Mérida entreabrió los ojos con toda la pereza y los bostezos del mundo. Había tenido el sueño más grotesco y enrevesado, uno en el que salía del castillo a por una aventura con dragones y nórdicos y tormentas mágicas. Había sido un buen sueño, la verdad. Se preguntó si habría continuación.
Se estaba tan calentito ahí tapado con ese montón de mantas... No quería salir. No había oído a su madre o a alguna de sus criadas quejarse de lo tarde que era, pero seguro que no tardarían en hacerlo. Tenía que pensar en salir de la cama, si no quería que le echaran la bronca.
—¿Qué... es esto?
Sus piernas no querían moverse. No era pereza, simplemente respondían levemente, con un intenso hormigueo. Mérida quiso salir de la cama, y sus piernas requirieron de un esfuerzo diez veces mayor de lo habitual para acercarse al borde. Y cuando por fin las sacó de debajo las sábanas, el mero hecho de incorporarse le causó un pequeño mareo, como si su cabeza tratara de advertirle de algo.
Cuando por fin miró a su alrededor, se dio cuenta: aquella no era su habitación. No había arco ni flechas, no había ese armario lleno de vestidos apretados de su madre, no había tocador, ni las paredes eran de piedra. En su lugar, todo era de madera excepto una chimenea pequeña que tenía fuego crepitando en ella. Había un armario, pero era más pequeño y algo más destartalado. Y en lugar de arcos, había una espada y un escudo. Hasta la cama era distinta, era bonita también, pero sin ornamentos, y no recordaba que las mantas fueran de lana de oveja.
Oyó voces fuera, y se volvió a meter en la cama, tan deprisa como pudo. Es decir, lo intentó, porque la puerta se abrió cuando ella ni había conseguido meter la primera pierna debajo las mantas.
—¡Mérida! ¡¿Qué haces?! ¡¿Estás loca?! —le espetó alguien, corriendo a ayudarla.
Esperaba que fuera su madre, pero no. Era una chica rubia de su edad que había hablado nórdico, y ella la había entendido perfectamente (pese a que tenía acento).
Era Ástrid, era ella. La reconoció.
Todo en su mente fue a la velocidad del rayo y procesó de golpe todo lo que le había parecido un sueño. El intento de asesinato, Garfios, Sigurd, aquella horrible batalla, Egil envejeciendo de golpe y quedándose en el barco, la tormenta, y luego tantos dragones sobrevolando una aldea...
Se había caído del lomo de Garfios en medio del mar.
Las lágrimas salieron solas, sin permiso, y se agarró a Ástrid para poder llorar como si nunca lo hubiera hecho.
—Mérida, ¿qué pasa? —le preguntó con voz maternal.
—Tengo miedo —balbuceó, entre sollozos—. Tengo mucho miedo.
—Estás a salvo, no pasa nada —la consoló—. Desdentao te atrapó antes de que te cayeras al mar.
Mérida quería decirle que no era eso, que lo que fuera que le hubiera pasado no era el problema, pero no le salían las palabras. Simplemente todo estaba aflorando de golpe, todos los recuerdos, sustos, emociones.
Tardó un buen rato en quedarse tranquila. Hipaba aún un poco cuando Ástrid la acabó de ayudar a tumbarse de nuevo y le dijo que su cuerpo se había helado, con todo el agua que había absorbido su ropa.
—Me ha pasado como Mocoso.
—En tu caso ha sido peor. Has pasado tres días inconsciente y casi pierdes varios dedos de los pies. Se pusieron muy oscuros. —Hizo una pausa, como si hubiera recordado algo horrible—. Mocoso y yo hemos venido varias veces al día, a ver qué tal estabas. Pensábamos que te morirías.
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Más allá del Mar Sin Sol [Mérida x Ástrid - Brave/Cómo Entrenar a tu Dragón]
Fiksi PenggemarHace ya muchas décadas que los hombres del norte se han asentado por doquier en las islas británicas. Los clanes escoceses han vivido tiempos convulsos desde entonces. Y después de cinco años desde su primer desafío, una Mérida más madura descubre...