La Atalaya

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Al-Mazif era un hombre solitario que vivía en unas tierras más allá del mar, unas tierras de las cuales ni quiero ni pretendo hablar. En esa Tierra había una atalaya, sobre la cual tampoco escribiré, pero sí lo haré sobre los hechos que tuvieron lugar ahí dentro y, sobre todo, del nacimiento y la muerte de una Llama.

 La Llama llevaba ardiendo desde antes de que Al-Mazif tuviera uso de razón, y recordaba que su padre la había custodiado y alimentado toda su vida, y su padre antes que él, pero Al-Mazif ya era mayor y no tenía hijos; ni tan siquiera había conocido el amor de una mujer. La Llama no solo alumbraba la estancia de la Atalaya donde el viejo hombre se encontraba, sino que servia de referencia a los deambulantes que pasaban por las áridas cercanías de esa Tierra, de guía a los barcos que navegaban por las salvajes aguas de alrededor y de inspiración y fe a aquellos que naufragaban en esas recortadas y accidentadas costas. Por la mañana la Llama ardía con menos ímpetu, pero seguía ardiendo a pesar de que iluminase la misma luz del Sol. Por la noche, cuando mas necesaria era, Al-Mazif la alimentaba con cualquier combustible que puediese, ya fuera carbon húmedo apilado ahí desde hacía lustros o los maderos que a veces le traían barcos mercantes de ultramar. 

Cuando el cielo estaba oscuro y nublado y ni un rayo de luz de Luna ni estrellas se vislumbraban en el firmamento, Al-Mazif jugaba a proyectar somras con sus manos en las viejas paredes de la Atalaya, y a veces le parecia ver formas que le recordaban a animales o seres extraños en el Fuego. Hacía meses que no llegaba madera a la Atalaya, y el carbón que quedaba, húmedo y casi mohoso, se había convertido en un amasijo de polvo negro casi inservible; no abundaban las esperanzas de que la Llama ardiese mucho mas tiempo. El Sol se escondía tras el lejano monte de la misma manera que el último resquicio de luz de la Llama se perdía tras las brasas de lo que un día fue una gran Hoguera. 

En un último intento de aferrarse a su deber, Al-Mazif arrancó algunos de los maderos del techo y paredes de la Atalaya con la intención de alimentar a la moribunda llama. El viejo hombre consiguió algo de tiempo, pero para cuando la Luna se habia posado justo encima de la Atalaya, la hoguera estaba tan apagada como las esperanzas de Al-Masif, y el techo de la estructura, lleno de agujeros y ennegrecida por el humo de un Fuego mal cuidado, cada vez parecía mas endeble.

El viejo vigía estaba desesperado y sentía que su vida se iba a acabar al igual que lo hizo la Llama, pero entonces escuchó que alguien llamaba a su puerta. ¿Quién podría ser y que lo traería allí? Bajó cuidadosamente las escaleras y abrió la puerta, pero no vio a nadie, así que cerro de nuevo el porticón de madera. Cuando estaba a puto de subir la escalinata por donde antes había bajado, volvió a oír los golpes en la puerta, y esta vez la abrió mas despacio y algo asustado. Al otro lado encontró un hombre barbudo, con gafas casi opacas y que le parecía bastante mas viejo que él. El viejo hombre iba cargado de objetos extraños y portaba un sombrero largo del que colgaban unas aparatosas cuentas y cuerdas que hacían parecer que se escondiera detrás de una cortina. Al-Mazif le preguntó por su nombre y origen, pero el hombre parecía no entenderle, así que con la mano le invitó a pasar y ambos subieron a la atalaya donde, a pesar de los agujeros y la aparente inestabilidad, se estaba mas seguro que en las salvajes e inhóspitas tierras que la rodeaban. 

En la oscuridad a penas se veía nada, pero lo que sí distinguían los dos hombres era el Cielo, bañado por una mística luz blanca, y la Tierra, más tenebrosa que el Cielo pero igual de serena. También posaron su mirada en el Oceano, que estaba oscuro y curiosamente no reflejaba apenas la luz de la luna. 

Cuando el Sol salió, Al-Mazif se sorprendió al ver confusión en la cara de su nuevo amigo, que parecía no haber visto nunca la luz del Sol. El Viejo señaló al Cielo, formuló lo que a Al-Mazif le parecía una pregunta y este le contestó: "Eso es el Día, y lo que había antes y habrá después es la Noche". El Viejo no entendió todo lo que escuchó, pero si entendió "Día" y "Noche" y que eran cosas distintas. Con la luz del Día se empezaron a ver arboles y demás plantas y el Viejo, al verlas, señaló entusiasmado el harapiento bolso que portaba consigo y sacó un pequeño tarro con tierra del que brotaban unas hojas verdes de apariencia frágil y simple, y lo dejó en un rincón de la Atalaya. 

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⏰ Last updated: Jan 28, 2019 ⏰

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