Capitulo XVIII (1/2)

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Yui POV

Era de noche ya. Los pasillos iban vacíos, siendo reinados por las telarañas y el silencio; el polvo se sacudía al ritmo de la brisa que entraba por las ventanas abiertas. La luna estaba creciente y brillaba en el firmamento, iluminando los campos descuidados y las ventanas que llevaban años sin pulir. Las paredes se sentían cargadas y mi habitación se sentía pequeña, cargada; yo me sentía aun más diminuta y me pesaban los párpados.

No me había puesto a explorar la mansión. Es más, desde que todos nos encontramos había estado encerrada en ese cuartucho, que Shu me había dicho no había sido más que un cuarto de los sirvientes. Cada uno de los hermanos estaba en su antigua habitación, Kuro y Akia… no tenía idea de dónde estaban, pero no me importaba en realidad. Quería estar sola.

Tenía miedo y no sabía cómo acabar con él. La soledad siempre me ha ayudado a pensar, pero mi mente estaba demasiado atormentada como para pensar claro. Raito ha creado fuego… me recordaba una voz en mi cabeza, lejana y débil,…no es un milagro, es todo lo opuesto. Me llevaba molestando por una hora ya, y la empezaba a ignorar poco a poco. Las voces en la cabeza siempre lo hacían, de todas maneras. No me importaba demasiado.

Me levanté de la cama y me encaminé hacia la ventana. Quería – no, necesitaba – aire fresco. Abrí las ventanas con un chirrido y me golpeó el viento mientras me subía a la ventana, tronando la espalda y dejando que mis pies colgaran al vacío. Era un tercer piso y la altura me causaba escalofríos, pero era feliz. Me gustaba la altura ahora, me reconfortaba y me hacía sentir… ¿viva? ¿Se le dice así?

Ya había olvidado ese sentimiento. Meses sin él lo habían enterrado en lo más profundo de mí ser. Llevé mis manos a mi pecho y las deslicé por debajo de la fina tela que me cubría el cuerpo. La cicatriz de aquella noche seguía ahí, presente, pálida, recordando la apuñalada que yo misma me había dado. Mis dedos se deslizaron hasta ella, y rocé las yemas de los dedos en la tersa piel…

Sollocé del dolor que me infringió el contacto. Se sintió como una aguda, una espada, una… daga. Penetrante, firme, doloroso; perdí el equilibrio. No podía mover mi mano y el dolor perduraba. Era horrible, y las lágrimas no tardaron en caer.

Al mismo tiempo, caí yo.

Casi podía oír la voz de Kanato de aquella vez en el balcón. Solemne, sus brazos abiertos y en sus labios, una sonrisa. Fuerza ante todo. Ojos abiertos, las manos relajadas… todo  digno de la mejor de las muertes. Yo simplemente caía; no podía moverme aún. 

Será como morir y vivir para contarlo, dijo aquella voz.

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Desperté frente a un campo. Apestaba a quemado.

- ¡Edgar! ¡Por favor! - chillaba el niño de ojos azules, su rostro enrojecido de tanto gritar y lágrimas mojando sus pestañas.

Sujetaba la muñeca de un niño castaño que forcejeaba con soltarse. Frente a ambos, se elevaba un bloque de humo, proveniente de un pueblo viejo y de madera que ardía en violentas llamas rojas y amarillas con furia; el olor a madera quemada golpeaba a los niños de nueve años que presenciaban el inmenso fuego y los gritos de la gente que había estado dentro.

- ¡Déjame, Shu! ¡Mis padres! - Edgar, el castaño, gritaba y le retorcía la muñeca a su mejor y único amigo para soltarse -. ¡No puedo dejarlos!

- ¡No, no, no! ¡Tienes que quedarte! ¡La ayuda está en camino! - intentaba convencer el rubio, Shu, intentando ignorar el dolor impuesto en él con todas sus fuerzas.

Aun así, Edgar seguía forcejeando. Era fuerte y más alto que el ojiazul, que ya no sabía qué hacer para detener al chico. El pueblo siguió ardiendo frente a ambos, uno sujetando la muñeca del otro. 

Pesadillas e Ilusiones [Secuela de Soñando con un Final Feliz]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora