Prólogo

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Mi padre adoptivo y yo nos dirigíamos a su maravilloso trabajo del que tanto hablaba, estaba tan sonriente y feliz porque por fin conoceré más a fondo sobre su trabajo, además de que me contó que me iba a enseñar todo lo que conlleva ser un químico profesional para que yo llegara a la cabeza de su negocio y siguiera su prestigio, obviamente yo acepté sin vacilación y con la cabeza en alto.

Otra de las razones de mi emoción es que podré pasar todo este tiempo con papá, como siempre he querido desde que tengo conciencia... Los momentos padre e hija cuando estaba merodeando por las calles eran tan lejanos, nunca pensé que me adoptaría un hombre tan bueno como es mi padre hoy en día, así que más agradecida no podía estar y se lo demostraré manejando el negocio de él tal y como lo espera, para dejarlo orgulloso de mis logros.

- ¿Preparada, mi campeona? – Asentí feliz.

Llegamos a un edificio muy sofisticado y ordenado, como se esperaba del propietario de todo esto.

Más allá del largo pasillo en el que nos encontrábamos estaba el laboratorio de papá, me sentía ansiosa por ver toda la clase de locuras que se podría hacer ahí, como si fuera una científica loca o algo por el estilo. Pero primero nos desviamos a la oficina de quién me adoptó y me hicieron sentarme como niña buena frente a un escritorio.

Primero me sacaron una foto de frente y de perfil, después pidieron mis datos de docente y mi padre guardó todo lo que había pedido, más mi carnet de identidad, en un sobre que lo dejó junto a unos expedientes más, al parecer no era la única niña que entró acá ya que muchas otras fotos de niños estaban en los expedientes. No supe de qué se trataba, pero debe ser algo de suma importancia como para que después de todo el proceso cerrara con llave el cajón donde había dejado el sobre.

Le quité importancia y por fin era la hora en la que iríamos al laboratorio tan deseado. Cuando entré creo que me iba a desmayar, si es que ¡Era enorme el lugar! Además de contener un montón de objetos e instrumentos científicos, era sensacional... Veía cada una de las cosas con una mezcla de orgullo y satisfacción pues enserio quería poner mis manos encima de ellos, literalmente era una maravilla de la ciencia aquel armonioso lugar.

Nos encontramos con un par de hombres con las características completamente contrarias; Uno era alto y muy flacucho de cabellos negros como el cielo nocturno, además tenía un bigote estilo francés por debajo de la nariz, perfectamente cortad, y para acabar, unos ojos oscuros que parecían agujeros negros... Mientras que el otro era un rubio bajo y con unos kilos de más, tenía ojos azules como el mar y un bigote estilo Hitler y unas patillas por los costados que hacían que pareciese el típico policía come donas de las películas. Me contuve la risa para no parecer irrespetuosa y le sonreí al par.

- Hola pequeña, tú debes ser hija del Sr. Wayland ¿No? – Preguntó el hombre más bajo con una sonrisa adornando su rostro, aunque la verdad no sé cómo pude verla ya que el bigote estilo Hitler me impedía ver la mayor parte de su boca.

- Hola, un gusto – Saludo amable y serena, aunque por dentro todavía tenía ganas de reír – Así es, soy la hija del Sr. Wayland. Espero no ser de su molestia mientras trabajan.

- Ohhh... - El otro más alto por fin habló, tenía una voz tan grave que pensé que otra entidad le distorsionaba la voz con el loquendo, creo que tengo que dejar de ver películas de ciencia ficción – No te preocupes, estamos tan felices de por fin conocerte, Wayland ha dicho maravillas de ti – Solté una risita, conmovida por su comentario.

- Por favor, querida – El rubio me apuntó a una camilla como las de los dentistas, la verdad es que todavía no me sabía sus nombres, así que en mi mente los llamaré así; Al rubio le llamaré Sirenoman y al otro Chico Percebe, como en Bob Esponja, les quedaba como anillo al dedo – Siéntese aquí.

Acaté su orden obedientemente, a pesar de que la camilla me daba un poco de intranquilidad, estaba bastante sucia, creo que, con pintura, pues tenía manchas rojas por todas partes. A penas me senté uno brazos mecánicos ataron a la silla mis extremidades y cuello, dejándome estática, me estaba aterrando aquella acción ¿Por qué tendrían que hacer eso?

Uno de los hombres reía, como si hubiera ganado un partido de póker y se hubiera llevado todo el premio gordo. No entendía que estaba pasando, pero intenté no salir de mis casillas y mantenerme tranquila, como dije al inicio de nuestro encuentro, no quería ser de su molestia.

Papá se fue del lugar, sin si quiera decírmelo, mientras que los otros dos hombres de bata empezaron a examinarme, me sentía un poco acosada, pero intenté no demostrar debilidad. Todo esto me daba una muy mala espina.

Pasaron de examinarme el cuerpo para acomodar y preparar algunas cosas, pude divisar por el rabillo del ojo que uno de ellos estaba alistando una aguja un poco... Perturbadora, ya que era bastante grande y ancha. Muéstrate serena, Dayana, solo es una aguja, eres bastante grande como para dejar el miedo a esas cosas, a pesar de que solo te hayan vacunado una vez. La herramienta tenía un líquido verde oscuro, tan inquietante que mis pelos de la nuca se pusieron de punta, alertas. De un minuto a otro fui inyectada con él, y al siguiente ya había caído inconsciente.

Desperté de un salto, al parecer me encontraba en una habitación un poco oscura, pero no lo suficiente para identificar una cama, un inodoro y un gran espejo que no podía ver más allá de él. Este lugar parecía una habitación de un manicomio.

Un mareo intenso se propagó en mí, además de un zumbido en mi oído que me dejaba sorda. Al parecer, eso no era suficiente, ya que tenía ganas de vomitar y mi estómago, feroz como el de un león, empezó a rugir en busca de alimento, el hambre me estaba volviendo loca.

A la otra esquina de la habitación había una cubeta vacía, no me esperé ni un segundo más y salí disparada hacia ella vomitando casi todo mi ser. Abrí los ojos como platos, horrorizada, al ver que lo que había vomitado no era comida revuelta como papilla como lo haría cualquier persona normal, sino que había vomitado sangre y cosas asquerosas. Eso, lastimosamente, me dio más ganas de vomitar así que seguí enfrente de la cubeta, pálida por lo que estaba viendo.

A los minutos, el mismo hombre al que había apodado Chico Percebe entró con un semblante serio, para nada el mismo que había tenido cuando recién nos conocimos. Tenía un palo con un aro en una de las esquinas, iguales a las que se usan cuando un animal es peligroso, reteniéndolo por el cuello con él. Y al parecer, yo ahora era una más de la categoría "Animal" ya que como lo dije anteriormente, me colocaron el aro en el cuello y me sacaron de la habitación.

Tenía los ojos llorosos y de vez en cuando se me escapaba un sollozo, me sentía mal, muy mal, hasta ya ni si quiera me sentía humana, después de todo, el Chico Percebe no es que me ayudase mucho a pensar lo contrario.

Entré a una especie de cápsula llena de hielo, estaba temblando y sentía que en cualquier momento mis lágrimas se volverían témpanos de hielo estáticos desde mis ojos. Me dejaron ahí encerrada como por cinco horas. Yo contaba de siete en siete para no perder la cabeza y no volverme más loca de lo que me sentía ahora mismo... Y eso era solo el comienzo.

Nunca pensé que las desgracias en mi vida nunca pararían...

Ni que por simples emociones llegaría a hacer cosas imperdonables...

Amor Psicópata~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora