I

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Hace mucho tiempo atrás, en unas tierras muy lejanas, existía un bello reino rodeado de frondosos bosques y verdes praderas. El castillo donde se gobernaba era inmenso, construido unos siglos atrás, antes de que los reyes de antiguas generaciones comenzaran a reinar con mano justa a sus amados súbditos.

Todo había sido paz y armonía, hasta que llegó un fatídico día en el que los últimos reyes del linaje habían fallecido sin dejar descendencia alguna. Por ello, las normas estipulaban que sería un gobernador de un reino amigo o un duque del mismo reino el que subiera al trono, llegando así al poder la duquesa Teressa, una mujer culta, respetada y tremendamente castigadora. También era madre soltera, viuda tras la muerte de su marido en la batalla, cuya única hija era ahora la heredera según las leyes, la princesa Toddy. Igual a su madre, aspira al máximo poder. 

Hubieron muchos cambios desde entonces: los fondos del reino decrecían por los constantes privilegios que la reina exigía tanto para ella como para su hija, lo súbditos no estaban para nada contentos con el egoísmo de la reina, pero tampoco podían quejarse si no querían ser ejecutados, pues sabían del gran poder que tenía su soberana. 

— ¡Princesa, poned atención, por favor!— un golpe en la pizarra llena de normas escritas en esta despertaron a la pelirroja que no pensaba en la clase de leyes reales.

Un cansado bostezo salió de sus finos labios tapados por sus delicadas manos. Sus ojos azul cielo se posaron en su aburrida profesora que le miraba con seriedad, sosteniendo un largo y delgado palo en sus manos. No le gustaba que le dieran órdenes, era ella quien las daba.

— Aish, no sea tan aburrida y puede que le preste atención— soltó como si nada, suspirando y haciendo enfadar a la mayor.

— Princesa Toddy, sé que puede llegar a ser tedioso y aburrido estudiar las normas del castillo— explicó la rubia de ojos verdes mirando a la menor—. Pero necesitáis conocerlas para poder aplicarlas cuando ascendáis al trono.

La joven rodó los ojos con molestia, no pensaba que fuera tan complicado. Sólo debía decirles a sus sirvientes lo que quería y necesitaba y ellos lo harían sin rechistar. En eso las puertas de la gran sala se abrieron de par en par, dejando ver a una mujer de largos y llamativos ropajes. El sonido de los caros tacones importados resonaban en el silencio que se había formado de repente.

— Majestad— la maestra había saludado con una reverencia.

— Toddy, querida, ¿ya terminaste la clase?— ignoró el saludo de la contraria y se dirigió a su hija, quien se levantaba de la silla con elegancia.

— Sí, madre— respondió educada.

— Majestad— volvió a repetir la mayor, llamando la atención de la reina—, creo que deberíamos hablar sobre el progreso de la princesa y...

— No hace falta— bufó sin mirarla a la cara—. Mi hija está perfecta tal como está, estoy segura de que sabe lo que hace— sonrió a la pelirroja menor—. Vuelve a tus aposentos, que te acompañe tu dama de compañía.

— Sí— asintió para luego llamar a la mencionada— ¡Chica, vámonos!

Una muchacha de no más de su edad, con cortos cabellos rubios acabados en un tono verde lima apareció por la puerta. Sus ojos magentas contrastaban con su piel de porcelana, portando un vestido azul cian con detalles blancos y una tiara dorada sobre su cabeza. 

— Como desee, alteza— la dulce voz de la moza irritó a la morena, siempre tan amable aun cuando la trataba como si no fuera nada.

Desaparecieron de la sala, dejando a ambas mujeres adultas solas. Caminaban por los pasillos en silencio, Toddy al frente mientras la rubia la seguía a unos pocos metros de distancia. Algunos guardias que pasaban por ahí escoltando los pasillos las saludaban en silencio y con una leve reverencia. En eso la rubia se dio cuenta de que uno de los caballeros la miraba con atención, pero al girarse no vio nada raro. Claro, gracias al yelmo que cubría su cara no podía ver cómo aquel muchacho, de apenas 19 años, estaba embelesado con su belleza. Al llegar a la habitación de la joven princesa un estruendo las alertó y, al abrir la puerta, descubrieron el por qué de tanto jaleo.

Vos, mi Majestad (FNAFHSMedievall) [1° Libro]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora