1: En Un Lugar Del Medio Oriente

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Primera hora de la mañana, ni siquiera había amanecido y no se daba más luz que la que salía de los focos de diodo colocados a la entrada de los barracones, que pese a su potencia, no eran rival para la densa oscuridad del desierto. Lo único que pudo contra esta es que, muy al horizonte, al ras del suelo, comenzó a vislumbrarse una fina línea anaranjada que preludiaba el nuevo día, la salida del sol, que aparecía como un salvador para llevarse el frío de la noche desértica, pero consigo solo traía la rutina y a medio día ya había alcanzado el estatus de tirano, latigando con sus rayos a aquel desprovisto de algo con lo que zafarse de el.

La voz ronca de la sargento mayor rompió el silencio instaurado por el amanecer, casi de un calibre sagrado. Como cada mañana, había hecho el estoico esfuerzo de levantarse antes de tiempo sólo por el placer de dar órdenes y entonar hirientes insultos a sus soldados a sabiendas de que estos, de menor rango, no podían hacer más que callar y obedecer. La ley del de más rango, se dijo a sí misma tratando de justificarse, sabiendo en el fondo que sólo empleaba tales fuerzas en chillar por desahogarse de la monotonía que extrañamente le producía el hecho de que le ordenasen mandar sobre los soldados rasos como una mera paloma mensajera con infulas.

Gritaba, sabiendo que ya había logrado despertar a todo el mundo y no era necesario que sigiese, 'que se levanten y se den puta prisa joder, que eso no es una guardería', y golpeó la puerta del barracón que más rabia le daba ver cada mañana, sabiendo que la soldado de dentro estaría ya rechinando los dientes.

Y efectivamente, de ese modo se encontraba Jimena apretando las mandíbulas para no soltar una barbaridad mientras se incorporaba, recordandose entre burlas e imitaciones a su superior el motivo de su presencia en aquella maldita base militar.
Pegó un tirón agresivo para apretar el cordón de la bota y comenzó a cruzar lo que sobraba de cabo enrrededor de su espinilla, llena de rabia.
Ella, como muchos otros, llegó al ejército no con la intención de defender su país, si no con otros propositos, el primero-y por el que se alistaban la mayoría de los soldados-era huir del hambre. Pese a no ser un país pobre, en la mayoría de los pueblos y ciudades españolas se daba una insostenibilidad tan terrible, que en cierto punto de la guerra, en los pueblos más desabastecidos tuvieron que empezar a comerse las ratas, como se hacía antaño en tiempos de Franco, solo que esta vez las cartillas de racionamiento estaban sustituidas por un profuso silencio por parte de las administraciones públicas, que prometían y prometían, y de tanta guerra que hacían, ni para darles de comer tenían.
'Vale, no te pongas nerviosa. Arriba.'
En el caso de Jimena se añadía el aliciente de ser incapaz de aguantar a sus hermanas llorar y pelear por un currusco de pan.
Negó con la cabeza, como tratando de borrar los recuerdos que le sobrevenían, terminando de cruzar los cordones de la otra bota mientras recordaba con amargura, como estaban las cosas antes de la guerra. En principio eran solo USA y Korea del Norte, pero era muy obvio para todo aquel que supiese algo de historia que esas constantes discusiones, amenazas, ruptura de tratados e insignificantes ofensas iban a terminar como empezó la Segunda Guerra Mundial: ascenso de la ultra derecha, lucha contra "una raza inferior"... 'Son solo musulmanes, que quieres que te diga, ni siquiera quiero atacarlos, yo estoy en el ejercito para matar talibanes, fascistas y opresores' Negó una vez más. Una vez empezó todo corrió como una bola de nieve; se metieron los unos, los siguieron los otros y al final, hasta España, que no podía ni consigo misma, cometió el herror de meterse en el conflicto guiada de la mano, como no, de los Estados Unidos.

Jimena, como persona moral, aborecía la idea de matar gente, pero admitía que una vez se está frente a otra persona enloquecida de la adrenalina y buscando matarle, apretar el gatillo era mucho más sencillo. Llevaba peor matar soldados norcoreanos que talibanes por obvias razones. Los coreanos eran claramente obligados a alistarse bajo amenaza, y la mayoría eran jóvenes asustados que creían que la repetidora les hacía inmortales. Lo que sí era inmortal era la imagen de pavor de su rostro que quedaba en la memoria de Jimena cada vez que abatía a alguno de ellos. Con los yihadistas era mucho más fácil por lo general, se metían de todo antes de salir a pegar tiros a cualquiera que no fuese talibán(civiles árabes incluidos) y cuando atacaban, la mueca de locura que llevaban sólo alentaba a dispararlos. Pese a ello, seguían siendo personas y por algo estarían allí. Todos tenían su historia, pese a que para los gobiernos sólo fuesen números.

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⏰ Última actualización: Jun 12, 2019 ⏰

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