Insomnio

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De nuevo es la penumbrosa duda apañando en la media noche, incómoda como el descubrir temores o recordar vívidas vergüenzas. Es amargo el sabor de boca, relamiendo los labios secos por la respiración. No hay más sonido que el viento que azota leve, acariciando el ventanal en un endeble roce.

Mis pupilas arden lastimosas, mártires de la necedad de la cual soy protagonista. El frío entra escurridizo entre las hebras de los mantos, suave algodón tintado y desteñido por el pasar de los años. El lecho quema por el calor que crece bajo mío: es incómodo, pero no muevo un sólo músculo antes de terminar por parpadear para traer alivio a mis ojos, rodando sobre mi eje y mirando al vacío, fuera de la cama.

Se está oscuro, sin embargo, no es la suficiente penumbra para dejarme ciego. La ensoñadora iluminación de una luna menguante concede diferenciar siluetas, aún si no hubiera nada qué valiera la pena mirar. Vacío es lo que veo, incluso habiendo bienes materiales eso es lo que encuentro.

Tan silencioso, acompañado único por el lejano ruido de los cantores grillos. Apaciguan un pitido agudo alojado en mi nuca tan castigador, mientras los ecos de lo que podrían ser ramas moviéndose al ritmo provocado por la brisa nocturna me incitan a esconderme en mí mismo. Es perturbador aquel susurro lastimero, la naturaleza sollozando. ¿Estaría llorando por mí, o por alguien más? Este egocentrismo me hace mantener la idea de que se trata de mí, pero otro lado de mi mente, el sensato, me recuerda que no soy tan importante como para que el mundo se interese en una simple noche más de mi existencia podrida y oscilante entre el deseo de continuar o detenerse en medio de lo que es la realidad a la que pertenezco.

Vaya noche, donde no hay qué que me marque el pasar de mis horas. El simple y llano latir de mi corazón es el que señala algún tipo de avance en el tiempo. Más allá de servir como un conciliador que logre cerrar mis párpados, sólo distrae mi consciencia, sintiendo hasta lo más profundo de mí el bombeo que se niega a detenerse. Se escucha tan fuerte que lo siento en mis tímpanos. Un golpeteo fatuo, soberbio, marcando su dominio sobre lo que soy. También es áspero, seco, irónicamente escaso de deseos de vivir.

Se atascan tantos pensamientos entre las vías de mis ideas, cada uno más insidioso que el anterior. Torturan por el veneno que dejan tras su marcha, que corroe maliciosamente cada nervio activo en la maraña de proyecciones que pulula en el siguiente plano: el inmaterial.

Maldigo la tarde en que este tormento inició. Ese trágico atardecer en el que aquel maravilloso aroma a hierba inundó mis sentidos y sentí por última vez el divino tacto de tu piel porcelana. Aquella casi traslúcida recubierta de tu magnánimo cuerpo, que llegaba a ser tan helada como los témpanos de hielo; esa sensación de ventisca que provenía del batir de tus cabellos cuales noches sin luna y aquella mirada como inhóspito invierno, que resguardaba en su centro una bella primavera que implícitamente me dedicaba destellos dorados entre verde encuadre de jade. Maldigo esa tarde, porque no dediqué más tiempo en contemplarte. Se me hace tan insuficiente lo que tengo de ti que añoro alcanzarte un día pronto en el Valhalla.

Los siglos que habría gozado de tu presencia son un recuerdo agridulce que me pesa, aun haciéndome esbozar sonrisas. Todo cuanto veo es un vislumbre de tu esencia que quedó plasmada en cada sitio que me rodea, o bien, sólo es mi yo que lastimosamente sigue recorriendo aquellos lugares que significaron algo. Jamás hubiera pisado la biblioteca si no fuera por la familiaridad que me influye, al tú hacerlo tu santuario, o visitar aquellos sitios recónditos en los jardines que usabas como escondite. Tampoco hubiera antes usado el camino que pasa frente a los que alguna vez fueron tus aposentos, ni me hubiera quedado de pie mirando tu asiento vacío en el comedor donde las grandes cenas ya no significan nada.

Oh, mi bello príncipe de hielo. Cuánto deseo escuchar tus acertadas opiniones y recibir tus traviesas burlas. Hacerme de los anocheceres en recelosa atención a tus divagaciones, a tu admiración a cosas tan pequeñas a mis ojos pero tan grandes a los tuyos. Hubiera querido me obsequiaras un poco de tu percepción para ver el universo como tú lo veías, pero me valía con acompañarte y saber de tus consideraciones por parte de tus delgados labios, rosáceos y perfectos que destellaban en el volátil gesto de tus sonrisas. Amaba esos fugaces espectáculos y los sigo amando con una fuerza mayor a la de entonces.

Debí detenernos en aquel momento, debí escuchar tu inseguridad y hacer caso a tus temores. Desde siempre asumiste la tarea de aconsejarme, pero te fallé al no hacer caso a tus advertencias. Es por eso que he perdido todo aquello que me importaba. Acabé sin ti aquella lucha innecesaria en la que abusé de tus fuerzas y me confié de las mías. El orgulloso guerrero te falló y, aun en los últimos momentos, pude sentir de vuelta aquel cálido gesto de tu confianza, mientras el susurro lastimero de tu voz me rendía bendiciones para un día ser lo suficientemente sabio para traer la paz, pues ya no podrías acompañarme en los siglos venideros. El dolor de aquel momento que tus ojos se cerraron sigue atormentándome y calcinando mis entrañas, me arde porque me siento un miserable que sólo comprendió lo que es perder hasta que realmente perdió algo irreemplazable, algo que de ninguna forma podría recuperar que no fuera en otra vida, en otro tiempo.

Ojalá la eternidad pudiera hacerme el favor de ponerte de nuevo en mi camino. Daría mis logros, mis reconocimientos, mi historia y mi vida misma si con ello lograra convencer al universo de traerte una vez más a mi lado. Sin embargo, aun con días enteros de ruegos, lo único que he obtenido son miles de noches de insomnio, donde pierdo el sueño pensando en este deseo de encontrarte, verte, sentirte, al menos una vez más.

Mi príncipe de hielo, cuánto deseo encontrarte de nuevo. Espero la paciencia te bendiga y, el día en que por fin me dirija en tu mismo camino, estés todavía ahí para encontrar tu mirada, tus labios y tu piel, saludándome para yo por fin alcanzarte y juntos partir a la siguiente existencia que nos toque.

Hasta entonces, las noches seguirán siendo largas, llenas de insomnio.


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