Capítulo 22

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Un mes después.

La tranquilidad en la casa de la familia Nikiforov era inquietante, era inquietante para todos los miembros menos para los involucrados.

Mila se arreglaba el cabello frente al gran espejo que había en su habitación, mientras se dedicaba a repasar la situación.

Al volver de sus cortas vacaciones, las cosas se habían puesto tensas en la casa. Comenzado por el hecho de que el abuelo Nikolai gozaba de mejor salud que la de sus nietos y se sorprendió al ver que sus dos niños mayores volvían con su pequeño Yurachka.

—En ningún momento mi salud se vio comprometida, hace tres días casi me infarto pero fue porque no encontraba al gato de mi yurachka —Explicó el abuelo Nikolai entre risas, alegría que no contagió a sus nietos.

Al principio nadie lo entendió, todos pensaron que era un desagradable malentendido pero poco a poco las cosas comenzaban a encajar y a cobrar sentido. Quien nunca estuvo de acuerdo con el viaje fue el padre de Víctor; no apoyó la idea de que su ahijado se fuera del país, nunca estuvo de acuerdo con que Víctor fuera a ver a Yuri y mucho menos que Mila fuera detrás.

Tenía sentido que ideara una forma de hacer que los tres volvieran, sobre todo después de enterarse que iban a alargar su estadía mucho más tiempo del acordado.

Aquella noche —la noche de su llegada—. Víctor se encerró en el estudio con su padre y no salieron hasta que la luna no se encontró en su punto más alto. Nadie en la casa se atrevió a llamar a la puerta para anunciar que la cena estaba servida.

Días después Mila confirmó lo que había estado sospechando, el señor Nikiforov había enviado esa carta con el único propósito de traer a su familia de vuelta, alegando que tener a todos lejos era peligroso para ellos y que no era bueno que pasen tanto tiempo lejos de casa.

Ella no lo entendía, debería sentirse dichosa porque alejaron a su Víctor del otro Yuri. Debería estar planeando la boda más grande y magnífica de la década, debería estar escogiendo el vestido más hermoso para brillar ese día.

Sin embargo, no había sido capaz ni de levantar la revista que Olga—La madre de Víctor—. Le había entregado.

Escuchó que la puerta de su habitación se abría, dejó el viejo cepillo de lado y entonces sus ojos se cruzaron través del espejo.

—Mi madre quiere verte —La voz de Víctor sonaba muy bien, su rostro se veía muy bien pero estaba claro de no estaba nada bien.

Mila se levantó y caminó a su encuentro, acarició los cabellos de su prometido como muchas otras veces lo había hecho pero esta vez era diferente. Parecía que estaba acariciando a un extraño, se sentía lejano y de pronto tuvo que alejarse como si el contacto la quemara.

—Iré en un minuto —Víctor notó su reacción y solo pudo caminar para detenerla con un suave toque en el hombro.

—Perdón —Susurró él, sin saber porque se disculpaba.

—Perdóname tú a mí.

Después de todo, antes de cualquier cosa, habían sido mejores amigos... pese a que en aquel momento se sintieron como dos extraños.

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Pese a que hacía mucho frío, Mila no lo sentía en absoluto.

Olga y Mila se la habían pasado caminando de tienda en tienda durante toda la tarde, entrando y saliendo, se paraban y se sentaban, se vestía y desvestía. Era como su hubiera corrido una maratón y los pesados abrigos que cargaban no ayudaban.

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