karthus parte 2

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Las epidemias eran frecuentes en sitios como aquel, donde la gente vivía hacinada, y cuando la plaga se apoderó de las hermanas de Karthus, el joven se dedicó con toda diligencia a velarlas. Mientras su padre ahogaba sus penas, Karthus, como un buen hermano, se ocupaba de ellas... y observaba cómo las iba consumiendo la enfermedad. Presenció la muerte de cada una de ellas y fue como si una sublime conexión lo alcanzara en el mismo instante en que la luz se desvanecía de sus ojos, un anhelo de ver lo que yacía más allá de la muerte y desvelar los secretos de le eternidad. Cuando los contadores vinieron a buscar los cuerpos, Karthus los siguió al templo y se dedicó a acosarlos con infinitas preguntas sobre su orden y la realidad de la muerte. ¿Era posible que una persona existiera en el momento en que termina la vida, pero antes de que comience la muerte? Si fuera posible comprender y aprehender tan fugaz momento, ¿se podría combinar la sabiduría de la vida con la claridad de la muerte?

Los contadores comprendieron enseguida que Karthus era perfecto para ingresar en la orden, así que lo acogieron en sus filas, primero como sepulturero y constructor de piras, y luego como recolector de cadáveres. De este modo, empezó a recorrer las calles de Noxus con su carromato de hueso para recoger los muertos. Sus cánticos, fúnebres lamentos que hablaban de la belleza de la muerte y la esperanza en el abrazo de lo que había tras ella, no tardaron en hacerse famosos por todo Noxus. Muchas familias desconsoladas encontraron una pizca de paz y alivio en sus sentidas elegías. Finalmente, lo destinaron al propio templo para ocuparse de los muertos en sus últimos instantes, lo que le permitió dedicarse a contemplar cómo se los llevaba la muerte. Karthus hablaba con todos ellos y los acompañaba hasta el umbral de la muerte, con la esperanza de hallar más sabiduría en la luz mortecina de sus ojos.

Pero al cabo de algún tiempo, llegó a la conclusión de que no podría aprender nada más de los mortales y solo los propios muertos podrían responder sus preguntas. Las almas agonizantes no podían contarle nada sobre lo que había más allá, pero entre rumores cuchicheados y cuentos de miedo para niños, comenzaron a llegar hasta sus oídos los ecos de un lugar en el que la muerte no era el final: las Islas de la Sombra.

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