20.- EL JARDÍN SECRETO DE LOS PLACERES TERRENALES

103 17 9
                                    


La noche de SiCheng fue inquieta, repleta de ecos lejanos y fugaces, de gruñidos rompiendo el silencio con sádico morbo. Podía sentir en su piel erizada los latigazos de hielo golpeándolo, incluso si no era su propio cuerpo el que se exponía a las inclemencias del invierno.

Se mezcló con las palabras duras de su padre, las frases conciliadoras, las mentiras de Nakamoto Yuta y las propias.

La noche de SiCheng fue un caos, porque la boca le ardía por los besos del japonés y en sus ojos las lágrimas de Kun pugnaban por correr en libertad.

En sus sueños, las lágrimas corrían por el placer y sus labios ardían en una boca ajena que sabía a cielo y gloria. Y en sus manos se entrelazaban cabellos castaños y suaves con los laberintos de esos dedos que conocía tan bien, que lo acariciaban con tanto amor. Y Yuta estaba lejos, tan lejos con la culpa y el resentimiento, tan lejos con sus mentiras y los engaños que empataban sus marcadores.

La noche de SiCheng fue eterna y efímera al mismo tiempo, porque sus sueños murieron fugaces al despertar y la soledad eterna de su alma le aguijoneó el pecho cuando comprendió que Kun no había vuelto.

Se levantó desganado escuchando la voz de su madre jugando desde temprano con Rui. Los pasos de YooRa sacudiendo el polvo invisible. Su propia respiración golpeando las paredes en gritos sedientos de libertad y muriendo ahogados durante el almuerzo, cuando el padre abrió la puerta y una sonrisa enferma surcó su rostro frente a Nakamoto Yuta.

La noche de SiCheng fue horrible y su día apenas comenzaba.

«¿Por qué mentiste sobre tu relación con TaeYong?» quiso preguntar, pero sus palabras murieron en suspiros gélidos cuando estuvieron afuera de la casa y el japonés silenció sus intenciones con un beso profundo similar a los que compartieron la noche anterior.

Besos profundos, intensos y húmedos. Besos insaciables, eternos y ardientes, sofocantes y dolorosos. Besos y caricias, manos inquietas y labios mordisqueados. Besos suaves y manos firmes, promesas y ruegos de más, siempre más.

SiCheng podía reconocer las miradas de Yuta, el brillo en sus ojos y el color en sus mejillas.

Más. Más en la habitación fría de Kun. Más sobre la escharcha soleada. Más que besos y caricias infantiles, más que rechazos disfrazados de timidez.

Más, siempre más. Como si aquella pequeña aventura lujuriosa no concretada hubiera encendido un interruptor en la mente de Yuta que le decía que atacarlo con besos profundos e insinuantes de forma aleatoria era correcto. Como si el aroma de Kun y todos esos sueños en los que volvían a compartir cama no hubieran sido suficientes para deformar el rostro de Yuta en los planos inconfundiblemente atractivos del mayor. Como si sus pensamientos hubieran estado en las atenciones del japonés y no en sus fantasías de Kun acorralándolo contra el colchón y mordiéndole el lóbulo con cariño cuando el orgasmo lo golpeaba con violencia.

Como si no hubiese estado a un paso de dejarse llevar por la locura imaginando que era Kun quien le hacía el amor y no Yuta, hasta que ese «SiCheng», con aquel inconfundible acento nipón, rompió su burbuja y pulsó el botón del pánico en su sistema.

—¿RenJun adelantó sus clases? —preguntó el japonés soltándolo a regañadientes, pero tomando su mano para caminar a su lado.

—Algo así, dijo que debía avanzar un proyecto con Mark y me pidió que fuera más temprano, dice que puede hacer ambas cosas a la vez. ¿Qué tan brillante es en realidad? También estoy un poco preocupado por algo —susurró lo último, cambiando su tono animado por uno realmente serio y casi tembloroso—. ¿Has hablado con TaeYong en los últimos días?

Rappelle toi que je vis [WinKun/KunWin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora