Capítulo 1.

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No podía creerlo, mi primer cumpleaños de quince (el segundo sería a los treinta) estaba muy cerca y justo para San Valentín

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No podía creerlo, mi primer cumpleaños de quince (el segundo sería a los treinta) estaba muy cerca y justo para San Valentín. ¡Dos acontecimientos especiales a escala global convergiendo el mismo día!

Para aquellos ignorantes incapaces de comprender mi emoción, les cuento que los quince años simbolizan la edad dorada de toda chica, la del florecimiento (y el desflore), es el periodo en que una deja ser niña para convertirse en mujer. Puede que aún no tuviese edad legal para beber, ni manejar, ni votar, ni siquiera era considerada una ciudadana políticamente funcional, pero esas cuestiones carecen de importancia cuando se comprende el verdadero significado de esta etapa, la razón por la cual vale la pena estar feliz...¡Hablo de la fiesta de quince, obvio!

Llevaba planeando las cosas desde que tenía uso de razón, o sea hacía cosa de un año atrás, y todo tenía que salir PERFECTO: el maquillaje, el peinado, el vestido, la música, los invitados—porque no aceptaría gente defectuosa en mi fiesta, a menos que trajeran regalos copados—, el salón con temática de San Valentín (para matar dos pájaros de un tiro) y también estaba el tema del galán. En ese punto estaba algo complicada, porque verán...No tenía uno. Ni siquiera un "peor es nada" "un medio limón" "un follamigo" ¿Y por qué? Bueno, los chicos a esta edad son idiotas y culpo de eso a la biología (a la tecnología también, pero esta no es tan selectiva) Está comprobado que los hombres evolucionan más lento, razón por la cual a las mujeres nos festejan los quince y a los varones los dieciocho.

Sin embargo, todavía tenía tiempo para encontrar el prototipo de acompañante ideal: fachero (para que mis amigas derrocharan suspiros por él), inteligente (para que supiera apreciar a la gran mujer que tenía al lado), pero no demasiado avispado (para que no terminara metiéndome los cuernos con otra) y aunque mis opciones eran reducidas, NADA ni NADIE podría aplastar los sueños de Soila Reina Del Castillo, o sea mis sueños.

Después de exprimir mis neuronas—hasta casi hacer un coctel multicelular—me acordé de la existencia de mi primo lejano (es que vivía en el interior). Su nombre era Octavio Elcho Clito Del Campo. Estaba un poco fiero el pobre, con decirles que una vez me mandó una selfie y el antivirus de mi celu enloqueció, pero capaz los años le habían cambiado para mejor, y si no, siempre podía recurrir a una maquilladora profesional para que le arregle la cara.

—¡Ana Cleta! Alcánzame el teléfono inalámbrico que no encuentro mi estúpido celular entre tanto revuelo que hice. Es crucial que llame a mi primo Del Campo, el que siempre nos traía huevos de regalo, para que venga a mi fiesta.

La chica de servicio acudió a mi llamado a la brevedad, incluso cuando se hallaba en la planta baja—la acústica de la propiedad era increíble— y trajo el teléfono inalámbrico consigo.

—¿Llamó señorita Reina?

—¡Todavía no, chiruza! Si apenas me traés el teléfono—Hice rodar mis ojos. Estas empleadas "made in china" siempre venían defectuosas.

(Des) Encantadores XVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora