Dieciséis.

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El cuerpo de la chica aún daba pequeños espasmos y brinquitos causados por los fuertes suspiros que el cesar del llanto provocaban. Emmanuel la abrazaba en silencio dejando que llorara todo lo que quisiera llorar, ella por su parte, lo sujetaba con fuerza abrazándolo por la cintura y con la cabeza hundida en su hombro.

—No estás sola, Candy —trató de consolar una vez que ella dejó de llorar—. Yo estoy contigo.

—¿Pasarías Navidad conmigo? —preguntó la chica despegándose un poco de él para observarlo suplicante tal cual niña pequeña.

—Haré lo que pueda. —la tomó por los hombros—. Mi familia y yo ya tenemos planes de ir con unos tíos que viven cerca de la playa, a unas dos horas en auto de aquí —tras oír estas palabras, Candy agachó la cabeza sin poder ocultar su decepción—. Pero, pasaré contigo parte de nochebuena y el siguiente a navidad. Estaré contigo todo el tiempo que me sea posible ¿está bien?

—Está bien —levantó la mirada para encontrarse con aquellos ojos cafés que la miraban con preocupación—. Apenas comenzó diciembre y parece que todos ya tienen planes para navidad —agregó haciendo un mohín en forma de pequeño berrinche.

—Entonces hagamos planes para pasar Nochebuena juntos —Emmanuel usó sus pulgares para limpiar las lágrimas que aún esperaban secarse en las ojeras de su amiga—. ¿No tienen un árbol de navidad o decoraciones navideñas?

—Bueno, si. Pero hace mucho que no se han puesto.

—Pues cambiaremos eso —sonrió—. Hoy decoraremos la casa.

Las comisuras de Candy se elevaron. Tomó a Emmanuel de la mano y lo guió hasta el segundo piso, a una habitación al final del pasillo donde guardaban cosas que ya no se usaban. La habitación estaba bien iluminada pese a todo, llena de polvo y lo que él supuso eran muebles cubiertos por sábanas que en un principio eran blancas o al menos un color más claro. Lo único que pudo reconocer fue un piano de cola en una esquina de la habitación y cerca de una ventana. Justo a un lado de éste, habían tres cajas, una del pino de navidad listo para ser armado, y las otras dos donde supuso estaría la escarcha, esferas y demás. Candy llevó una de las cajas y Emmanuel maniobraba cargando las dos restantes.

Comenzaron con el arbolito y después de casi una hora que tardaron en armarlo, otra hora en desenredar la serie de luces navideñas, continuaron con los adornos. En todo momento, Candy mantuvo una amplia sonrisa, tan amplia que se percató que aquellos que aseguraba eran sus caninos, eran en realidad los dientes anteriores a estos, y estaban lo suficientemente chuecos que sobresalían y daban toda la pinta de ser colmillos. Emmanuel guardó esta imagen en su memoria, la de una Candy sonriente que demostraba que pese a su condición, era en realidad una chica completamente normal.
Una vez que el pino se vio más o menos decente, considerando que tanto los adornos, luces y esferas eran viejos, entre ambos colocaron la estrella y observaron satisfechos el resultado de su esfuerzo. Candy encendió la vieja radio del salón y sintonizó si estación favorita, una donde pasaban todo el día canciones de los años cincuenta; había un especial de canciones navideñas. Emmanuel fue a la cocina a preparar unos sándwiches y volvió encontrándose con su amiga acostaba sobre la alfombra apoyada contra el sofá, con la mirada perdida en el brillante arbolito y con una mano sobre la mejilla que había recibido el golpe por parte de su padre.

—¿Todo bien? —preguntó, irrumpiendo en sus pensamientos sentándose al lado de ella.

—Hum... si —musitó.

Comieron en silencio, disfrutando el momento, el ambiente generado entre ambos. La música, el centellear de las luces en el árbol. Hasta que Emmanuel decidió romper el silencio para satisfacer sus dudas, cosa que estuvo posponiendo desde que conoció a la chica.

Agorafobia #PGP2020 #StayHomeAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora