Las despedidas siempre son dolorosas.
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La felicidad consta de pequeñas cosas. Desde una mirada, o una palabra. La felicidad viene en cosas pequeñas y simples; un abrazo, un roce de manos, una sonrisa.
La felicidad puede venir cuando menos lo esperas de quién menos lo esperas. Porque es así. Viene, deja huella en ti, y cuando crees que se va a quedar. Cuando crees que las mañanas van a brillar, se va. Así, sin avisar. Un día eres feliz. Sonríes abrazas, amas, y al otro, todo se va.
Junkyu podría jurar que el sol brillo de forma más intensa cuando le miro por primera vez. Podría jurar que el aire cambio, que el ambiente se iluminó.
Porque el corazón no miente.
Aquel día, cuando el pequeño japones entró y le miro, encontró el amor. Él no lo esperaba. No lo imagino. Y se sintió completo. Lo que faltaba en su vida apareció. Se sintió tan irreal.
Pero las cosas buenas duran poco.
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Descubrió que se llamaba Mashiho. Que al igual que él tenía un sueño. Que amaba las cosas sencillas. Que cantaba como los ángeles. Que al bailar, todo a su alrededor desaparecía. Porque sólo era él, él y sus sutiles movimientos. Él y su brillo.
Pero así como ilumino su vida, como un foco brillante, se fundió.
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Los sentimientos son increíbles. Pueden moldear a las personas de una manera increíble. Pueden volverte fuerte, pero también pueden destrozarte.
Aquella noche lo descubrió.
Porque era demasiado bueno. Porque era demasiado irreal. Porque la vida es una perra que da, y sin aviso alguno se lo lleva todo.
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“Prometo esperar por ti. No importa cuando. No importando donde. Te esperaré y no te dejaré ir jamás” —murmuro entre lágrimas. Sentía un nudo en la garganta. Quería gritar, pero también quería mantenerse fuerte.
Porque le conocía. Porque no quería dañarlo más. Porque sabía que el pequeño japones sufriría más si lo veía así. Tan roto, tan frágil.
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Aquella noche lo amo como ninguna. Le hizo el amor con tanta delicadeza. Como si se fuera a romper, como si no estuviera roto ya.
Lo beso incontables veces. Le susurro tantas palabras de amor. Le recitó mil poesías. Le marco miles de estrellas en la piel.
Porque temía ser olvidado. Porque lo amaba como a nada. Porque daría su todo por él.
Se aferro a él tan fuerte, como si con ello pudiera evitar su partida. Sintió los latidos de su corazón. Sintió su tristeza, pero también sintió su felicidad.
Porque para Mashiho la felicidad de Junkyu era la suya. Porque no importaba que su sueño estuviera siendo roto. Para Mashiho, que su sol pudiera brillar era suficiente para mitigar el dolor. Porque él se sentía feliz, orgulloso. Porque Junkyu era un diamante que por fin podría brillar, porque no habrían más lágrimas. No habrían más sueños rotos para Jun.
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La mañana llego. El sol ilumino sus rostros, y el recuerdo fugas de la noche anterior los ataco.
Mashiho sonrió. Deposito un beso en la mejilla de su novio y se levanto. Las marcas en su piel destacaban con la luz del sol. Y Junkyu volvió a llorar. Porque no le quería dejar partir. Porque despertar por las mañanas sin el seria devastador.
Porque lo amaba tanto.
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“Creo que es el momento” — Mashiho sostuvo las manos del pelinegro. El altavoz del aeropuerto volvió a anunciar el nombre de su vuelo. Le regalo una sonrisa a Junkyu y se acerco a darle el último beso. Lo saboreo. Le transmitió todas las palabras que no podía decir. Le transmitió su amor, sus esperanzas en él, y su orgullo.
“Te esperaré. Cuando volvamos a vernos no te dejaré partir. Voy a convertirme en alguien de quién estés orgulloso. Te lo prometo” — Jun le susurro, dejando un último beso en los labios de su novio, y el nudo en la garganta se volvió a formar. Se aferro a él tanto como pudo. Aspiro su aroma, se impregnó de él.
La despedida fue dolorosa.
La espalda borrosa de Mashiho era lo único que podría ver. Las lágrimas corrían por su mejilla. El dolor era insoportable.
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La felicidad es increíble. Puede llegar en el momento menos inesperado.
Para Junkyu la felicidad era pequeña. Era brillante. Para Junkyu la felicidad se llamaba Mashiho.
Para Junkyu la felicidad era infinita. Porque no importaba cuanto. No importaba que tan lejos se encontraba. La felicidad que le dio Mashiho seguía ahí. En aquel collar de pareja que se regalaron. En aquellas noches en esa misma cama, dónde el japones gemía su nombre. Donde le decía mil veces cuanto lo amaba.
Porque Mashiho ya no estaba. Pero estaban los recuerdos. Estaban los pequeños detalles impregnados en todos lados.
Y Junkyu esperaría.
Porque Mashiho era su hogar. Porque el hogar de Mashiho era Junkyu. Porque ambos conformaban un hogar lleno de amor. Porque su hogar era cálido y brillante.
Tenía olor a flores.
Porque Mashiho olía a flores.
Porque tarde o temprano ellos iban a encontrarse nuevamente. Y esta vez harían de su amor su hogar sin fin.
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No espero que esto tenga leídas, o sea perfecto. La partida de Mashiho me dejo rota, y aunque ya me siento mejor, sigo un poco triste.
💙 No importa cuanto tiempo pase. Voy a esperar a Mashiho. 💙