No conseguí dormir en toda la noche, el recuerdo de lo pasado se repetía en mi mente una y otra vez, su cuerpo cayendo, el disparo, el silencio, la sangre, el olor... Golpeé el saco de boxeo con más fuerza, me dolían las manos y no me importaba, era lo que me merecía tras lo que había hecho. Tras hacerlo dudaba, me odiaba, ¿cómo podían el rencor y el deseo a hacerlo seguir presentes? Desaté toda mi ira a golpes por horas.
Revisé la libreta y miré el móvil, una y otra vez, olvidando comer y perdiendo más de medio día en aquello. Suficiente. Taché el nombre de Jonggyu y cerrando mis pensamientos en un lugar lejano revisé la lista. Leí una y otra vez la información de Minjun y Sungsoo, vivían juntos en un chalet alejado de la ciudad. Una arcada me hizo saltar el cuerpo. Cerré la libreta, la guardé de nuevo y miré el cajón del escritorio, iba a ser mejor hacerle un falso fondo para esconder eso allí. Miré la hora, ya iban a ser las seis de la tarde, necesitaba comer y dormir y al mismo tiempo no quería hacerlo. Me deshice el pelo paseando arriba y abajo por la habitación, en mi propio cerebro estaba teniendo lugar una guerra que me dejaba siempre las mismas dos opciones.
Cuando quise darme cuenta ya era viernes, había pasado los últimos días durmiendo a deshoras, evitando verme con nadie e intentando ser capaz de perdonar, entender que la vida es injusta, que esas cosas pasan. Y no pude, si yo podía hacer algo por que aquellos que no valían la pena no estuviesen aquí, lo haría. Me miré en el espejo, aquel ya no era yo y no podía importarme menos. Mochila a la espalda y con dos capas de ropa, subí a la bicicleta y puse rumbo a mi destino, había visto tantas veces el mapa que ya conocía el camino de memoria.
Tardé en llegar allí más de lo que pensaba, pero parecían no haber llegado todavía. Dejé la bicicleta en el suelo, me puse los guantes y recé por que la información fuese correcta, me acerqué a la pared que había rodeando el garaje y toqueteé todas las piedras hasta dar con la que escondía la llave del lugar.
Llave en mano recogí la bicicleta y la escondí en la parte trasera de la casa, entre unos arbustos. Miré el lugar y avancé hasta la puerta, sintiendo que mis pisadas sonaban más fuerte que nunca en medio de aquel silencio que solo me hacía sentir más intranquilo. Abrí sin hacer ruido, cerré la puerta con cuidado y tragué saliva, acababa de meterme en una casa que no conocía, si no iba con cuidado...
El sonido de un coche me hizo sentir un escalofrío recorriendo mi espalda, miré a todo lado, escuché la puerta del garaje abrirse y corrí escaleras arriba intentando hacer el menor ruido posible hasta encontrar una habitación y meterme en el armario. En el segundo piso no llegaba a escuchar nada, cerré los ojos un instante y me esforcé en controlar mi respiración.
No llegar a escuchar a quien fuese que había llegado solo hacía aumentar mi nerviosismo. Me acerqué la pistola al pecho, manteniendo el dedo en el gatillo, pero cubriéndola con la otra mano, ¿qué estaba haciendo? Los sentimientos de culpa de la vez anterior me atacaron en el peor momento. Recordé a Yaeji, a Seokjin, necesitaba fuerza.
La puerta del armario se abrió, Sungsoo. El tipo dejó caer la chaqueta que llevaba colgando del brazo al suelo sin decir palabra. No reaccioné lo bastante rápido, sus manos apresaron mi cuello y golpeó mi cabeza contra el marco de la puerta, el mundo se volvió borroso y solo escuchaba un pitido lejano en mi mente. Su rodilla alcanzó mi estómago, si no reaccionaba todo iba a acabarse ahí mismo. Pegué la pistola a su cuerpo, ni siquiera sabía a dónde estaba apuntando, pero disparé, siete veces hasta que me soltó. Apoyé la mano en la pared, poniendo atención a aquel hombre que aún de pie se retorcía entre quejidos y doblado sobre sí mismo. Parpadeé hasta conseguir enfocar mejor, lo vi caer de rodillas y sacar el móvil. No. Tambaleándome todavía avancé hasta él y puse la pistola en su cabeza.
- Deja el móvil.
- ¿Por qué haces esto? -me miró a los ojos y apreté el gatillo.
Yo no tenía nada que explicarle a alguien como él. Me senté en el suelo y me arrastré por este hasta apoyar mi espalda en la pared más cercana. Me tomó más tiempo del que pensaba recuperarme de aquello, el golpe en la cabeza y la falta de aire... Escuché la puerta otra vez. Me levanté despacio, no podía hacer ruido alguno. De pie en la habitación vi por fin la escena, toda la sangre que había sobre el suelo enmoquetado, Sungsoo con los ojos abiertos y muertos. Cogí su móvil, no tenía tiempo, lo guardé y me acerqué a la puerta, dejándola casi cerrada.
- ¿Sungsoo? -tragué saliva, hubo un silencio largo- Si había salido antes, ¿dónde se habrá metido? -escuché sus pasos por la escalera- Siempre igual... -lo escuché acercarse por el pasillo- No, yo pido algo para cenar en cuanto llegue. -decía en tono burlón- Será idiota.
Sus pasos se volvieron más difíciles de escuchar cuando entró a otra habitación. Abrí la puerta con cautela y asomé la cabeza, no estaba en el pasillo. Cogí aire y me erguí, una puerta entornada dejaba salir algo de luz. El agua de la ducha me hizo saltar, el supuesto Minju tarareaba una canción que yo no conocía. El sonido del agua cambió, debía haber entrado ya. Avancé, paso a paso, no podía precipitarme. Me asomé y entré tras ver que me estaba dando la espalda, no sabría que estaba allí. El suelo estaba cubierto de ropa, el aire lleno de vapor. Abrí la puerta de la mampara, levanté la pistola, solo necesité un tiro. El tipo cayó de cara contra los azulejos, el agua se tiñó de rojo. Se había acabado. Apagué el agua y salí de allí, el sentimiento de culpa era menor que el que había sentido la vez anterior. Sonreí, Yaeji. Ella debía estar enviándome ánimos desde donde fuera que estuviese, ella sabía por qué hacía esto, sí...
Cerré la puerta, devolví la llave a su lugar y fui hasta la bicicleta que esperaba escondida todavía. Me quité la ropa, usé la parte de dentro para limpiarme el sudor y la sangre que llevaba en el rostro, no sabía si era sangre mía tras el golpe o sangre de aquel capullo que casi me mata. Apreté la ropa contra el fondo de la mochila, agradeciendo el haberme puesto ropa bajo esta para que cambiarme fuese más rápido. Miré la casa de nuevo, subí a la bicicleta y me alejé de allí con el sol ya cayendo.
La vuelta a casa se hizo larga y pesada, sentía pinchazos en la cabeza que me producían un mareo momentáneo. Dejé la bicicleta, pensando en cómo debía sentirse ella tras tantos golpes. Sonreí una vez más, ella estaba de mi lado, no me importaba nada, juntos íbamos a acabar con toda esa escoria.