Capítulo 3: [Re]Introducción al Infierno | Un Nuevo Poder.

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La oscuridad de la noche, junto con una capa densa y espectral de neblina, fría y gris, nos recibieron al entrar en Melbrook. Casi no pude ver la ciudad, pero estaba seguro de que nada había cambiado en lo absoluto. Apenas pude vislumbrar la vieja iglesia, una obra majestuosa y tétrica. Más de tres siglos de arquitectura gótica y aún sigue intacta, erguida e imponente, como en su primer día. Los barrotes de metal que la recubren parecían diamantes al reflejar las luces de la ya durmiente ciudad de Melbrook. Y allí, justo en la puerta, una figura de sombras permanecía inmóvil, vestida con lo que parecía una túnica, un espíritu. Sus ojos carmesí penetraron en lo más profundo de mi alma, nunca había visto algo similar. Sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo, y me estremecí en el asiento del auto. Papá lo notó.

-- ¿Te pasa algo?

-- No, es sólo el frío. Encenderé la calefacción.

Estábamos como a 4 grados bajo cero, al menos eso calculé. El frío era insoportable.

-- Debería estar haciendo mucho calor, es verano.- Dijo papá.- ¿Qué sucede?

¿Cómo iba a responder eso? Él es el científico, yo no. Estaba igual de desconcertado, y angustiado. Pero, la verdad es que no me sorprendía. Ya nada podía sorprenderme, al menos eso pensaba hasta ese momento.

Papá estacionó el auto en lo que parecía un pequeño hotel. Un edificio de dos pisos en medio de otros dos edificios mucho más grandes. El lugar estaba llevado por los años. La pintura -que supuse , una vez fue celeste - había degradado en un tono blanco, añejo y sucio. Y las luces, todas eran tenues, dándole un aspecto fantasmal a aquel sitio.

-- Nos quedaremos aquí hasta que podamos rentar una casa. -Comentó.- Es el único hotel de la ciudad.

-- Ya veo por qué no es uno de los principales sitios turísticos del país.- Comenté con ironía.

-- Su eslogan es "La ciudad panteón" ¿qué esperabas? - Respondió papá, riendo.

Al menos él estaba de buen humor. Yo estaba a la expectativa. Necesitaba encontrar a alguien que tuviese respuestas a las preguntas que me comían el cerebro. Y la piedra de mi collar no dejaba de iluminarse bajo mi camisa.

Al entrar al hotel, el piso de madera rechinaba como si no lo hubiesen pisado en años. La recepción estaba vacía. No había rastro de ninguna persona en los alrededores. Era una sala amplia, llena de muebles viejos, cubiertos por sábanas blancas. Aquello me estaba desesperando. Sentía que el aire se volvía más pesado. Los nervios iban a tumbarme.

-- ¡¿Hay alguien aquí?! - Grité, apresurado. No podía esperar un minuto más.

De pronto llegó la respuesta. Bajando por unas largas y sombrías escaleras, se vislumbraba una figura.

-- Lo estaba esperando, Doctor Mason.

Cuando las agonizantes luces incidieron en el rostro de aquella persona, no pude ocultar mi asombro. Incluso reprimí un grito. Papá me golpeó el hombro. No tenía la culpa, ya estaba nervioso antes de entrar. Antes de salir de casa.

-- Lo siento, señora. No había anunciado que vendría. ¿Por qué me estaba esperando? ¿Cómo ...?

-- ¡El periódico! Leí la noticia que vendría a Melbrook a estudiar a esos extraños hongos.- Respondió la anciana, rápidamente. Riendo entre dientes.

Aquella anciana medía como metro y medi. Muy pequeña y delgada. Vestida con una bata blanca y ancha. Sus cabellos largos eran plateados como la luna, con un extraño mechón rojo en frente. Lo más aterrador era su mirada, eran ojos jóvenes, no iban de acuerdo a su apariencia. Era como si no fuesen de ella. Uno era azul y el otro era amarillo. Bajo aquellas luces, parecía como si pudiera ver tus pensamientos, con aquella mirada penetrante y firme. En su cara, arrugada, tenía una cicatriz desde la oreja derecha hasta la barbilla. Y en su cuello tenía otra, muy grande.

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