Me tallo los ojos mientras subo al autobús, tengo tanto sueño que mis pensamientos no son del todo racionales aún. Adelante de mí sube una chica de vestido rosa al medio muslo, y sólo puedo fruncir el ceño. Hace un frío del demonio por las mañanas, ¿cómo puede ella soportarlo con tan poco calor de los textiles? Pago mi transporte y estoy dispuesto a buscar mi asiento, pero alguien me toma del brazo y me hace sentar al instante.-Buenos días.
Observo con somnolencia al chico a mi lado, el cual tiene los audífonos puestos como la última vez que lo ví subiendo a un bus. Me quito la mochila y la pongo sobre mis piernas.
-Buenos días -murmuro inseguro-. ¿Qué haces aquí? Nunca usas el autobús.
-El viernes olvidé darte algo.
Se quita con calma los auriculares y los deja sobre sus piernas. Busca en la bolsa de su pantalón y me deja algo en manos. Mientras tanto, Emilio me mira con interés en cuanto me doy cuenta de lo que es.
-Soy un imbécil-me reprendo en voz alta, golpeando con la palma de mi mano mi frente. Él me mira divertido-, si Ren se llega enterar, me matará. Qué suerte que no lo haya notado ni viernes ni el domingo.
-¿Renata Guerra, verdad?-pregunta. Su semblante cambió muchísimo en un segundo. Parece molesto, frustrado o desilusionado. Pero no entiendo la razón por la cual se mire así. Volteó un par de veces para ver si algo en específico que yo no notara lo haya puesto así, pero no encuentro nada fuera de lo común.
-Am, sí. Es mi mejor amiga-le digo, encogiéndome de hombros mientras intento volverla a poner en mi muñeca. Es imposible con una sola mano. Así que Emilio me ayuda de mala gana:- Gracias.
-Por supuesto-gruñe, aclarandose la garganta antes de continuar-. Pareces cansado hoy.
-Sí-alargo la palabra con un bostezo-, lo estoy.
Juraría que aún sigo dormido. Me pesan los ojos: me alteré muchísimo a la mitad de la noche por qué no encuentro por ninguna parte los dibujos que he hecho sobre Aristóteles y estoy que me muero de ella angustia. Se supone que nadie debe saber de su existencia.
-Tienes... -acercó su dedo índice hasta mi rostro, pulsando mi mejilla -. Creo que es una marca de almohada.
-Fantástico.
Estoy demasiado cansado para preocuparme por algo tan vano como mi imagen.
Emilio esopla y toma sus audífonos para volver a ponérselos. ¿Qué música le gustará? Lleva un suéter azul oscuro, tiene en las muñecas un doblez. Sus pantalones son de mezclilla y calza unos simples tenis grises. Está tan cerca de mí que es incluso extraño. Yo debería estar cinco asientos más atrás, mirando su cabello y la parte trasera de su cuello. Es ahí donde pertenezco: viendo sin ser visto. Puedo notar que tiene pequeños puntitos de unos tonos de piel más oscuros que el color base, ocultos perfectamente en el rosa de sus mejillas. Es demasiado lindo, demasiado angelical que me aturde.
Voltea y no soy capaz de apartar la mirada tan rápido como para que no note que le miraba. Sonríe y descubre su oído izquierdo.
-¿Pasa algo?
-Nunca he visto nadie como tú.
No debí decir eso.
Me mira confuso por unos segundos y cuando termina de procesar mi comentario ríe un poco. Negando de lado a lado. Su risa es preciosa, tanto como el balanceo de sus rizos cuando mueve la cabeza para decir que no.
-Soy como cualquiera.
Y si no fuera porque me pellizco el brazo para evitar soltar un comentario que me exponga de nuevo, me tomaría el tiempo de debatir eso último.
Él no habla más y yo tampoco. Siempre termino por sentirme como un tonto cuando hablo con Emilio. Con Aristóteles, por supuesto, no es así.
Tomo el auricular que se ha quitado y me lo pongo. Él me mira extrañado pero no me lo quita. Joy Division, mi papá escuchaba eso antes. Incluso ahora debe hacerlo.
-¿No es muy vieja?
-Supongo que lo es -se encoge en hombros -. La música de ahora no me gusta mucho.
No puedo creerlo. Emilio nunca se ha visto como alguien que tenga esos gustos; ni el post-punk ni lo que no es novedoso.
-Creo que hay una que otra buena.
Vuelve a encogerse en hombros y cambia de canción. Todo el trayecto la pasamos en silencio, escuchando música. Le gusta Pearl Jam, Aerosmith, Oasis, The Smiths... al menos de ellos pude escuchar antes de que la batería de sus auriculares se termine.Pasa un rato más cuando finalmente, en un alto, Emilio se decidió a romper el silencio por el mismo. Sus labios se fruncen entre sí antes de intentar hablar, tragando fuertemente saliva. Y aunque lo hace, habla, no puedo corresponderle el contacto visual cuando lo único que quiero es mantener el color de sus labios está mañana de frío en mi memoria, justo para después llegar a casa y dibujar.
Son suaves a simple vista, como el terciopelo, o quizás como un gajo de mandarina. Bien cuidados. De color melocotón...
Me pregunto si sabrán también a la fruta en sí.
-Escuché lo que pasó con Adrian-dice como quien no quiere la cosa, volteando a mirar las casas que quedan atrás desde la pequeña ventana mojada por las gotas de lluvia. Ni siquiera tuve conciencia de cuando empezó a llover, estaba absorto-, te empujó...
-Estoy seguro que él- él no lo hizo intencionalmente.
Tan solo quiero terminar con ese tema de una buena vez.
-Con él todo es intencionalmente, Joaco-y cuando lo suelta, me mira nuevamente-. Lo siento-sus cejas pobladas están fruncidas y luce apenado, no entiendo muy bien porqué debe disculparse en nombre de Adrian. No entiendo tampoco como dos sujetos tan distintos pueden ser amigos. Creí que por ello, Emilio y yo no hablamos mucho-, es impulsivo y siempre se desquita con alguien más. Aunque no sabía que esta vez sería contigo.
-¿Y si no fuera conmigo no te importaría?-resoplo. Estoy emocionado y molesto a partes iguales.
-No es que no me importe, es sólo que... ya sabes.
-No, no sé, Emilio-nunca me había atrevido a molestarme con él. Nunca pude hacerlo completamente-. No te entiendo. Nunca te he entendido. Eres bondadoso y noble, y luego... luego...
-¿Luego, qué?
Veo atrás de él las grandes paredes de roca volcánica y agradezco mentalmente que hemos llegado a la preparatoria. Pero, aún así, no puedo detener las palabras que se apresuran a salir de mi garganta.
-...luego eres un idiota.
Tanto mis ojos como los suyos se abren de par en par y no necesito mucho tiempo más para salir corriendo, huyendo de la situación a la que me he liado.
Emilio repite una y otra vez mi nombre para que voltee a enfrentar sus cuestionamientos. Sin embargo, soy muy cobarde para que dar la cara. Así que decido ignorar sus llamados y entrar a la escuela.
Me pregunto cómo es que no soy yo el idiota.
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IMPOSSIBLE, emiliaco.
FanfictionJoaquín se ha enamorado de Aristóteles Córcega, ¿el problema?: es que él no existe. Y Emilio está ahí para recordárselo.