Los días que no solemos contar

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    Se despertó. La guerra había terminado, y odiaba elsabor que generaba la paz; así que no se despertó de buena gana que digamos.Recordó los seis años en que consistió la brutalidad y sonrió. Sin embargo, la puntualidadque exige su trabajo (el cuál nunca descansa) le impidió seguir recordando susdías felices. Salió de las cobijas con muy mala gana, y al acercarse al armarioun fuerte dolor provocado por golpear con el dedo pequeño del pie la pata de lacama solo empeoró el día, día que de por sí ya era malo. Tomó su ropa detrabajo, pasó su huesudo cuerpo enfrente del gran espejo, y al entrar al baño elcliché de tener que bañarse con agua fría, para su muy mala suerte; también serepitió. Esa basura de calefón nunca funciona cuando se lo necesita, y es poreso que un sincero: "Maldita sea" era escupido por él los ocho minutos que durósu baño en agua fría. Al salir ya cambiado del baño, se fijo en la hora y enque para el colmo; no iba a tener tiempo para su tasa de café diaria. Su ritualobligatorio para tener un buen día, pero a esa altura; ya no le sorprendía.Tomó un fuerte respiro, que no funcionó para nada. Se puso su capucha negra,bajó las escaleras como un rayo, cogió la hoz que estaba en su lugar; a lado dela puerta, y cerrándola con un fuerte azote salió la muerte a continuar con sutrabajo.     

A su imagen y semejanzaWhere stories live. Discover now