Capitulo 31 (Editado)

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Capítulo 31




Las palabras y los momentos, tal vez se podía decir que se ubicaban en distintos lugares, sin embargo, las palabras en el momento adecuado podían ubicarse en el lugar exacto para destruir a alguien de la manera más fácil que se pudiera imaginar.

—¿Quién lo dijo? —fue la única respuesta que le había dado a su padre después de largos minutos de silencio.

Aarón se encogió de hombros tratando de restarle importancia, pero era imposible. Hablaban de Maya y para Dimitri, todo lo que tenía que ver con ella tenía demasiada importancia.

—Hijo, por favor. —dijo sonando un tanto preocupado. —Es rumor de pueblo, sabes cómo es la gente. Exageran e inventan cosas solo por molestar.

El brillo en sus ojos chocaba con la mirada oscurecida de su hijo.

—Papá. —dijo respirando hondo un par de veces, claramente en un intento de calmarse. —Necesito un nombre.

Aarón Petrova había lanzado una sonrisa que el joven no supo descifrar, pero era una que le pareció muy conocida. No podía leerlo, no podía siquiera imaginar lo que pasaba por su cabeza en ese momento. Lo único que era capaz de pensar era en ella.

—Después dices que no te pareces a mí. —el comentario lo había soltado con arrogancia. —Lo único que te voy a decir es que se trata de un rumor de pueblo y que no quiero que te metas en una pelea con mis hombres por eso. —hizo un gesto con la boca tratando de quitarle peso a la conversación. —Los vieron juntos en la plaza, hijo. Hablando quizás, solo olvídalo.

No podía olvidarlo, lo sabía. Dimitri era su hijo y, aunque lo negara, compartían ciertas similitudes. Como ese sentimiento de posesión que tenía con Maya, aunque no lo dijera en voz alta, lo sentía y el solo pensar en que alguien más pudiera quitársela le hacía hervir la sangre.

Soltado una maldición se levantó con brusquedad y salió del despacho con tanta rapidez que al hombre no le dio tiempo ni siquiera de despedirse. No esperaba menos la verdad, su hijo era demasiado predecible ante sus ojos. Le había dicho lo que él no debía de escuchar, o en el mejor de los casos; lo que tanto necesitaba oír para lograr molestarlo. Lo conocía demasiado bien, y eso era un punto a su favor. Justo lo que necesitaba.

Dimitri por su parte solo pensaba en llegar a casa de su novia cuando antes y luego, ¿Qué haría? ¿Qué le diría?
No lo supo, claro que no lo sabía. Los celos estaban dándole demasiadas ideas e imágenes no deseadas, debía tranquilizarse de una buena vez. No estaban en el mejor momento de su relación para llegar hacerle una escena solo por un rumor.
Quiso pensar en el refrán de que los celos son señales de amor, pero, más bien creyó que era como un resfriado: molesto y dañino, el cual era señal de vida, sin embargo, una vida enferma y llena de malestares.
De cualquier manera, los celos era una consecuencia del amor. Le gustara o no, existían, y a él le estaban envenenando la mente con pensamientos nada agradable. Necesitaba llevársela cuando antes, saber que estaba con él, que el mundo supiera que estaba juntos seriamente.

De camino a casa de Maya mientras pensaba que decir, o pensando en lo que haría, sintió las miradas de muchas personas sobre él, y le fue imposible no imaginarse lo que estaban pensando. Tal vez la realidad era diferente y no lo miraban, ni siquiera lo llegaban a tomar en cuenta, pero jamás en su vida entera; ni aun por ser hijo de quién era, había sentido tanta atención y sí que era común tenerla. Ahora sentía como todos lo observaban fijamente repitiendo en sus mentes lo que su padre le había comentado minutos antes.


Debía tranquilizarse. Solo era solo un rumor, estaba seguro de eso. Maya jamás lo traicionaría.


Todo se había salido de control cuando se posicionó frente a la puerta de la casa de su novia. Todo dentro de él estaba desordenado, no lograba encajar la calma junto a la razón, ni podía alejarse de las dudas. Esas dudas que nutrían los celos, porque sí, era muy cierto cuando decían que los celos se nutren de dudas y la verdad llegaba solamente para dos acontecimientos: para deshacerlos o para colmar el sentimiento. No quería pensar en eso último, y más cuando fue el mismísimo Gustavo Fernández quien lo había recibido unos minutos después de tocar la puerta.

Punto débil © (Versión Corta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora