Raein

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Era lejos, del mar, del pueblo. El silencio inspiraba una canción, un piano interminable que a veces sonaba como viento. Si el mundo pudiera teñirse de un color, sería un azul bajo, grisáceo. Y las gotas de lluvia se llevaban lejos los pensamientos. Crujían sobre la madera del tejado, le salpicaban los zapatos negros que apoyaba en el primer escalón.

No quería pensar, en aquel extraño príncipe violinista.

Entre la bruma sorprendían las sombras, provocadas por un deseo de reencuentro tan doloroso como cada latido de esperanza. Nadie caminaría hasta él esa tarde porque los caminos se habían cerrado. Nadie caminaría hasta él porque estaba extinguiéndose.

Le gustaba ahí, donde habitar entre las sombras lo convertía en un ser incorpóreo más, donde los sentidos se entumecían por la soledad y podía creer que era mágico recordar el dolor.

Salía sólo cuando estaba lloviendo, con el recuerdo de una promesa susurrada en su oído. A veces le costaba recordar las palabras exactas, a veces le costaba recordar siquiera de que iba la promesa.

Pero sus pies lo llevaban hasta el porche cuando la bruma hacía que sólo las sombras danzaran sin ser reconocidas. Eran a veces un animal salvaje y otras veces una mujer danzante. Eran a veces sueños secretos y a veces la bruma era sólo remolinos.

Nunca era su rostro, aunque profundamente deseaba poder ver su rostro.

Lo olvidaba, a veces olvidaba hasta su nombre.

Le había dicho tantas veces "príncipe violinista" que su mente se aferraba a ese recuerdo de disparidad y peleas antes de sumergirse en el caos que había causado amarlo.

Si decía su nombre, si recordaba su rostro.

Las gotas de lluvia se llevaban lejos los pensamientos. Crujían sobre la madera del tejado, le salpicaban los zapatos negros que apoyaba en el primer escalón y se miraba las manos, mirarse las manos lo volvía desde adentro a una realidad.

Cuando dejó de llover los horizontes llamaban para escapar. Los charcos enlodados reflejaban el cielo distorsionado y apreciaba más esa visión, porque sentía que la distorsión se acomodaba a su nuevo sentir. El pasto estaba aplastado contra el suelo y cuando en su vista se combinaban todos los colores había sólo gris.

Era desolador. Un paraje desértico para un perdido.

La melodía comenzó a escucharse otra vez, esa que repetía en su mente día tras día. Hora tras hora. Mes con mes. No estaba seguro si llevaba sólo minutos en ese lugar o habían pasado años. Pero la melodía, oh, esa melodía, seguía ahí.

Era como parte de la cabaña descuidada, como si le cantara a la soledad de los que la necesitaban. Pero él no necesitaba soledad, él llevaba su vida cubierto de soledad.

El sonido lo inundó por todos lados. Un violín.

Contando la historia de un amor.

Había sido tiempo atrás, cuando el príncipe violinista paseaba por aquella mansión callada como un fantasma con el instrumento en mano, dispuesto a contar las historias más desgarradoras con notas que atravesaban cada pared y llegaban a sus oídos.

Había sido cuando nadie quería escucharlo y en la oscura habitación tocaba para él, llorando a través de su música.

Había sido cuando él le regalaba sonrisas, porque el príncipe violinista siempre entregaba un pedazo de corazón aunque él se fuera quedando sin nada.

Yoongi lo evitaba, no quería una parte rota que no encajaría con él.

Pero cuando el príncipe violinista comenzó a sonreír, pero sus ojos se llenaban de lágrimas, Yoongi no pudo soportarlo. Dejo de molestarlo y comenzó a prestarle atención a sus detalles.

A la forma en que levantaba la vista al cielo, casi demasiado grácil. La forma en que miraba al suelo y se murmuraba. La forma en que sus ojos se encontraban con los de él.

Era un niño admirando a un pianista.

Un principito lleno de bondad que había visto en él algo que creía que le faltaba. Con cada mirada le regresaba humanidad.

Yoongi se vio cayendo, con una sonrisa tranquila, en un abismo rodeado por una canción que el violinista había dicho que sonaba como él.

Se vio sonriéndole y de pronto, amándole.

No se permitió llorar cuando la canción terminó. Aunque las imágenes se repetían en su mente.

Taehyung. Taehyung. Taehyung.

El príncipe violinista.

Una visión frente a sus ojos, se puso de pie con el aire bajando, pesando. Y cuando la sonrisa se formó en los labios de aquella persona que caminaba hasta él con las manos en los bolsillos, la bruma se revolvió en su mente.

Llevaba en la mano el violín, que en su destrozo seguía siendo hermoso. Se miraron lejos hasta que la sonrisa de Taehyung se volvió lágrimas y Yoongi corrió a su encuentro.

Despertó. Despertó del trance, recobró los recuerdos y sus manos bruscas quitando las lágrimas de las mejillas de Tae no podían dejar de temblar. El chico violinista lo miraba, pidiéndole perdón.

Y aunque Yoongi apretó la mandíbula no pudo evitar que sus lágrimas cayeran también.

—Siempre fue tuyo —dijo en un susurro que provenía de lejos, llevando su puño a su pecho, la cara empapada de dolor.

—Si era mío ¿por qué se lo entregaste a otros? —Taehyung sonrió.

—Porque no sirve de nada tener un corazón que no puedes compartir —Yoongi hizo un sonido doloroso antes de abrazar a aquel raro príncipe.

—Y ahora vives sin corazón.

—Ahora ya no vivo. 

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⏰ Last updated: Jan 22, 2019 ⏰

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RaeinWhere stories live. Discover now