¿Qué más?

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27 de Diciembre de 2018

Vas a quedarte...Vas a quedar... te.

Y el Palau explotó en aplausos y gritos que traspasaban la barrera de mis in-ears, y yo no pude más que sonreír a los focos que me impedían ver a la mayoría del aforo. Aquí era donde quería haber estrenado mi canción, aquí era donde me sentía completa, en el mismo escenario en el que empezó la gira con mis compañeros, mis hermanos. Aquí era donde tenía que cantársela a él. Porque es un poco suya también, al igual que No puedo vivir sin ti es un poco nuestra.

No sabía si le llegaba cuando la cantaba en un plató, como cuando visité Operación Triunfo; no sabía si abría noticias que tenían mi nombre en el titular o si en cambio me había silenciado en redes para hacer más llevadera la ruptura. Había tantas cosas, pequeñas y no tanto, que ya no sabía de él que me asustaba un poco. Quería devolverle una ínfima parte la sensación que me entraba a mi cada vez que le escuchaba, entre bastidores, cantando Por ti estaré o Llegas tú ; ese orgullo y ese saberse querido, que siempre encontré a su lado, y que espero que él hubiese encontrado alguna vez al mío.

- Gracias— dije al despedirme del público y corriendo hacia la zona de monitores donde todos compartíamos charla y mimos entre las actuaciones.

La primera que me pilló por banda al llegar fue Ana, ¡qué barbaridad acabas de hacer, amiga !, dijo mientras me apretaba más de la cuenta entre sus brazos. La siguieron Raoul y Amaia, que mientras me felicitaba, no se percató de que, a pesar de estar escuchándola, mi atención estaba puesta en el resto de los ojos de la sala de monitores, buscando una mirada en concreto. Una que no encontré.

- Salió a fumar cuando salías al escenario— dijo Miriam en mi oído aprovechando el abrazo.

Me separé de ella y asentí, aún con la sonrisa que se había instalado en mi cara al terminar la canción. Sonrisa que, guiándome por su mueca, se estaba volviendo falsa.

Y ahí se acabo el concierto para mí.

Si una cosa había aprendido, del desbordante cambio de vida que he tenido que sobrellevar en el último año, es a compartimentar mis emociones. Hay veces que no tienes tiempo para experimentar todo el rango de dolor, pena o alegría de una situación pero the show must go on ; así que pones tu mejor cara, se activa el piloto automático, ese que recuerda las letras, los pasos y te salva una actuación en la que tu cabeza no está, y sales del bache avanzando por inercia hasta la soledad de la ducha o de la cama y, ¡por fin!, te permites sentir. No digo que sea un buen recurso, ni una forma adecuada de afrontar los problemas (niños no lo intentéis en casa), pero era un mal necesario que se había convertido en una utilidad en momentos como este.

El concierto acabó; el confeti nos estaba rodeando. Y del mismo modo que salí al escenario a hacer las actuaciones que me faltaban, siempre con una sonrisa neutral, me fui de allí, me subí al autobús y obvié los acontecimientos que me rodeaban hasta llegar a la habitación que me habían asignado, en la que aún no había decidido si me iba a quedar en vez de en casa de Raoul, y en la que no tenía más que la mochila que había llevado a los ensayos. Me daba igual, me desnudé y me metí en la ducha.

El zumbido, de haber llevado los in-ears y de escuchar la música más alta de lo debido entre bastidores, se mezcló con el chorro de agua humeante golpeando la mampara de cristal. Las gotas me salpicaban, pero yo aún no estaba lista para sumergirme. Necesitaba sentir el frío del mármol en los pies y la corriente de aire que entraba desde la habitación por la puerta abierta, secando el sudor de mi cuerpo, resultado de la adrenalina del concierto. Alguien llamó a la puerta y tras un par de Aitana  sin respuesta, una voz dijo algo de cenar que no intenté registrar.

DespedidaWhere stories live. Discover now