No me toques.

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No me toques. Dejame viajar en paz. Deja de rozarme la piel. Deja de tocarme. Deja de incomodarme. Dejame viajar en paz.

Me aleje, te acercaste. Me aleje, te pegaste. Maldito sea el día que hayan creado las ventanillas. Me odio a mí misma por no tener el coraje de gritarte que te quedes quieto, que dejes de tocarme de la forma en que lo estabas haciendo. Que dejes de hacer que me sienta tan impotente y tan cobarde.

Quería llegar a mi parada. Quería bajar de ese puto colectivo e ir a mi casa. Quería con todas mis fuerzas no volver a cruzarte nunca más.

Estaba dudando si gritarte que me dejaras en paz y armar un escándalo o aguantarme las dos paradas que faltaban para bajarme. Me quedé con la segunda. Para mi desgracia y tu beneficio no me gustaba llamar la atención.

Al pararme me sonreíste de una  forma asquerosa,  me causaste  escalofríos hijo de puta. Ni siquiera sé porque te miré. Al bajar sentí tremendo alivio, más aún cuando ví que seguiste de largo hacia quién sabe dónde.

Al llegar a mi casa lloré por tu comportamiento o simplemente esa fue la gota que derramó el vaso. No sé si  porque ese no había sido el primer episodio de ese tipo que me pasaba, que desgraciadamente había más hombres como vos y mucho peores.

* No creo que siga con la historia y a partir de ahora publique cosas de este estilo *

Una feminista argentinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora