo el fútbol. No es la gran cosa. Cualquiera creería que con mi aspecto físico soy un enclenque que no sabe patear un balón, pero no es así. De hecho soy bueno, pero no pertenezco a ningún equipo, porque no soporto a personas dando órdenes.
Y si lo pienso más, también tiene que ver el hecho de que nadie confía lo suficientemente en mi como para darme una oportunidad en ello. En mi lugar, está Emilio.
Emilio es simple a la hora de jugar, es predecible y siempre se va por lo seguro. Eso es lo que lo hace aceptable. Aunque para mí nunca sería lo indicado, a él parece funcionarle. Las chicas están locas por él, pero no hay mucho que decir, las chicas están locas por todo chico que juegue con algún equipo del colegio. Esto le sube los humos a niveles insospechados, se emociona exageradamente cuando su movimiento en el campo es adecuado y siempre se asegura de llamar la atención con ello.
Nunca he entendido del todo porque está tan sediento de atención y porque hace todo lo que esté en sus manos para obtenerla. Tiene lo que siempre ha querido: fama, belleza y cariño. Lo apoyan.
Ha metido un gol en medio de un golpe de suerte, las chicas vitoreaban y María lo miraba en su puesto sobre las gradas. Ella es muy linda, pero nunca he entendido por completo cómo está con alguien del calibre de Emilio. No estoy diciendo que no le esté a la altura ni mucho menos, Emilio Osorio no es ningún dios. En realidad, Emilio Osorio solo es un chico de dieciséis años que usa dos o tres palabrotas en cada oración y se cree un experto en las relaciones personales. Como todo chico de la edad. Pero es que simplemente no me entra en la cabeza la razón por la que ella está con él. Ella es todo lo que Aristóteles no busca en una persona.
Hace un calor espantoso. Perdimos, porque todo el equipo es un asco y después de la lesión de Ari todo se fue a la mierda. Las mejillas me arden y tengo los tenis cubiertos de tierra, gracias al cambio drástico del clima durante el juego. Un sol arrasador y una lluvia incesante. El agua de lluvia ha hecho que se pegue la camiseta a mi espalda, y mi cabello a la frente. Tengo tierra en la nariz, estoy seguro, porque tengo unas enormes ganas de rascarla pero la gente me mira y yo sólo puedo fingir tranquilidad.
Estos eventos son cansados, no me gustan. Pero aún no sé la razón de porque sigo aquí. Tal vez espero que Aristóteles se me acerque a agradecer mi presencia, me invite al salir y termine confesando su amor por mi. Lamentablemente no hay nada que confesarme. Así que no se acercó, ni agradeció mi presencia en el juego ni me invitó a salir.
Me levanto de la banca y trato de salir de ahí sin llamar la atención, entre la gente que intenta lo mismo que yo.
-¡Joaquín, espera!-me dicen, y aunque reconozco la voz desde un principio, me ilusiono pensando que es él, porque esto es el tipo de cosas que Aristóteles haría-: escuché que van a hacer una nueva elección de fútbol. Ya sabes, los de sexto año se empiezan a concentrar en sus Áreas y la verdad es que no están dando el cien por ciento. ¿Por qué no lo intentas?
Pero no lo es y, aunque ya lo sabía, no sé porque me sigue desilusionando.
-Sabes que no entraría al equipo, Diego-respondo casi tan rápido como la pregunta fue lanzada. Diego es más amigo de Emilio que mío, pero nos llevamos bastante bien. Es común encontrarnos en el bus por las tardes de regreso a casa, así que nos conocemos en ese lapso de veinte a treinta minutos al día. En lo personal, me cae de maravilla y creo que el sentimiento es recíproco.
Diego es rubio, altísimo y delgado de líneas definidas. Ha embarnecido con las prácticas de fútbol y últimamente atrae mucho las miradas de las chicas, pero él sólo tiene ojos para una de ellas.
-Por favor, Joaco, no digas tonterías-rió mientras negaba de extremo a extremo, su risa era cautivadora: sus ojos se achinaban y el cabello rubio oscuro se le mueve con las vibraciones de su garganta-. Eres buenísimo. Si pasaras más tiempo en Canchas y menos en la biblioteca, seguro todos lo sabrían.
-Me gusta estar en la biblioteca.
-Pero pasas desapercibido.
-¡Me gusta así!-espeto, algo hastiado de tener que explicarle cuan maravillosa es la vida cuando no estás viviendo la propia. Diego frunce el ceño por mi tono al hablar. Nunca antes le he sido irrespetuoso, y aunque no considero mucho haberlo sido en ese momento, sé que no debí alterarme por algo tan inútil como el en qué uso mi tiempo libre-, oye, lo siento. Es sólo que no me gusta que la gente me observe, me gusta vivir tranquilo y no me interesa llamar la atención. Todo lo contrario.
-¿Y ser parte del equipo te lo impediría?
-Por supuesto que sí, Diego. Lo sabes.
Diego hace una mueca casi indescifrable, pero logro entender que es a causa de que yo tengo la razón al respecto.
-Emilio es un caso aparte.
-¿Lo es?-pregunto irónicamente:- Yo también soy actor-y Diego no insiste más, tan sólo camina a mi costado hasta la parada de autobuses. Quedé de ver a Renata, mi mejor amiga, ahí para ir rumbo a mi casa. Pero me canceló al último minuto. Afortunadamente estar más tiempo con Diego no es para nada incómodo.
-¿Qué es lo que tienes con Emilio?-me pregunta repentinamente.
-¿Qué?
Paro de caminar casi al momento. Diego se detiene junto conmigo, mirándome fijamente. Ahora sí era incómodo. Jamás habíamos hablado de cosas personales. No, al menos, si el otro no lo sacaba a colación. Era lo bueno de estar juntos. Era un acuerdo tácito entre ambos: si yo no le hablo de mi familia, él no debía preguntar. Si él no me habla de su relaciones, yo no debía preguntar. Así es cómo eran las cosas hasta ayer por la tarde, pero él finalmente traspasó esa barrera que nos dividía de lo que es "llevarse bien" a la amistad.
-Algunas veces me da la sensación de que siempre lo estás evitando-se explica, y aunque algo en mí se alivia, la otra parte no parece sentir lo mismo-, ¿por qué? ¿hay problemas entre ustedes?
Es cierto, lo evito tanto como puedo. Evito que me mire, me hable o sepa de mi presencia cuando lo único que quiero es ver sin ser visto. Especialmente porque sé que interactuar todo el tiempo significaría volver a encapricharme con él.
-No lo evito, ¿sabes?-aunque insisto en ello, Diego no parece convencido de que sea así. Quizá me conoce más de lo que creí-: me cae muy bien, en realidad.
Diego estaba a punto de responderme cuando su teléfono móvil inició a sonar. No necesité demasiado tiempo para entender que no me la iba a dejar tan fácil, debía relajarme, olvidarme de evitar a Emilio en todo momento y hacerle entender que nada malo ocurría. Sin mencionar que realmente nada ocurre con él y conmigo. El chico contesta, se despide inmediatamente y sale corriendo de vuelta al colegio. Aunque la curiosidad me mata, prefiero seguir con mi camino que investigar lo que ocurre.
Y la tarde hubiesen seguido su curso natural si no fuese porque Emilio estaba caminando rumbo a la parada del bus, solo nuevamente. Él nunca toma transporte, comúnmente su padre viene a recogerlo o un chófer mandado por su madre se encarga de realizar la tarea. Ahora, la cosa era distinta.
Lleva los cascos puestos y camina con la cabeza clavada en el piso, con las piernas abiertas y una triste caminata. De espaldas parece una chica que no aprobó su examen universitario, un viejo al que le diagnosticaron cáncer o una mesera que no le alcanza para la renta de la casa de sus sueños, pero no logro entender la razón por la que tenga ese aspecto, por la que caminé así y por la que tenga la necesidad de estar solo. No entiendo la razón por la que Emilio camine como si quisiera ser alguien más.
Porque él, simplemente, lo era todo.
ESTÁS LEYENDO
IMPOSSIBLE, emiliaco.
FanfictionJoaquín se ha enamorado de Aristóteles Córcega, ¿el problema?: es que él no existe. Y Emilio está ahí para recordárselo.