Emrys el Dragón (Traducción)

Cap. 7: Flores silvestres

Merlín abrió las cortinas de la ventana de Arturo y gritó: —¡Hora de levantarse, señor!

Arturo gimió. —¿Qué demonios, Merlín?

—¡Vamos, príncipe perezoso! Tienes entrenamiento con los caballeros en media hora, y después de eso tienes una reunión con...

Merlin fue cortado bruscamente por una almohada entrante.

—¡Oh, no seas así, Arturo! ¡De hecho te desperté a tiempo hoy! ¿Prefieres que llegue tarde?

—Cállate, Merlín.

—Para cuando te levantes, tengo tu armadura completamente pulida y lista.

—No te olvidaste de mis guanteletes esta vez, ¿verdad? —Preguntó Arturo, sentándose.

—¡Por supuesto que no! —Dijo Merlín, luego miró la pila para asegurarse.

—¿Acabas de comprobar?

Merlín se mofó. —No.

—Lo que digas. —Arturo puso los ojos en blanco. —Vamos, entonces.

Mientras Merlín ayudaba a Arturo a ponerse su armadura, Merlín balbuceaba sobre los chismes de la ciudad.

—¿Sabías que Sir Gregory rompió su compromiso con Lady Lucinda?

—¿De Verdad?

—Sí, solo él no lo hizo exactamente cara a cara. Sir Gregory le escribió una nota...

Arthur se encogió. —Eso es rudo.

—Se pone peor. Verá, le escribió una breve nota de "Se acabó" y le pidió a Sir David que se la llevara, una semana antes de la boda.

Arturo resopló. —Pensé que mis caballeros eran mejor que eso.

—Lady Lucinda, lanzó un justo ataque.

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El rey Uther caminaba por el pasillo hacia la habitación de su hijo. Tenía algo de lo que quería hablar con Arturo, antes de que fuera a entrenar a sus caballeros esa mañana.

Mientras se acercaba, Uther escuchó el inconfundible sonido de la risa.
La risa de su hijo.

Con las cejas levantadas, se detuvo ante la puerta de Arturo, preguntándose qué o quién hizo a su hijo tan expresivo...

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—... y luego los cerdos se fueron y... —Dijo Merlín, riéndose mientras Arturo se ponía de color rosa en la cara del suelo.

La puerta se abrió de golpe.

Ambos chicos miraron rápidamente hacia la puerta.

El rey estaba parado allí, con una expresión de piedra en su rostro. Arturo se levantó en un abrir y cerrar de ojos, mientras Merlín enderezaba su postura e intentaba no parecer aterrorizado.

Hubo una pausa muy prolongada.

—... Retírate, criado. —Dijo finalmente Uther, dando unos pasos hacia adelante en la habitación.

Merlín hizo una reverencia, luego salió corriendo por la puerta, cerrándola detrás de él.

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Merlín se aferró a la pared junto a la habitación de Arturo para salvar su vida, de vuelta hacia la pared. ¿Qué demonios había hecho? ¿Qué había hecho Arturo?

—¿Merlín? —Preguntó una voz.

Gwen había bajado por el pasillo sin que él lo notara, con una cesta de ropa en las manos con un ramo de flores en equilibrio encima.

—¿Estás bien? ¿Qué pasa? —Preguntó ella, caminando hacia él. —¿Qué ha hecho Arturo ahora? —Sonrió.

Merlín abrió la boca, pero no tuvo la oportunidad de responder.

La voz de Uther lo habría ahogado de todos modos.

—¡¿Qué demonios estabas pensando, Arturo?!

Merlín se encogió cuando los ojos de Gwen se agrandaron y ella dejó caer la cesta, derramando su contenido por todo el piso.

—Padre, yo-

Merlín rápidamente ayudó a Gwen a recoger la ropa.

—Pensé que ya habrías salido de esto. Tú eres el príncipe heredero, no un señor al azar. No te pueden ver riendo y siendo amigo de los criados. Ya es bastante malo que bromees con los caballeros. Estás por encima de ellos, Arturo. Un rey no tiene amigos, él dirige y manda porque nadie está a su nivel. La gente debe verte como intocable, tan fuerte como una roca. Los Pendragon no muestran sus verdaderas emociones a nadie, nunca. Estoy avergonzado, muchacho. Debería hacer azotar a ese sirviente.

—Lo siento, padre. No volverá a suceder.

—Es mejor que no.

Merlín arrastró a Gwen a una alcoba cercana cuando escucharon pasos. Uther abrió la puerta y salió corriendo, controlando su ritmo para cuando dobló la esquina. Todos los pensamientos de lo que quería hablar con Arturo fueron olvidados.

Gwen y Merlin suspiraron aliviados cuando sus pasos se desvanecieron.

—Pobre Arturo... —Dijo Gwen. Merlín miró hacia la habitación de Arturo, sin saber qué hacer.

Gwen sacó una flor del ramo y se la entregó a Merlín.

—Dale esto por mí, ¿lo harías?

Merlín asintió, y lentamente caminó de regreso a través de la puerta abierta de Arturo.

Arturo estaba mirando por la ventana, con una pierna doblada y la barbilla apoyada en su mano.

—Arturo-

—Cállate, Merlín.

Merlín inclinó su cabeza, muy ligeramente. Se acercó a su príncipe.

—Esto es de Gwen. —Dijo, dejando la flor en el alféizar de la ventana.

Arthur siguió mirando por la ventana.

—Voy a ir y pulir tu espada-

—Esmerejón.

—¿Si, Arturo?

—Friega el piso. Puedes lidiar con mis espadas más tarde.

Mirando por la puerta, Merlín respondió: —Sí, señor.

Mientras Merlín limpiaba, Arturo recogió la flor con su mano libre.

Era pequeña, tenía solo cinco pétalos y era de color púrpura. Una flor silvestre.

Lo hizo rodar entre el índice y el pulgar.